lunes, mayo 23, 2011

Un universo de leyes implacables

Jorge Consiglio lee Placebo, de José María Brindisi, y escribe su reseña para ADN Cultura:

«El protagonista de Placebo , de José María Brindisi (Buenos Aires, 1969), es un héroe melancólico. Arrastra un estado anímico insondable que impregna de oscuridad todos los actos de su vida. La piedra basal de la deriva del personaje, que es el urgido placebo al que alude el título, consiste en el desconocimiento más absoluto de la esencia y raíz de esa angustia.

La novela narra, por medio de una tercera persona muy próxima a los hechos, algunos días de verano en la vida de Lucio Becerra, que trabaja junto con un socio en un próspero estudio. Becerra está casado con Cecilia, una mujer que lo llena de hastío. Tiene una amante, Estela, cuyo nombre es igual al de la madre del protagonista, y un amigo de toda la vida, Horacio, que se encuentra internado víctima de un cáncer. El relato se inicia con una imagen poderosa que Becerra registra mientras se dirige con su esposa a la casa que ella heredó en Tigre: dos mujeres muy atractivas toman sol sobre el capot de un auto deportivo. Esta imagen dispara dos líneas argumentales que irán creciendo, hilvanadas, con el correr de las páginas. Una tiene que ver con el padecimiento existencial por el que Becerra está pasando, que no está ligado con un episodio concreto, sino que surge, más bien, como un malestar que se origina por la conciencia de la finitud individual y por una creciente sensación de vacío. En la otra línea, el narrador evoca por medio de flashbacks episodios del pasado del protagonista.

Placebo está escrita como un bloque narrativo sin fisuras: no hay un solo punto y aparte en toda la novela; sin embargo, la prosa es dinámica y aireada. Brindisi maneja con habilidad la temperatura del texto mediante el uso de un registro coloquial siempre adecuado a las escenas y la inserción oportuna del estilo directo y, también, del indirecto libre. Además, el empleo de la omnisciencia posibilita que los puntos de vista del narrador y de los personajes transcurran por un mismo torrente narrativo ininterrumpido.»

La construcción de los personajes es muy precisa. El extravío de Lucio Becerra, que termina por hundirlo en una crisis, se relaciona con su complejidad: es tanto el hombre diligente que maneja su Audi y pergeña estrategias para levantar el pago a un cliente como el ser introspectivo que lee a Guy de Maupassant y que escribe cuentos que no comparte con nadie. La tensión entre estos dos polos es un factor decisivo para mantener la intriga del relato y para su posterior desenlace. El texto cifra su consistencia en la pericia con la que Becerra trabaja sobre su angustia mediante un balanceo constante entre aquellos dos perfiles. Este contrapunto hace posible que el personaje funcione. Justamente, cuando el mecanismo se interrumpe, Becerra se desconoce a sí mismo y necesita de los otros como un espejo de discusión. En este punto, recurre a dos personajes: su amigo Horacio, al borde de la muerte, imagen de lo incondicional, y Sutton, un vecino del delta que condensa una existencia vital y alternativa con la que Becerra se mide.

Otro recurso contribuye al clima de agobio, que estrechará los límites del universo ficcional hasta cercar al protagonista. Se trata de la disección minuciosa de las escenas: el narrador se introduce en los engranajes secretos de las relaciones, busca decodificar lo oculto en cada gesto para trazar un mapa en el que la verdad no admite pliegues. Brindisi, en Placebo , organiza con destreza y oficio un universo de leyes implacables.»

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