Esta noche, después de la entrega del Premio Indio Rico, no dejen de acudir masivamente a la última función de Ifigenia en, de Agustina Gatto. Es a las 22:30, en El Excéntrico de la 18, Lerma 420.
viernes, noviembre 30, 2007
miércoles, noviembre 28, 2007
martes, noviembre 27, 2007
lunes, noviembre 26, 2007
viernes, noviembre 23, 2007
Drim tim
Laura Fernández
Mariana Chaud
Romina Paula
Julieta De Simone
Lola Arias
Agustina Gatto
Agustina Muñoz
(Muy pronto, en Entropía.)
jueves, noviembre 22, 2007
martes, noviembre 20, 2007
Herzog para principiantes
San Francisco, 16/6/1979
Casa de Coppola sobre Broadway. Afuera un viento muy fuerte sacude con violencia los arbustos de laureles. Los veleros en la bahía se inclinan por completo; las olas están afiladas, inquietas. Desde Alcatraz el faro manda señales, en pleno día. Todos mis amigos "no" están ahí. Cuesta acometer este trabajo, esta enorme carga de los sueños. Sólo los libros dan algún consuelo.
La torrecita, arriba en la esquina de la casa, designada ingenuamente para la meditación, está repleta de una claridad tan chillona que me atrevo a asomarme sólo de a un minuto por vez, luego vuelve a hacerme retroceder. Puse la pequeña mesa contra la única porción de pared, el resto son ventanas llenas de luz enloquecida, y en la pared dibujé con regla y lápiz puntiagudo una retícula de precisión matemática. Eso es todo lo que veo: el punto donde las líneas se cruzan. Trabajo en el guión con mucha furia y urgencia. Será apenas poco más de una semana, mirando fija y desquiciadamente ese punto.
San Francisco, 17/6/79
El padre de Coppola me hizo escuchar una grabación de su ópera. Al oírla adquiere un rostro notoriamente enjundioso, severo, inteligente, muy en contra de su aspecto.
San Francisco, 18/6/79
Télex de Walter Saxer desde Iquitos. El asunto se ve bastante bien, sólo que es probable que en poco tiempo todo se venga abajo. Somos como trabajadores con rostros serios, confiados, que construyen un puente sobre un abismo, pero sin pilares. Hoy tuve una prolongada conversación casual con el productor de Coppola, que entre un milkshake y una hamburguesa me quiso hacer creer de pasada que él se haría cargo del destino del proyecto. Le di las gracias. Me preguntó: sí, gracias, o no, gracias. Le dije no, gracias. Después de la operación de hernia, Coppola no se siente aún del todo bien. En él se mezclan de forma singular el lamento quejumbroso, la necesidad de protección, el trabajo profesional y el sentimentalismo. La oficina del séptimo piso se afanaba febrilmente por tener una cama de enfermo en la sala de montaje y otra para transportar y armar donde fuera. A Coppola no le gustaban las almohadas, estuvo la tarde entera refunfuñando sobre los ejemplares que le traían con esmero, y rechazó todos.
Los Ángeles, 19/6-20/6/79
Piso de los ejecutivos de la 20th. Century Fox. Resulta que todavía no hubo contactos sustanciales entre Gaumont, los franceses y Fox. Además, acá es una obviedad no discutida que se subirá un barquito de plástico por encima de una colina dentro de un estudio, tal vez incluso en un jardín botánico que no esté muy lejos, por qué no San Diego, ahí hay invernaderos con buenas plantas tropicales, dije qué son entonces las malas plantas tropicales, y dije que la obviedad que no se discute es que tiene que tratarse de un verdadero barco de vapor sobre una montaña de verdad, pero no por una cuestión de realismo sino por estilizar un gran evento operístico. A partir de ahí, las amabilidades que intercambiamos se cubrieron de una ligera capa de escarcha glacial.
[Conquista de lo inútil, próximamente en Entropía]
lunes, noviembre 19, 2007
viernes, noviembre 16, 2007
El hombre del lobo
[microrrelato de Augusto Bianco publicado en Perfil]
El niño yace tumbado en sollozos cuando el animal se aproxima. La tibieza de la lengua en la mejillas le abre los brazos, frenéticos. Logra aferrarse, embocar un pezón, mamar a la desesperada. Por sobre su cabeza, rastrillando el cielo, el viento acarrea nubes de una cumbre a otra.
