Matías Capelli entrevista a Romina Paula para Los Inrockuptibles:
Con los usos y abusos de la crítica periodística, el término "voz narrativa" terminó por volverse una fórmula hueca siempre a mano como sinónimo de "escritor" de libros de cuentos o novelas. Sin embargo, basta afinar un poco el oído para corroborar que no todo aquel que es llamado escritor puede hacer gala de un estilo, de una voz singular; y mucho más infrecuente es todavía poder encontrar ese rasgo diferencial entre las camadas de escritores jóvenes –aunque la primera sea la persona narrativa más frecuentada por ellos. Alcanza, sin embargo, con leer algunos capítulos de Agosto para asegurarse que decir que la escritura de Romina Paula entona una voz propia no es un eufemismo. Tal vez sí lo sea, por ejemplo, hablar de su primer libro, ¿Vos me querés a mí? (05), como de una novela propiamente dicha, aunque esto no lo desmerezca. Al contrario: es uno de los pocos textos de los últimos años que logró combinar fragmentos de prosas circulares confesionales que, lejos de la dictadura de los géneros, eludían tanto la subescritura de los blogs como la sobreescritura literatosa más convencional. Agosto, sin embargo, sí tiene la complexión de una novela. Romina Paula: "La apuesta de ¿Vos me querés a mí? era mucho más formal en ese sentido, por un tipo de lenguaje, de ciertas marcas juveniles, de la historia que va en círculos, esa cosa vomitiva de una depresión juvenil tardía. No hubiera podido volver a escribir eso. Tampoco es que Agosto sea tan distinta. Hay un tono similar, pero ahora hay un argumento, personajes. Tenía bastante en claro que ahora quería contar ‘algo’. De hecho, lo primero que tuve, más que la voz, era la historia de una chica enamorada de su amiga de la adolescencia".
Un día Emila vuelve a la Patagonia, al lugar donde nació y se crió, para esparcir las cenizas de su amiga muerta cinco años atrás, junto a la familia de ésta. En Buenos Aires tiene un novio, que la espera, y un hermano, que vive con ella. Un presente con el que por momentos no parece sentirse del todo a gusto. O sí. O, bueno, a veces. La locuacidad de Emilia va sembrando un terreno fértil en dudas: se pregunta, se responde, se desdice, se aventura, se arrepiente, tantea en su interioridad y en la de las personas y los objetos que la rodean. Además de un talento para plasmar en la hoja las modulaciones del habla, el tempo de una respiración, Romina Paula logra captar ciertas palabras o marcas generacionales y darles la elocuencia justa. Lo curioso es que estas marcas no tienen tanto que ver con la actualidad de los personajes, como con su pasado, lo que termina embebiendo a la identidad de una carga nostálgica agridulce. Como si más allá de la edad biológica alguien se definiera, en última instancia, por la música que escuchaba y las películas que veía en su adolescencia, por su educación sentimental. "En Agosto hay un viaje al sur pero también a los noventa. Al tiempo que se quedó congelado cuando ella dejó de vivir ahí. Ahí están los objetos, la ropa, los discos, hasta el ex novio sólo tiene valor ahí, en ese mundo. Es como cuando volvés a lo de tus viejos y salís a comprar cigarrillos y te ponés una campera que era tuya en el 97, y te disfrazás de vos más joven."
