Dolores Pruneda Paz lee Cómo usar un cuchillo, de Fernanda García Lao, y entrevista a la autora para la agencia Télam.
«En el libro Cómo usar un cuchillo, la escritora Fernanda García Lao deviene asesina serial –mata mujeres, varones, comunidades; suicida adolescentes; destruye familias, parejas y objetos– a lo largo de 27 textos breves y delirantes que se ríen de la muerte, con humor fino, surrealistas.
La autora partió de algo arquitectónico, ver cómo los escenarios modifican cada situación, cómo definen un cuento, y ahí se metió por todos los recovecos y literalidades de Buenos Aires, además de fábula a la Lovecraft, misterios sórdidos que no se resuelven y cuestiones sobre "cómo se vive la muerte" en el presente.
El libro editado por Entropía funciona como un plano inmenso, con muchas plantas y diferentes vistas de la ciudad, "quería ver cómo la arquitectura modifica o pervierte las historias. Son tres planos: interior, exterior y cimientos", dice a Télam la novelista.
"No es lo mismo vivir en un contrafrente urbano –en el interior de esas cajitas crecen un montón de teorías de costado grafica sobre el cuento Buenos Aires– que en el Chalet, otro relato, del golpeador que busca enamorarse o en el subsuelo de Sótano: ser de abajo", donde un tullido construye su mundo emocional a través de lo alcanza a ver por la ventana alta de su cuarto.
Algunas historias surgieron de noticias reales, no especialmente policiales, pero la Corana que devora un pulpo que la fecundó en Eclosión tuvo su disparador "en una nota muy loca de Yahoo –rememora–, sobre un calamar que eyaculó en la boca de una mujer".
Mientras que a la joven sacrificada del cuento Abejas a Delia, de alguna manera la encontró en los periódicos: "leí sobre un enjambre que había atacado a todo un pueblo. De la comisaría, al cine y de ahí a la municipalidad", se sonríe con la curiosidad.
"Me interesa lo fantástico verosímil, hasta dónde uno me puede creer, hasta dónde me van a seguir –considera–. Deformás, deformás, pero hay una lógica propia en ese delirio, no es capricho, un delirio solamente patético no me interesa, me importa que además pasa por momentos livianos y casi candorosos".
Ocurre que "me crié leyendo absurdos –explica–, mamá tenía mucho en casa de Eugene Ionesco, Samuel Beckett, Alfred Jarry, Witold Gombrowicz y me gustan mucho los narradores dramaturgos, me atrapa esa tensión del recorte, saber que abajo de esa narración algo late pero que sólo ves los destellos, el sobrante".
García Lao dice que le gusta trabajar con el lenguaje, como en el relato No hay mantra donde el conflicto está en la forma de decir y con los personajes. ahí esta Navidad impúdica, un cuento donde el verdadero conflicto va creciendo bajo la superficie y se ve al final, cómo matar una familia sin que haya un cadáver: "Yo también estoy usando el cuchillo como escritora", sentencia.
Sus personajes son seres desesperados: "Soy más oscura en la brevedad, cuando me extiendo aparecen otros terrenos míos, se ve que con el poco espacio entra menos luz", advierte.
En estas páginas hay una invitación a la imaginación, "es como un deseo, me gusta que me trasladen", comenta. ¿Por qué tanta muerte? "Siempre me gustó, como si vos no te fueras a morir, es cuestión de esperar", postula como uno de sus personajes.
Sus personajes son seres desesperados: "Soy más oscura en la brevedad, cuando me extiendo aparecen otros terrenos míos, se ve que con el poco espacio entra menos luz", advierte.
En estas páginas hay una invitación a la imaginación, "es como un deseo, me gusta que me trasladen", comenta. ¿Por qué tanta muerte? "Siempre me gustó, como si vos no te fueras a morir, es cuestión de esperar", postula como uno de sus personajes.
"Vivo a dos cuadras del cementerio de Olivos –cuenta– y me parece muy interesante la reacción del público vivo con el fallecido, hay mucho énfasis en esta vitalidad lacrimosa que te distingue del que ya no puede expresarse, es muy físico, como una puesta en escena, un vaciamiento del gesto que pasa a ser un trámite del dolor".
La escritora habla de una desconexión con lo genuino, "se espera que te espantes ante determinadas cosas, si no lloras sospechan de vos, y que al cabo de un tiempo lo hayas superado, porque sino ya es un plomo, como una regulación del dolor".
En sus textos los asesinos suelen ser varones y las suicidas mujeres: "suele ser así en la realidad, los que matan son varones y las mujeres se autoflagelan más -advierte- y, sin caer en homenajes de género, vivimos un momento en que la violencia masculina anda presente de un modo cotidiano dentro de las casas".
Producto de una época en que "la batalla" femenina es más clara, es igualarse en las cosas que merecen ser iguales porque no querés perder tu modo de ser femenina y está claro que ser una sometida es algo demodé -ironiza-. No por nada hay narradoras potentes y narradores más bien nostálgicos que cuentan sus fracasos como en un diario íntimo masculino".
"Doy un taller que comienza matando al tallerista, con el ejercicio de una autonecrológica, es muy sanador poder reírse de lo peor, del borde. Es una excusa contra el sentido común, cada uno tiene su borde, hay gente que se aferra y otra que se tira".
De hecho armó el libro rítmicamente entre los que saltan y los que sobreviven: "lo pensé casi con música -dice-, hay cuentos breves, de largo aliento y otros brevísimos que forman como una percusión; y también intervalos de muerte, asesinato o suicidio".»
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