Alicia Plante escribe para Radar Libros sobre Agosto, de Romina Paula, y dice:
Siempre fue difícil trasmitir las asincronías y arabescos del pensamiento con palabras; las ideas se superponen, las direcciones se mezclan erráticamente, abusan de la anarquía que nuestra necesidad de orden les concede un minuto antes de la desesperación. El lenguaje, en cambio, funciona dentro de ese otro nivel que nos permite nombrar la locura con la perspectiva que le conceden el miedo y la esperanza de que la seguiremos mirando desde afuera, pero el pensamiento, ese secreto y rebelde compañero que nunca nos abandona, que ignora los límites, que se desliza salvajemente en las oscuridades del deseo y las fantasías de poder, violencia o muerte, que se recorta contra el horizonte siempre inaccesible de los buenos propósitos y que con sus materiales construye y constituye nuestra memoria, nuestra coherencia, nuestra constancia, nuestro ser..., ése, nuestro pensamiento, no funciona dentro de ningún orden que se haya descifrado todavía. Intentarlo, entonces, la comunicación de esas evoluciones vertiginosas, aceitadas, inasibles, es de pronóstico reservado.
Y no obstante tanta cautela, aquí aparece de pronto alguien que aparentemente lo consigue: con gran madurez y belleza de estilo, Romina Paula, joven, por supuesto (por el coraje que requiere fundar lo original) y mujer (también por supuesto, por la densidad de la intuición con que se aplica a desentrañar y soportar la confusión y la duda), nos mete dentro del volcán de una mente ajena y desde allí, a través de sus palabras, somos el personaje. Y la velocidad de la lectura en todo momento es más lenta que la trayectoria mental de los diferentes registros simultáneos, las oscilaciones, las mezclas de sentido, las contradicciones, la melodía del pensamiento y las emociones del personaje, Emi. Todo involucrado en un viaje a Esquel, escenario de su origen, dejando atrás momentáneamente una vida prolija en Buenos Aires que está preparada a defender hasta de sus propias vacilaciones. Y no lograrlo del todo.
Y el tema de esta novela, el tema, por supuesto, es el amor, qué otra cosa importa tanto, ese total y tan tierno y profundo que hasta el último momento de la narración no se termina de comprender, que sucede, que está ahí de todos modos, que cinco años más tarde de la muerte de la amiga amada sigue doliendo sin consuelo, que por momentos sumerge al personaje de Emi en el alivio de haber vuelto a los entornos reales, donde es peor y sin embargo la cristalización de sufrirlo a la distancia se quiebra y el dolor cambia ligeramente, se mueve un poco.
El amor en sus dos caras, también aquella de lo que no pudo ser, el hombre que eligió dejar atrás y de golpe surge delante, que fue a pesar de todo y quizá sigue siendo ahora que ya es tarde, los principios y los fines, las fidelidades, ¡cómo saber, Emi, lo que importa, lo que quiere!
Romina Paula no aclara casi nada, los hechos, los personajes, las cosas que los vinculan van surgiendo cuando deben, y ella, Emi, se turba, se bambolea, se excita, se desconsuela, se abandona, cree que puede y no sabe.
La historia está escrita en segunda persona, podría considerarse una larga carta a su amiga, pero es a uno, al lector, que le escribe y se lo está diciendo: que la vida no es lineal, que los sentimientos tampoco, que no es bueno creerlo.
jueves, octubre 29, 2009
Cenizas del Paraíso
jueves, octubre 15, 2009
Dramaturgo por necesidad
Carlos Morán escribe en su blog de El País sobre Teatro reunido, de Manuel Puig y, entre otras cosas, dice:
Puig no regresó más a la Argentina y en su forzoso exilio (primero en México, luego en Brasil y por fin nuevamente en México, donde murió), debió “inventarse” un oficio, porque ganaba poco y mal con el de novelista. Fue así que nació el dramaturgo, impulsado evidentemente por la necesidad.
Aunque probó con dos textos “a la mexicana” (“Amor del bueno”, 1974, y “Muy señor mío”, 1975), su gran debut se produjo con la versión teatral de “El beso de la mujer araña”, escrita en 1980, llevada a la escena un año más tarde, luego transformada en comedia musical y por fin vuelta película bajo la dirección de Héctor Babenco, en una versión que nunca satisfizo a Puig.
Pero al mismo tiempo “El beso” (teatro dramático, musical, película y hasta ópera), lo transformó en un autor mundialmente reconocido y es por eso que en la década del 80 aunque sin dejar de escribir novelas se volcó decididamente al teatro y también a la redacción de guiones que sin embargo no se convirtieron en películas.
Pese a ser autor de ocho piezas teatrales –incluyendo las musicales- que hoy circulan por el mundo, Puig es casi un desconocido como dramaturgo en su país natal. Y si bien es cierto que, por comparación, sus dramas y sus musicales “retroceden” respecto de sus novelas bueno es acercarse a su teatro, para nada menor.
La editorial rosarina Beatriz Viterbo, en tres tomos, publicó entre 1997 y 1998 seis de sus obras teatrales y uno de sus guiones (antes, en 1983, Seix Barral había editado en un tomo “El beso de la mujer araña” y “Bajo un manto de estrellas”) Ahora, la editorial Entropía de Buenos Aires insiste con la difusión de su teatro, reeditando algunas de esas piezas y publicando un musical que quedó inédito a la muerte del autor.
Lo muy válido de esta nueva edición es que se ha hecho cotejando diversos originales y que ha quedado al cuidado de un especialista en la materia como Jorge Dubatti, quien en el prólogo se encarga de situar a Puig en el contexto de la dramaturgia de los ’80, al tiempo de analizar cada una de las obras escogidas.
