A propósito de Las teorías salvajes, de Pola Oloixarac
por Mariano Dorr, para Radar
Algunos de los primeros capítulos de esta novela filosófica comienzan con el relato de un rito de iniciación; niños que son perseguidos y atormentados por hombres enmascarados “que amenazan a los pequeños iniciados, persiguiéndolos a punta de lanza hasta empujarlos al centro de los rituales del miedo”. Una vez de regreso, los niños traen puestas las mismas máscaras con que habían sido perseguidos: dejan de ser presas para convertirse en cazadores. La experiencia del miedo los prepara para enfrentar las dificultades de la vida en comunidad y, sobre todo, la guerra. El primer epígrafe de la novela pertenece a un texto de Adorno: “Toda la práctica, toda la humanidad del trato y la conversación es mera máscara de la tácita aceptación de lo inhumano” (Mínima Moralia). Es decir, la práctica misma de los ritos de iniciación, donde hacen falta torturadores enmascarados –verdaderos precursores de toda pedagogía futura– es ya una “mera máscara”. ¿Y qué hay detrás de ese disfraz? Sólo bestias; la más cruda brutalidad que llamamos, eufemísticamente, humanidad. Las teorías salvajes cuenta (entre otras historias paralelas) la iniciación de la “pequeña Kamtchowsky” y su grupo de amigos en la vida sexual e intelectual de Buenos Aires en la era del blog y la ketamina; pero esta vez, se trata de una iniciación con tormentos teóricos y son las teorías mismas las que ahora se exhiben como máscaras. En definitiva, las teorías son máscaras detentadas por tribus modernas. En este sentido, el texto se revela menos como una novela filosófica que como una ficción teórica. En su estructura, la novela amenaza con presentarse como un Tractatus, aunque asediado por el mismo caos que caracterizó desde siempre a la filosofía.
Una voz femenina en primera persona especula con fascinar a un viejo y afamado profesor de Puan (Filosofía y Letras) proponiéndole “un proyecto imposible”: llevar sus propios desarrollos teóricos –la “Teoría de las Transmisiones Yoicas”– a su máxima radicalidad. El loco afán de seducir al profesor Augusto García Roxler lleva a la narradora a escribir sus más bellas páginas en algún lugar entre la carta de amor, la meditación cartesiana y la filosofía política hobbesiana. Para explicar el vínculo entre Soberanía, Reverencia y Muerte, la narradora observa (como Spinoza con sus arañas) un encuentro entre su gata –Montaigne– y una “Blatella Germanica”, la típica cucaracha. Ante el poder de la gata, que la manipula con facilidad, la cucaracha “avanzó voluntariamente hacia su Predador y se postró frente a él”. La narradora se pierde en el “derrotero mental del insecto” Y si es posible imaginar la voz interior de la cucaracha es, ante todo, porque nosotros mismos somos conciencia, y la conciencia –según la teoría– no es sino el resultado de la experiencia del terror. Sólo puede haber un Yo allí donde hay miedo.
La primera novela de Pola Oloixarac no es tanto un texto ambicioso como una novela sobre la ambición. ¿Acaso “pensar”, decir “yo pienso” no es ya una empresa ambiciosa? Las teorías salvajes propone su propio proyecto imposible: hacer un retrato del Yo. Es decir, el retrato de esa ficción que asumimos todos los días, sin hacernos cargo de sus efectos. Y no se trata ni de una psicología ni de una fenomenología del espíritu, sino más bien de una comedia filosófica deslumbrante.
lunes, enero 26, 2009
Retrato del Yo
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3 comentarios:
deberían prohibir esta novela por inmoral!
Queremos saber el verdadero nombre de Pola. Apostamos por María Marta López. O algo así.
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