lunes, mayo 14, 2012

Godot en la pampa gringa

Emanuel Gatto Mainetti lee La sed, de Hernán Arias, y escribe su reseña para El lince miope:

«Publicada en 2005, tras haber ganado el concurso “Daniel Moyano” el año anterior, y reeditada en 2011 por la editorial Entropía, La sed de Hernán Arias es de esas novelas que han sido concebidas con el fin de decirlo todo.

Ambientada en la pampa gringa, La sed puede leerse como una especie de monólogo interior y biografía infantil, cuyo narrador-protagonista, un niño de once años, es el vocero de la cotidianidad rural. Asumiendo el rol de observador participante, la mirada del niño está presente en cada rincón del relato. Nada se escapa a los ojos del narrador.

La sed está hecha de todos los rituales propios del universo campestre: la tala de árboles, la cacería de perdices y liebres, la preparación de asados, las carreras de caballos. El niño observa y aprende del abuelo, del padre, del tío: los personajes encargados de la construcción de su masculinidad y hombría.

Arias no deja detalle al azar, construye su novela en base a la idea de narración total. Apuesta al exceso y al agotamiento de una experiencia, sin necesidad de apelar al estallido. Trabaja su prosa con morosidad, el lenguaje se torna imperceptible, silencioso, asfixiante. La amenaza está siempre por llegar, desde la primera hasta la última página, como si Samuel Beckett hubiese puesto a su Godot a la puerta de la pampa gringa.

La lectura de La sed bajo categorías y claves literarias que parecen insuficientes, nos obliga a buscar equivalentes en otras artes; es un texto desbordante, incómodo, le hace decir a la literatura aquello que aparece escondido, ausente y anónimo. Hay algo cinematográfico en el ritmo del relato, como si cada frase fuese objeto de un plano-secuencia. Arias arma su novela en base a los tiempos muertos del mejor Antonioni o a lo Lisandro Alonso (para buscar un ejemplo doméstico). La premisa de la novela está organizada bajo la máxima “más que contar una historia, prefiero observarla”.

La sed puede ubicarse como una novela de climas, la trama le cede el espacio a la atmósfera. Lo importante para Arias es transmitir sensaciones, desestabilizar objetos, tornar ambiguo el interior/exterior, lo íntimo y cotidiano devora el contexto político y social. No es que Arias le esquive a lo político, sino que el ambiente opresivo y oscurantista del texto parece fagocitarlo todo.

Texto saeriano, carveriano, hemingwayano, La sed contiene lo mejor de cada uno de estos autores. La puntuación es propia de Saer, el minimalismo homenajea a Carver y la teoría de la omisión de Ernest Hemingway atraviesa toda la novela. Las influencias, sin embargo, no anulan la voz de Arias, sino que la potencian, porque antes que nada estamos en presencia de un texto ariano; es como si el autor hubiese optado por defender aquella frase de Roland Barthes: “La Literatura es como el fósforo, brilla más en el instante en que intenta morir”.»

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