Diez meses antes, cuando nació, era la guerra. El padre había partido para el frente y la madre, huérfana de sí misma en medio de la barbarie, a poco de parirlo eligió la paz por sobredosis de barbitúricos. El recién nacido quedó en manos de la doméstica que lo crió en silencio y devoción. Cuando una bomba entró por la chimenea y sin explotar quedó latiendo en el living, la mujer recogió al pequeño, se lo cruzó sobre el pecho para darse ánimos y caracoleando entre cráteres y escombros se dirigió hacia su casa natal en las montañas. Anduvo en la noche y se ocultó durante el día, cuesta arriba hacia el sol, hasta reconocer finalmente el sendero, la higuera, la cerca de piedra. Con sus últimas fuerzas y con el niño pataleándole sobre el vientre, volvió a recorrer la doble hilera de álamos hacia el único lugar donde alguna vez había sido feliz. La vivienda estaba en ruinas pero ella no pareció advertirlo. Deshizo el hatillo, depositó a la criatura allí donde su madre se sentaba a hilar todas las tardes, lo cubrió con su chal, levantó la vista... Y comprendió. Comprendió que había pasado demasiado tiempo desde que ella a los nueve años había bajado a la ciudad de la mano de su primera patrona como para que sus padres vivieran y la casa conservara su integridad. Ella misma apenas podía sostenerse sobre sus fémures cansados. ¿Cuánto hacía que no se buscaba la mirada en el espejo? Sintió como de pronto y sin ruido entre las vértebras y las costillas los años se le desmoronaban todos juntos uno sobre otro. No estaba triste. Se sentía liviana, transparente. Comprendió que su misión estaba cumplida, que se había agotado su tiempo y estaba lista. Puso junto al niño dormido los últimos mendrugos y se alejó con la intención de dejarse morir allí donde la tierra quisiera recibirla. La encontró la loba, la misma que más tarde se encargaría del niño y la devoró mansamente junto a sus cachorros, limpiando los huesos.
Pasó un tiempo. El niño era casi un muchacho, un muchacho-lobo cuando apareció por allí un hombre, el primero en años, arrastrando consigo la historia de su especie. El niño lobo lo observó a escondidas durante días. Una noche lo vio caer vencido por el sueño junto al fuego y llevado por un impulso irrefrenable se acercó. Mientras lo devoraba con los ojos el hombre que duerme sueña que no está solo y despierta. Trae la mirada desorbitada de quien viene del otro lado del mundo. El lobo humano extiende las patas, su dentellada convertida en lengüetazo. Vencido por el espanto el hombre extrae un cuchillo y se lo estrella en el pecho. La sangre salta y retoma su curso natural. La devoción de la criada, la leche de la loba, la furiosa algarabía de la manada vuelven a la tierra. La última llama se extingue. El hombre con el arma en la mano queda solo temblando bajo la cúpula del universo. Sobre su cabeza giran imperturbables los astros.
jueves, noviembre 15, 2007
miércoles, noviembre 14, 2007
Ciudad oculta
[vía "Caras y Caretas", por Raúl Arcomano]
Una excusa para reconfigurar y reinterpretar la ciudad. Generar nuevas miradas a partir de un deambular flaneur. Literatura con el territorio urbano de telón: cuentos, apuntes, diarios personales. Todo eso es Buenos Aires/ Escala 1:1, una antología de jóvenes escritores, nacidos entre 1968 y 1982 con un reto: escribir y describir 25 de los 48 barrios porteños. Plasmar "breves ficciones que dan cuenta –de forma explícita, oblicua o abstracta– de ciertas particularidades urbanas, demográficas e idiosincráticas", apunta el libro. Que es, en su trazado, "una suerte de catastro de la narrativa argentina actual".
El libro fue editado por Entropía y compilado por el escritor Juan Terranova. El resultado no es una guía turística, pero sí dibuja un mapa "amable y cotidiano" de la diversidad porteña, dice Terranova. ¿Desde qué lugar se narra a Buenos Aires en el libro? "Supongo –responde– que se escribió más cerca de la pulsión arlteana, esa pulsión de caminar la ciudad y vivirla entre sus miserias y sus grandezas, que del espacio mítico borgeano. Hoy la ciudad de Buenos Aires es, al mismo tiempo, un monstruo tentacular y una madre permisiva, que te deja ir y te deja hacer y te recibe cuando volvés lastimado o triunfante."