La nota completa, acá.
martes, octubre 13, 2009
Un oído privilegiado
[por Valeria Meiller, para Ñ, a propósito de Agosto, de Romina Paula]
¿Vos me querés a mí? (Entropía, 2005) es el título del debut novelístico de Romina Paula. Allí, la joven escritora -que también es dramaturga, directora teatral y actriz- apostaba a lo que Beatriz Sarlo llamó "un ejemplo casi experimental de estilo". La novela se acercaba a los personajes a partir de la transcripción directa de sus diálogos y lo hacía con tanta destreza que por momentos el lector quedaba atrapado en el oleaje de las conversaciones como si verdaderamente estuviera ahí.
En este sentido, Agosto, su nueva novela, funciona al mismo tiempo como la confirmación de ese oído privilegiado y la posibilidad de extremar la escucha en el interior de una única voz. La novela entera se construye como un diálogo trunco o como un diario de viaje dirigido, escrito especialmente para ser leído por alguien. Pero todo está relatado en un registro mucho más próximo al oral que al escrito por lo que, en un afán conciliador, a lo sumo podría decirse que la novela entera está construida como un largo monólogo en el interior de una conversación telefónica. El único problema para decir esto es que ya desde la primera página sabemos que uno de los interlocutores está muerto.
Emilia viaja a Trelew invitada por la familia de su mejor amiga para asistir a una ceremonia: a cinco años de su muerte, Andrea está a punto de ser desenterrada de una fosa común y sus padres planean hacer cremar su cuerpo y arrojar las cenizas al río. Emilia también es de Trelew pero hace algunos años que vive en Buenos Aires con su hermano y, como ella misma dice, ha ido construyendo su vida allá. Sin embargo, como se irá demostrando en el decurso de la novela, el sur todavía tiene mucho más de su vida de lo que a ella misma le gustaría. El motivo de su regreso en sí mismo tiene una carga emocional muy fuerte, que se irá reforzando a partir de ciertas circunstancias, más o menos fortuitas, arrastrándola a revisitar zonas peligrosas de la memoria. Un disco de los Counting Crows, una campera, una sillita de bebé: todos los objetos que Emilia va encontrando a su paso se parecen a descargas eléctricas que golpean sobre el presente con la furia del pasado poniendo en jaque sus certezas.
Por momentos, el relato vuelve a lo que está sucediendo en Buenos Aires y es aquí donde Romina Paula demuestra una enorme capacidad de objetivar las sensaciones de su personaje: en su departamento hay un ratón, una rata, una laucha, algo. Un roedor que viene a cumplir las de su ley enrareciendo el espacio habitable, volviéndolo abyecto y expulsando a la protagonista en relación a su regreso. Las conversaciones telefónicas con Ramiro, su hermano, están todas tomadas por ese asunto. Pero este es apenas uno de los eslabones en la cadena de pequeños elementos perturbadores que, en su conjunto, le imprimen a la historia un halo misterioso. Otro, por dar un ejemplo, es la serie de capítulos breves donde, sin ningún motivo aparente, Emilia se dedica a la descripción de crímenes familiares leídos o escuchados, siempre de lo más escandalosos.
La relación entre lo que se dice y lo que se calla funciona para el lector como un disparador de infinidad de conjeturas y posibles desenlaces. Y es en ese margen donde la novela adquiere gran parte de su fuerza: la voz que cuenta, en Agosto, se repite, se desdice, por momentos incluso se vuelve huidiza. Pero igual avanza, dueña de una genialidad vertiginosa, hiperconsciente de que la única manera de que esta especie de no-diario exista es seguir monologando hasta la última página.
viernes, octubre 02, 2009
jueves, octubre 01, 2009
La manigua
Matías Moscardi tomó la palabra en la presentación marplatense de Manigua, de Carlos Ríos, y dijo cosas como éstas:
- Manigua significa, y con esta definición de la RAE comienza la novela, "abundancia desordenada de algo, confusión, cuestión intrincada". Lo que quiero decir, para empezar, es que la manigua se presenta ante todo como un efecto de lectura que generan los textos de Carlos Ríos. Otra de sus acepciones semánticas es la de "bosque espeso e impenetrable". Pero no se trata de una cuestión de hermetismo literario sino de una operatoria precisa que, me parece, tiene que ver con la idea de extrañamiento, en el sentido que le daban a esta palabra los formalistas rusos. La manigua: así podríamos llamar al efecto de extrañamiento en el caso de los textos de Carlos Ríos.
- Pero la manigua, y ya dejando de lado la generalización para entrar en la novela, tampoco es una complejidad sintáctica o formal. De hecho la novela está escrita con un ritmo de fraseos cortos, vertiginosos, acelerados, que personalmente relaciono con el apuro del personaje principal ante la muerte inminente de su hermano. La manigua, para mí, es el efecto que Ríos genera con los materiales que elije para escribir. Parece –porque no sé si es así– que el texto está siempre precedido de una investigación que lo vuelve extraño, ya que su esencia, lo que queda cuando la lectura finalmente logra socavar el corazón de la manigua, es una especie de hallazgo íntimo.
- El desplazamiento es una de las técnicas narrativas: hay un narrador en tercera y un narrador en primera, pero los dos dicen lo mismo, como cediéndose mutuamente la palabra, en un gesto compartido de comunión verbal; como si la historia se contara a sí misma por medio de ellos y no al revés. Es el carácter nómade de la voz narrativa: no importa quién narra, lo fundamental es que la narración efectivamente suceda. Por eso, las voces no son puntos de vista, son simplemente vectores ventrilocuados por las palabras del relato. Esto implica, a la vez, remontar cierta concepción mágica del lenguaje.
La disertación completa puede leerse acá.