miércoles, diciembre 21, 2011

Máquina ficcional

Eduardo Febres lee Biografía ilustrada de Mishima, de Mario Bellatin, y escribe su reseña para El interpretador:

«UN maestro japonés fue el inventor de la “máquina didáctica” que muestra lo que vemos de la vida y obra de Yukio Mishima. Incluso el recinto educativo donde se imparte la conferencia sobre Mishima es proyectado por esta máquina, que el narrador (quien se encuentra entre el público) describe como “una suerte de aparato a través del cual, una vez instalado, se comienza a mostrar una especie de película de la realidad”.

DOS preguntas movilizan la trama en la Biografía ilustrada de Mishima: “¿de qué se nos habla en ese extraño exilio que es la escritura?” y “¿qué clase de espanto fue capaz de provocar una escritura semejante?”. La proyección, la conferencia y la vida de Mishima (que hacia el final de la conferencia el maestro japonés califica de inexistente) son el vehículo con que se transita la indagación de esas interrogantes.

TRES títulos de la obra de Mishima se mencionan en la conferencia: El jardín de la señora Murakami, Salón de Belleza y Damas chinas. Y en este momento de la conferencia (acerca del que no miente el narrador cuando dice que fue “la sorpresa mayor que ofreció Mishima a los presentes”) es cuando se esclarece, llevándolo al extremo, el artificio con que el autor ha estado hablando, hasta entonces de un modo más críptico, de sí mismo y de su obra.

CUATRO o cinco datos biográficos del autor (que probablemente el lector conoce por la vida pública de este) y el título de esas obras acercan la figura de Mishima y la figura de Bellatin, a un punto que a ratos parece metonímico: ambos son talídomes, ambos se someten a “sesiones de fotos en las que buscaba emular cierta iconografía donde se mezclaba el dolor y el placer”, y a ambos le falta un miembro del cuerpo: a Bellatin, un brazo, y a Mishima, la cabeza.

CINCO o seis datos de la vida de Mishima alejan su figura, ya no de la de Bellatin, sino de lo meramente humano. Mishima sigue viviendo después de un suicidio asistido, que consistió en que su mejor amigo lo decapitara; Mishima devora corazones hervidos de pollos sacrificados que su tío le envía; Mishima va a almorzar en un cementerio. La vida de Mishima, puesta en escena en un show de recinto educativo, opera como metáfora del distanciamiento que el autor establece entre él y su obra para reflexionar en torno a ella. Un episodio de la proyección, en el que Mishima asiste a una puesta en escena de su libro Salón de belleza, condensa esa metáfora: “En aquel teatro fue la primera vez que pudo leerse a sí mismo”, dice el narrador. Entonces lo toma “un trance casi hipnótico” y surge la pregunta: “¿qué clase de espanto ha sido capaz de generar una escritura semejante?”.

CINCUENTA Y CINCO páginas de texto le lleva a la vida de Mishima agotar la escritura. Y todo parece dispuesto para que, cuando el lector llegue a la secuencia de fotografías que le sigue a estas páginas, haya alcanzado el “cierto estado de éxtasis” que el narrador ha advertido al inicio de la conferencia, en algunos asistentes. La biografía recomienza, ahora en fotografías de distintos grados de definición y texturas. Todas van acompañadas de leyendas irónicas, de un desenfado que roza a veces el ludismo infantil, pero que, cargadas del relato que les precede, adquieren una densidad que parece destinada a generar en el lector el “incontrolable estado de exaltación” del que fue presa Mishima cuando asistió a la puesta de Salón de belleza.

LA ANTEPENÚLTIMA fotografía muestra a Bellatin junto a una mujer mayor, con la leyenda “pareja de analistas que trabajó el caso Mishima”. Y en este punto, podemos pensar en este libro como una máquina ficcional (“una suerte de aparato”) con el que el autor jugó a estar entre el público leyéndose a sí mismo.»

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