Continúa por acá, en un escaneo de incómoda lectura (el departamento de tipeo sigue de huelga).
martes, noviembre 13, 2007
Powerpuff chick
[vía Paparazzi]
(...) También se presentó Buenos Aires Escala 1:1, la antología de jóvenes narradores compilada por Juan Terranova. Cuando le tocó el turno de leer su cuento a Marina Mariasch, Sebastián Martínez Daniell se ofreció a sostenerle el micrófono. Mariash fue terminante: "De ninguna manera. Soy autosuficiente", le dijo. Leyó -con el micrófono en una mano y el libro en la otra- una historia protagonizada por una narradora en primera persona, repleta de escenas eróticas de subido tono. "Los que quieran saber si es o no autobiográfico pregunten después de la lectura", desafió Mariasch. Muñeca brava.
lunes, noviembre 12, 2007
Recuerde el alma dormida...
[Una entrevista a Diego Muzzio, firmada por Augusto Munaro]
(...) Con Mockba (Editorial Entropía), puede afirmarse lo que Lovecraft alguna vez expresó al recordar los relatos de Ambrose Bierce, cuando justificó que tratan "horrores físicos y psicológicos dentro del orden natural". Para el presente autor, lo tenebroso reside en la realidad cotidiana. Lo siniestro existe entonces, en las acciones que sus personajes protagonizan ante el polimórfico rostro de la muerte.
En esta entrevista, Muzzio habla con inteligencia sobre su estilo pudoroso, y de "Mockba", que incluye cuentos como "El desplazamiento", "Shankar" y "El cementerio central", escritos que enriquecen a la literatura nacional.
-¿Por qué la muerte como epicentro en su primer libro de relatos, Mockba?
- La muerte siempre fue, para mí, un tema muy presente. Mi padre murió joven, yo tenía apenas diez años. De manera que, a partir de entonces, la muerte fue para mí una obsesión.
-¿Cuánto tiempo le demandó la redacción de los doce cuentos? ¿Recuerda las circunstancias que lo llevaron a escribir alguno en particular? ¿Cuál le resultó más desafiante y por qué?
- El libro lo escribí muy rápido, alrededor de cuatro meses, aunque después lo corregí durante años. Cuando estudiaba Letras en Puán, volvía todas las noches en el colectivo 44, que bordea la Chacarita; en esos viajes se me ocurrió "El correo del Zar", ese cuento en el cual un chico atraviesa el cementerio trotando, todos los días, yendo de un puesto de flores al otro. Creo que los cuentos que resultaron más complejos son aquellos donde el diálogo tiene un papel preponderante, ya que hay que escuchar la voz y la entonación de los personajes y, al mismo tiempo, ser muy preciso y medido. (...)
Toda la entrevista, acá.
viernes, noviembre 09, 2007
Californication
La otra tarde, en la Funceb, y recién llegado de Santiago de Chile (hacia donde peregrina anualmente para visitar a Pedro Lemebel), Iosi Havilio leyó el siguiente texto, que bien podría haber formado parte de “Buenos Aires. Escala 1:1”. Y lo hizo sin amplificación, aun a riesgo de que el tintineo de las petaquitas de pisco que escondía en el bolsillo de su perramus tapara su sonora voz de barítono.
El relato se llama “California”.
