lunes, junio 17, 2013

Ciudades de la llanura

Javier Mattio lee "Cuadernos de Pripyat", de Carlos Ríos y lo reseña para la revista Ciudad X, del diario La voz del interior.


Como las ciudadelas de bordes vagos y fantasmales que se divisan en ellas, las novelas de Carlos Ríos (Santa Teresita, 1967) se construyen sobre un espacio sin bordes reconocibles, forjando anomalías sin tradición o ubicación sencilla en un mapa “literario”. Su prosa precisa compone frankensteins de imaginarios disímiles en los que los géneros también se acoplan como restos de maquinarias desmanteladas. Cuaderno de Pripyat, su última novela, continúa y complejiza el procedimiento trazado ya en Manigua, y remite a la fábula, el relato bíblico, la sátira, el diario de viaje.
Esta vez, la hondonada geográfica donde Ríos monta su ludismo poético es Pripyat (en Manigua había sido la zona-lenguaje-cultura swahili en África), tanto la ciudad ucraniana abandonada tras el desastre de Chernobil como su periferia en forma de anillo, allí donde arriba el artista-antropólogo Malofienko tras dividir destinos en Kloten con su novia Fridaka, quien parte para Oslo. La misión de Malofienko es recolectar testimonios para un documental sobre la vida en Pripyat, y por eso parte de la novela está integrada por “entrevistas” con gente de la zona, a las que se suma un relato más convencional sobre la historia de Malofienko y fragmentos más abiertos sobre la ciudad, que se dividen en capítulos con nombres de colores en ruso y español.
Y es que Ríos opera contaminando lenguas y acudiendo a la materialidad enrarecida de esos lenguajes, aprovechando la posibilidad formal y ficcional que despiertan nombres como Oksana Zabuzhko o la
Preobrazhénskaya, o ese ¿ni? Tak, tak (¿no? Sí, sí) retórico que Malofienko adopta como un tic en su monólogo. Y también la contaminación “temática”, donde palabras-entidades propias de la narración mítica (y mitológica) como “rebaño”, “exploradores”, “mercado central” y “saqueadores” se alternan
con referencias contemporáneas a YouTube, Skype y los videojuegos. Y, como Mario Bellatin, Ríos inventa palabras-seres como los cibercomerciantes, el liquidador o el destazador, en un juego de desplazamientos nominales afín a la ciencia-ficción.
Cuaderno de Pripyat es también un libro asediado por la radiación, en este caso la de la usina poética y sus posibilidades.
Aunque también Pripyat, está claro, oficia como parábola de un mundo que parece retornar a su estado más bárbaro, sangriento y primitivo, no importa si es África, Ucrania o el conurbano bonaerense, y que, como Pripyat, yace en un limbo en el que faltan 960 años para la “recuperación”.
El artista sanitario, editado en Córdoba por Postales Japonesas, parece el producto de una escritura previa a Cuaderno de Pripyat: curiosamente su ciudad protagonista es Oslo (“Oslo la refractaria”), allí donde viaja la amante de Malofienko. También urbe de matanzas y sacrificios tribales, es allí donde pinta el “artista sanitario” sus obras, en su habitación circular y con su dedo-pincel, mientras se comunica con su colega pintor de la “Florencia del Elba”, antes de emprender una visita al maestro y viajar en busca de su destino hacia el DF en México, donde se encuentra con el muralista José Clemente Orozco y sus frescos sobre Quetzalcóatl.
Relatos raros, cautivantes y de una predestinación bienvenida, las obras de Ríos sólo pueden equipararse a las de Bellatin en su aislamiento extraterrestre, su pulcritud experimental y su oscuro sentido del humor. Pero como le pasa a Malofienko cuando lo comparan con su némesis Sergei Sviatchenko y, enojado, se defiende diciendo “no soy un artista”, así tampoco vale la pena establecer lazos entre dos autores que, más que “escritores”, son fundadores de flamantes alquimias narrativas, las que dejan atrás tendencias previsibles y recurrentes para erigir ciudadelas exóticas y a la vez cercanas.

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