Victoria Varas lee Otra vez me alejo, de Luis Othoniel Rosa, y escribe su reseña para Ciudad X, el suplemento cultural de La Voz del Interior:
«Los nueve alejamientos que conforman la nouvelle Otra vez me alejo de Luis Othoniel Rosa (Bayamón, Puerto Rico, 1985) están antecedidos por una primera distancia respecto a las máximas editoriales: el prólogo corre a cuentas de una niña de 7 años. En su escritura yuxtapuesta y su licencia infantil para unir trozos de mundo, según la cadencia de las asociaciones, la pequeña prologuista anticipa, apresurada como la liebre, un rasgo de estilo compartido con el autor adulto que le sigue cual tortuga a la vuelta de la página.
“Vas a ver cómo un día hubo un mundo loco donde todo estaba pasando al mismo tiempo. Un día hubo un tornado y pasó una cosa. Un pirata llegó volando; en realidad estoy mintiendo, muchas cosas llegaron volando”. Con este permiso de la infante, el narrador pone en el cielo de Princeton un ave gigante, a distancia oscilante de un puente, donde dos compañeros universitarios en trance canábico evalúan posibilidades y negocian proximidades. “¿Cuáles son las probabilidades de que ese pájaro, que vemos acercándose a lo lejos, llegue hasta acá y nos cague?”, pregunta Alfred Dust para inaugurar la secuencia narrativa del guano y sus conexiones con el imperialismo norteamericano.
El excremento se convierte en el abono que permite la floración de múltiples narraciones conexas: la historia del pirata Lagartija, el mito de Diana y Acteón, un romance frustrado y un grupo terrorista puertorriqueño que, como la marihuana, aparece insistentemente dejando cadáveres de humo por todos lados. El director de la página de reseñas literarias El roommate (en español, compañero de cuarto), elige narrar, en su primera novela, el intento obstinado de un doctorando de franquear las gigantescas distancias que lo separan de quien, desde hace tres años, duerme a unos metros de su cama en la misma habitación de universitarios becados.
Imitando las tretas borgeanas, el autor le presta su nombre al narrador y deja que una de sus criaturas se lo cante por única vez en la cara, plantando en el lector la sospecha autobiográfica. “Así que tú eres Othoniel, me dijo. Así que tú eres la Trilcinea Rumana, dije yo y ahí lo entendí todo”. Otra vez me alejo es un rico mosaico intertextual adonde vienen a parar las reflexiones, a veces lúcidas, a veces drogadas, de un aspirante a doctor en Letras Latinoamericanas. Las dudosas historias del otro estudiante, Alfred Dust, conforman un collage inspirado en fragmentos de la literatura universal cuya figura central es Trilcinea, la novia que se fue a otra universidad o que tal vez huyó a los brazos de Cervantes o a los versos dulces y tristes de Trilce, del más cercano César Vallejo.
Pero, además de ser una eyaculación intelectual con un logrado juego metatextual, la novela es la narración de una amistad, en la que el personaje principal tratará de evidenciar el carácter ficcional de la biografía de Alfred Dust. Acompañado de certezas, pero al fin solo, en el cuarto, el Othoniel personaje parece darle el visto bueno (muy a su pesar) a la tesis sobre la obra de Borges que su amigo y alter ego había pronunciado en los primeros capítulos: “La realidad es la interrupción de la historia”.»
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