Salgo a eso de las doce. Ordeno un poco, apago la luz y cruzo el patio. Casi siempre los perros se me vienen encima. Los atajo como puedo, con los brazos extendidos, nunca supe perderles el miedo. Se calman lamiéndome la punta de los dedos. En la escalera, los olores de adentro, a corazón hervido, kilos y kilos de corazón hirviendo que se van a comer los perros, se confunden con los de afuera, y esa mezcla, esa síntesis, siempre distinta, me cambia el ánimo, engordándolo, o pinchándolo, según. Porque ese olor a útero cansado que sale del fondo del río, ese olor que a veces me diseca y otras me vuelve el más valiente, que es el olor de las deformidades, de las tres orejas y de las mandíbulas rectas, ese olor a pólvora con azufre, y a semen con limón, picante, agrio, devastador, que cambia de color con el viento, la marea, los astros, ese olor mágico hoy está de mi lado. Y en esta esquina de California y el río, con la luna enorme, oblonga, y amarilla trabada entre los puentes empieza mi aventura. Tengo un chicle rojo enloquecido en la boca y un cigarrillo doblado en la punta de los labios, voy rumbo a la civilización, no es muy lejos, serán unos quinientos metros, dos curvas y una recta. El movimiento es inusual, las chicas, los chicos, los anteojos, las botas arremangadas, ese estado único, crónico, que me llena de satisfacción ajena. Me meto, acertando en las miradas, una mano en el vermú, y un pie en la terraza, hago un esfuerzo, quiero participar, pero algo funciona mal, algo trastabilla, las palabras me salen torcidas, no entiendo el código, me arrepiento, me angustio, retrocedo, y con la noche encima, cargándose de espuma rancia, camino por la costanera tarareando canciones que no voy a tocar nunca más en el piano. Entre los puentes, antes de la autopista, las canoas, las balsas, y las cintas de clausura donde encontraron al chino decapitado la semana pasada. Más allá está la villa, tan cerca. Me excito pero no avanzo, vuelvo sobre mis pasos, agarro por Brown, y se me van los ojos admirando las marquesinas de los piringundines, resisto, cierro el puño, frunzo las piernas. Me dije que no, que no iba a volver a entrar, pero mi fuerza motriz habla sola, cuál mejor, cuál más delicioso, quisiera abarcar a todos a la vez, repartir mis miembros, multiplicarme, cierro los ojos, y apunto al azar. Ahí voy pasar la noche, cruzo la calle, respiro profundo y entro, respetuoso, sin mirar a los costados. En la barra pido una cerveza rubia, la mujer me mira como nunca, aceptándome, o amenazándome. En este antro perfecto, sin ventanas ni tragaluces, la mesa de pool divide el universo en dos, de un lado la pista, del otro la platea, una pareja de tres baila en el medio, dos chicas con cueros juegan al pool, me quedo tímido, esperando, con sonrisa de muñeca articulada. La primera media hora pasa sin novedades, soy feliz igual. Al rato entran tres hombres robustos, las caras de piedra, hermosas, mitad rusos, mitad paraguayos, entran y todo cambia, vienen hacia mí, me encandilan, brutos, tatuados, vanidosos, en la barra piden sus cosas, sin hablar, parpadeando, y les llegan vasos de distintos tamaños, con líquidos blancos, negros, transparentes, y entre trago y trago, se palmean, miran, me miran, me encierran. Voy a olerlos, tengo que olerlos, saborearlos, y alguno de los tres, no sé cuál, me va pasando por debajo del asiento, vasos, muchos vasos llenos que tomo hasta el final, uno con leche, otro con vodka, otro con café, uno blanco, otro negro, otro transparente. Con la garganta de fuego, oigo sus palabras mordidas, gruñidas, trato de entender, el por qué de los rosarios que corren por sus manos, los granos de café que se pasan por los orificios de la nariz, el origen de los besos que se dan muy cerca de la boca. Me doy cuenta de que no soy nada, me entrego, me dejo caer.
Salgo en cuatro patas, el pantalón desgarrado, la piel brillante, regurgitando leche y la oscuridad del cielo empieza a ceder. Salgo temblando, las piernas hacen menos de la mitad de lo que les pido, pero igual llego, medio rastrero a la vera del río, y me recuesto boca arriba en un banco de hormigón, con la panza llena. Va ser un día raro. Acurrucado, dormitando, con las patas en el aire, fumo el primer cigarrillo de la mañana, y ahora que asoma la punta del sol allá en el horizonte, no puedo entender como se hizo tan temprano, pero ya no tengo apuro, estoy cerca. Desde acá mismo, si quisiera, levantándome un poco, o sólo cabeceando, podría ver mi altillo de California y el río, y también, con un poco de ganas, las colas de esos perros podridos. Voy a ir más tarde, en un rato, y voy a dormir hasta las cinco, voy a juntar el sueño con la siesta, pero por ahora quiero quedarme mirando, un poco más.
