A raíz de la publicación española de Opendoor (vía Caballo de Troya), el crítico Jorge Carrión analiza para el diario madrileño ABC la obra de nuestro Iosi Havilio y, vaya, descubre que es un gran escritor. Dice Carrión en su nota La vida contemporánea:
«No es extraño que la antología de nueva narrativa argentina más influyente de esta década, La joven guardia (2005) -que acaba de publicarse en España-, no registrara la existencia de Iosi Havilio (Buenos Aires, 1974). Antes de esa fecha había firmado la dramaturgia y la puesta en escena de El comeclavos (2003), obra inspirada en Kafka y en Saer. Pero fue en 2006, tras la publicación de Opendoor por parte de la entonces diminuta editorial Entropía, cuando el escritor empezó a ser considerado como tal.
El debut tuvo una recepción que aquí sería impensable: dos de los críticos locales más respetados, Beatriz Sarlo y Quintín, analizaron y saludaron por escrito la ópera prima. Y al año siguiente, en la antología Buenos Aires / Escala 1:1, de la misma editorial, sí encontramos a Havilio como uno de los jóvenes autores imprescindibles de la escena porteña. El barrio escogido para ambientar su cuento es La Boca, el patio trasero de la capital; se titula «Quinquela» y relata, en primera persona, cómo el encargado de un edificio le confiesa al narrador que en 1989 robó dos cuadros de Quinquela Martín y cómo, en el almacén donde todavía los guarda, se folla a adolescentes de trece o catorce años.
En el depósito de cadáveres. El relato miniaturiza el mundo y los mecanismos que se exponen en Opendoor. El momento más importante de la novela tiene lugar en La Boca: alguien, que podría ser la amiga de la narradora, se lanza desde el viejo Puente. Después de ese incidente casi onírico, la vida de ella alternará entre Open Door, un pueblo a las afueras de la megalópolis, y el depósito de cadáveres adonde debe acudir cada vez que encuentran a una chica muerta.
La tradicional tensión entre campo y ciudad se resuelve de forma novedosa: la urbe es la muerte, el olvido de la biografía, sentimental y profesional, porque la narradora no desea regresar a su vida urbana ni a sus tareas veterinarias; pero el campo no es ni mucho menos la vida, sino la muerte en vida, la locura. Porque el pueblo donde se refugia, amancebada con un hombre mucho mayor que ella, debe su topónimo a un sistema decimonónico de hospitalización psiquiátrica de «puertas abiertas», lo que contagia a toda la zona un sesgo de extrañamiento, kafkiano, enloquecedor.
Miseria moral. La historiografía entra en la novela de mano del relato de un viajero francés que describió el hospital y sus habitantes. Si en «Quinquela» la cultura se volvía texto a través del hurto, en Opendoor lo hace mediante la traducción de una aficionada; en ambas narraciones queda en un discreto último plano, porque los primeros los ocupan por completo la descripción del tedio, de la miseria moral y de promiscuidad sexual.
El tono es post-existencialista. La sobriedad estilística no está reñida con el golpe de efecto e incluso con la poesía. Los cuerpos se relacionan en una zona intermedia entre la brutalidad de las nouvelles de Colautti y la ambigüedad del mundo de Lucía Puenzo. El éxito del proyecto se cifra en la verosimilitud de la voz narrativa, una mujer que ronda los treinta años, que no revela datos vitales y que se sitúa, equidistante, entre la vida adulta (el embarazo, el matrimonio, la autonomía económica) y la adolescencia (el sexo maratoniano, la ausencia de compromiso, la dependencia).
En el subtexto encontramos una latente y conflictiva relación con la religión: la narradora parece incapaz de religar los cabos trascendentales que va dejando sueltos, como si fuera puro presente, pasado triturado, imposible de transcribir. Recuerda por momentos a la narradora de Me encantaría que gustes de mí (2002), de la performer Fernanda Laguna, a quien César Aira reescribió en Yo era una chica moderna (2004).
Esa podría ser la línea del travestismo de Havilio. Pero su intención parece la opuesta a la de Laguna/Aira: su chica no quiere ser moderna, se queda preñada de un granjero, duerme bajo un crucifijo, es mantenida. «Católica o moderna. No está claro», leemos. Sólo su actividad gay sintoniza con su época; pero la reprime o la desvía, la vuelve tradicional. En esas contradicciones estriba su fascinación como sujeto de lectura. Absolutamente contemporáneo.»
viernes, junio 19, 2009
La vida contemporánea
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1 comentario:
hablan de la época en que entropía era una editorial "diminuta" y me da mucha nostalgia!
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