La destinataria de este peculiar diario de viaje o monólogo es su amiga, cuya muerte permanece en un cono de sombra o silencio. Pero a medida que avanza la novela van apareciendo intercaladas descripciones de crímenes violentos en los Estados Unidos –una serie de imágenes que, aunque nunca se lo explicite, de algún modo señalan un reguero en cierta dirección trágica. Esa opción por la tangencialidad a la hora de suturar el sentido del texto es un recurso que se repite como un rasgo de estilo y que no sólo le da un halo de ambigüedad al relato, si no que rellena huecos que la narradora prefiere sortear con otros materiales o registros: películas (Generación X, The Brown Bunny), series (Six Feet Under), canciones de Babasonicos, The Police o Counting Crows. "Puede que tenga que ver también con el ámbito de la fantasía de los personajes. Como todos esos estímulos a los que uno está todo el tiempo sometido: películas, recuerdos, lo que pasa en la calle; esa ansiedad que se instala en uno de quererlo todo, y después la vida misma resulta que es de alguna forma mucho menos excitante". Aunque, no termina de decirlo que, enseguida, Romina Paula se desdice, como la narradora de su novela, para sostener que en realidad, esto último, bueno, no es exactamente así, que no es que la vida no sea excitante. Y se entiende: es difícil imaginarse un momento de mayor ebullición o exposición que estos días en que a la salida de su segundo libro, después del relativo éxito de ¿Vos me querés a mí?, que llegó a reimprimir una segunda tirada, se sume el estreno de su tercera obra, El tiempo todo entero, y como si fuera poco, también por estas semanas, la presencia en cartel de una película que la tiene como protagonista, Todos mienten, de Matías Piñeiro, con quien ya había trabajado en El hombre robado (07). Paula: "Es como si no fueran en paralelo lo ‘público’ y lo ‘privado’. No es porque no me importe. Lo que pasa es que siempre termina siendo enorme la distancia entre lo que vos quisiste que fuera y lo que resultó. Una cosa es la hechura misma, y otra las expectativas que puede haber. En el momento mismo de hacer algo, no estás pensando tanto en la recepción, porque tampoco la podés preveer, no hay manera de saber. Cuando me pongo a escribir tiene siempre que ver con calenturas muy particulares. Uno tarda mucho tiempo en escribir un libro, entonces tiene que tener el deseo puesto en ese material. El libro por ahí demanda más tiempo de escritura, pero a las obras hay que bancarlas más tiempo después, con las funciones. Los libros se mueren para uno cuando salen."
Así como en Algo de ruido hace, su obra anterior, resonaba el eco borgeano de "La cautiva", El tiempo todo entero parte como una reescritura de El Zoo de cristal, de Tenenssee Williams. Mantiene en su núcleo la relación triangular entre un hermano y una hermana, ya adultos, que viven con su madre. Nuevamente en su dramaturgia la familia parece funcionar a lo lejos como un refugio, pero a medida que pasan los minutos emergen los tejes y manejes de los lazos afectivos, como ataduras que los mantienen paralizados en una jaula. Un tema u obsesión –el de la familia más o menos disfuncional– que puede rastrearse en buena parte de las obras en cartel del circuito independiente. Paula: "Vengo de una familia armada, de padres juntos. Durante muchos años de mi vida fueron las personas que tuve más cerca, que más observé. Hay una caterva de información ahí. Una familia constituida tiene una cosa endogámica en la que se da por sentado que todo está funcionando y tiene que funcionar, y eso también es muy asfixiante. Y después me doy cuenta también de que me inquieta algo del orden de lo sexual que se establece al interior de ciertas familias. En la obra hay algo rancio ahí en esos dos hijos adultos viviendo con una madre juvenil..." Esta atmósfera enrarecida en la que viven los personajes, tiene su correlato formal en un trabajo con el tiempo, que el espectador experimenta –como propone el título– casi todo entero, casi sin elipsis, con sus tiempos muertos, hasta terminar volviendo palpable el paso de cada uno de los segundos.
Aunque se acercó al teatro desde la actuación, con los años Romina Paula fue optando por dejar de subir a los escenarios. "Hubo una época en la que quería ser actriz en serio (risas)", dice, y cita su protagónico en La punta del diablo (06), de Marcelo Paván, en la que, rapada, vivía un romance intergeneracional con Manuel Callau. Por lo pronto, sigue despuntando el vicio en cine, en las películas de Piñeiro y en las del editor de Entropía Gonzalo Castro. "Hacer cine me divierte, pero no me veo en la entrega de volver atravesar algo en teatro, un recorrido actuando en una obra. Me pasa en los ensayos o en las funciones, cuando los actores van para el escenario y yo voy para atrás: ellos van ahí al matadero y yo voy a la oscuridad y para mí es todo un alivio."
martes, enero 12, 2010
Confesiones de invierno
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