Quintín lee a Carlos Ríos en el suplemento cultural del diario Perfil y a partir de allí propone una aproximación a sus novelas Manigua y Cuaderno de Pripyat:
«Todos los domingos en la página 2 de este suplemento se publica una entrevista a un escritor. Eso ocurre, si la memoria no me falla, desde que Perfil aparece los domingos y las preguntas —como en el célebre Cuestionario Proust— son siempre las mismas. En los últimos tiempos, Malena Sánchez Moccero es la responsable de la sección, que se llama “Las diez preguntas”. Siempre leo el interrogatorio con la esperanza de que los escritores digan cosas con las que estoy de acuerdo o que, al menos, me llaman la atención, pero a la altura de “¿Cuál es su autor favorito vivo” me empiezo a decepcionar y cuando llego a “Quién debería ser el próximo Nobel” ya estoy completamente harto del sujeto y me prometo no leer nunca un libro escrito por esa persona. Y ni hablar cuando la respuesta a la última pregunta (“¿Cuál es su comienzo favorito en la literatura universal?”) es algo tan trillado como “Pueden llamarme Ismael” o “Lolita, luz de mi vida…” Por eso, cuando hace quince días le tocó el turno a Carlos Ríos, estuve a punto de organizar una fiesta en su honor. No lo conozco a Ríos, pero es de Santa Teresita, acá cerca.
Las respuestas de Ríos resultaron de dos tipos: las que celebré porque compartía su opinión y las que me resultaron estimulantes por lo insólitas. Entre las primeras, la del autor favorito: César Aira. “es difícil sustraerse de sus libros, incluso para aquellos que son reactivos a su literatura y se enojan con nosotros, los que decimos que es un escritor genial. Su sistema descriptivo es un acto de vanguardia tan poético como invencible”. Eso mismo. No podría haberlo expresado mejor. La otra respuesta que me dio ganas de aplaudir fue que eligió como mejor comienzo el de Conquista de lo inútil de Werner Herzog, un libro que a su debido tiempo probará que como su autor hizo demasiadas películas, el mundo se perdió un escritor extraordinario.
Una vez convencido de que Ríos tiene la llave de la literatura, pasé a querer leer todas los libros de los que habla: Huevo o cigota de Esteban López Brusa, Literatura argentina de Pablo Farrés, O mundo fora dos eixos de Bernardo Carvalho (en portugués si es preciso),Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, de Daniel Sada. Por último me detuve frente a un nombre, Nemesio Gamboa, a quien Ríos propone para el Nobel. Probé con Google, pero Google no conoce a Nemesio Gamboa.
Convencido de que Carlos Ríos será de aquí en más mi oráculo literario, leí Cuaderno de Pripyat, su segunda novela, que Entropía publicó hace un par de meses. Ya había leído Manigua, la primera, y entre los dos textos arman la imagen de un escritor completamente exterior a los cánones. Ambas hablan de viajes que el protagonista emprende al lugar de su nacimiento luego de que allí ocurriera una catástrofe terrible. Manigua transcurre en Africa, en un lugar que podría ser Kenya, pero sobre el que pesa una masacre que recuerda a la de Ruanda. Pripyat fue evacuada tras el accidente de Chernobyl y es hoy una ciudad fantasma, que Ríos describe poblada por hombres y animales salvajes, violentos, contaminados por la radiación, destruidos por un siglo de burocracia. (Aunque en Oslo, la contracara civilizada de Pripyat, las cosas no van mucho mejor). Ríos se interesa por el suahili y el ucraniano, los idiomas de los lugares en los que transcurren sus historias, y su perspectiva parece la de un escritor sin territorio, ligado en todo caso a los emigrantes y los expatriados. En Pripyat, por ejemplo, aparece la escritora ucraniana Oksana Zabuzhko traduciendo a Clarice Lispector. Pero resulta evidente que Ríos dibuja un mapa geográfico y literario cuyas referencias son un secreto muy bien guardado y al que la entrevista y los libros son solo puntos de entrada.»
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