jueves, noviembre 08, 2007
Pinta tu aldea
[por Carolina Sborovsky, vía WickedBA]
Desde hace un tiempo, la nueva generación de narradores denominados por la primera antología que los reunió como “la Joven Guardia” viene demostrando que la ficción porteña se renueva con auspiciosa vitalidad. A partir del suceso de esa primera selección, siguieron varias otras como la femenina Una terraza propia (Norma), la picante En Celo, sobre sexo, editada por Mondadori que acaba de sacar In Fraganti, a partir de resonados casos policiales argentinos. La consigna de Escala 1:1 (Entropía), esta vez, fue contar los barrios de Buenos Aires. Aquí la “Joven Guardia”, ya ampliada, dibuja un mapa literario, una travesía de veinticinco relatos alejados de cualquier guía turística. Fijados con la precisión del cronista atento, cada uno es una muestra de fidelidad a las calles tantas veces recorridas donde conviven la capacidad de observación, la sensibilidad para el ritmo y el desenfado para contar.
Entre toda la paleta, algunos textos son verdaderos hallazgos, como “Eleven”, de Natalia Moret, quien elude tics de chica sexualmente liberada y da una ingeniosa vuelta de tuerca a ese clisé; “Animetal”, el genial cuento en el que Leo Oyola crea un potente voz lumpen (e incluso la parodia) en una helada noche en el Bajo Flores; “Capacidad de adaptación”, un agudísimo micro- memoir de Sonia Budassi; “Autocine” del también actor Mariano Pensotti y “En la santería”, la filosa excursión a la sordidez barrial de Hernán Vanoli. La primera persona y las anécdotas casi mínimas en la mayoría de los relatos da a esta antología un tono bastante íntimo, en algunos casos nostálgico o de reflexión en voz alta que, junto con el estilo llano, directo y el leve cinismo para tratar ciertos temas caracterizan a esta nueva generación. Quizás otros relatos, menos afortunados, vuelvan algo despareja la calidad total de la colección, o de a momentos algunos (pocos) la vuelvan monocorde; sin embargo esa heterogeneidad, creemos, puede ser tomada como parte de la consigna y el riesgo de la antología.
La Buenos Aires que se dibuja es contradictoria, festiva, cruel y bestial. Heterogénea y fascinante, cada relato arma figuras caprichosas en el vertiginoso calidoscopio de nuestra urbe. Como advierte el escritor y compilador Juan Terranova: “Buenos Aires incluye tanques de agua teñidos de óxido, terrazas llenas de macetas, calles bien y mal iluminadas, parques reciclados, avenidas y edificios, personajes excéntricos y para cada uno de sus habitantes, la poética del recorrido privado. Además, sus aldeas, a las que llamamos barrios, generan sus historias y sus formas de desprecio y seducción”.
Completa, acá.
miércoles, noviembre 07, 2007
martes, noviembre 06, 2007
RRHH
Por favor, no insistan. No contratamos traductores que hayan ganado menos de dos certámenes internacionales de narrativa. Gracias.
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Premio Iberoamericano de Novela Breve “Juan de Castellanos”
El día 30 de octubre de 2007 se reunió en Madrid el jurado del Premio Iberoamericano de Novela Breve Juan de Castellanos con el propósito de emitir su veredicto sobre la obra ganadora del certamen. Presidido por Carmen Posadas y con participación de los otros dos miembros, Juan Cruz y Daniel Samper Pizano, el jurado debatió las novelas breves finalistas y llegó por unanimidad al siguiente veredicto:
Ganadora, “Muñecas”, que lleva la firma de Osvaldo Caracol y el número 290 entre los participantes.
El jurado quiso destacar de “Muñecas” que se trata de “una obra interesante y que sorprende tanto al propio lector como a sus protagonistas. Llaman la atención los monólogos interiores y algunas escenas surrealistas que llegan a la comicidad. Entre los manuscritos leídos por el jurado, es este el que demuestra un mejor conocimiento y mayor dominio del género de relato o novela breve por parte del autor”.
Abiertos los sobres que contenían los nombres correspondientes a los seudónimos de las obras señaladas por el jurado, pudo saberse que el ganador es Ariel Magnus, de Argentina, quien obtendrá un premio de US$ 15.000.