martes, junio 02, 2009

Paisaje semidesértico con escritor argentino

[Entrevista a Carlos Ríos. Por Ezequiel Alemian, para Perfil.]

Editorial Entropía distribuye en estos días Manigua, primera novela de Carlos Ríos, escritor argentino que vivió siete años en México y acaba de regresar al país. Subtitulada novela swahili, Manigua narra el viaje de Apolon en busca de una vaca para sacrificar el día del nacimiento de su hermano, por un territorio donde el estado y la propiedad se encuentran casi por completo descompuestos. Clanes tribales luchan entre sí para afirmar su identidad, también agonizante. Ríos tiene publicados tres libros de poesía, y en el 2004 obtuvo el Primer Premio del Concurso Universitario de Poesía de Puebla. En esa ciudad, donde trabajó como evaluador de proyectos de creación literaria para fondos estatales, asistió al taller de Daniel Sada.

–Hay en Manigua una construcción muy específica de un mundo en un espacio y un tiempo complejos para identificar. ¿Cómo concebiste ese espacio, y qué es lo que quisiste transmitir a su través de su funcionamiento?
–Manigua se me apareció como un escenario semidesértico muy propicio para indagar lo que había en él. Eso fue lo primero. Después empecé a ver que en ese escenario se movían algunos personajes. Podría decir que la acción transcurre en Africa. Y es cierto, hay marcas que lo dicen. Pero también es un espacio puramente literario, en el que que yo me voy moviendo y poniendo en juego lecturas, reflexiones, voces. En esa zona inestable, siento que se empieza a jugar algo entre esa topografía, ese lugar, esas voces, esos personajes, algo como una especie de tensión, y ahí es donde se arma el relato.

–¿No sabías a dónde ibas cuando empezaste Manigua?
–En uno de los últimos capítulos del libro aparece un africano que dice que es el último de su clan. Es una imagen que vi en la tele; un aborigen australiano, que decía que estaba solo, pero que sentía en el aire que sus hermanos lo acompañaban. Y me di cuenta de que quería escribir algo para llegar a eso. Cada capítulo, de todas formas, se va armando a medida que se cuenta.

–Por momentos el lugar parece Africa, pero por momentos podría ser un suburbio trash de cualquier ciudad grande de occidente.
–Sí. Pero lo importante es cómo funciona ese sistema, qué está pasando con esa gente que todo el tiempo tiene que ir negociando su vida en un mundo de restos. Es algo que siento muy atado a mi forma de escribir. Voy buscando algunos hilos, viendo hasta dónde llegan, sin preocuparme de que después esté todo perfectamente atado. Los capítulos son cortos, escribía uno por día. Siento que a la vez que novela, Manigua es un diario. Me gusta que lo que estoy contando se contamine con lo que escucho o lo que leo ese día.

–De hecho, hay referencias a mundos muy divergentes en el libro...
–El montaje de referencias lo entiendo un poco como un trabajo de composición poética. Siempre pienso en esa idea de un texto como un imán que atrae elementos diferentes. A ver, me digo, esto que estoy escribiendo, qué puede atraer. Cuanto más salvaje sea esa intrusión, en el sentido de que lo que llegue mine, genere inestabilidad, incertidumbre, incertezas, mejor. Todo lo que venga para contrarrestar esa idea de “estoy escribiendo una novela y sé para dónde va”, dejo que vaya hacia el texto. Todas las referencias que aparecen contribuyen a armar un Africa, pero muchas de ellas no son africanas.

–Esa idea de inestabilidad se da en varios niveles del texto.
–Quería trabajar sobre ese hilo donde todo no empieza a cuajar o a solidificarse. Estaba más cerca de la idea de un boceto de novela que de una novela perfectamente edificada. Quería meter la escritura ahí, en esa frontera. Manigua arranca, después parece que arranca otra vez; es una novela muy cortita pero tiene como tres finales.

–¿Y por qué esa mutación en la figura del narrador, ese cambio de persona?
–Surgió sobre la marcha y lo dejé, que estuviera. Empecé a escribir en tercera y casi como una equivocación apareció la primera. En un capítulo las dejé entreveradas, como si fuese una marca. Apareció, lo marqué; no es un logro. Me gusta que las costuras queden en la sintaxis.

–¿Qué lengua se habla en Manigua?
–Para mí es swahili. Es una lengua que parece armada de lo que le pudo robar a otras lenguas. Se habla con requechos de palabras. Eso me generó cierta incomodidad cuando se impuso la primera persona: la forma que tiene el personaje de nombrar, esa sintaxis que se defleca, que también forma parte de los restos. Me costó aceptarla. Pero escribir también es aceptar un modo de decir que no es el tuyo.

–¿Qué novelas te acompañaron la escritura de Manigua?
–Leí Memorias de un pigmeo, de Hebe Uhart, El africano, de Le Clezio, y Las posibilidades del odio, de María Luisa Puga, una mexicana, con una obra muy despareja. Vivió un tempo en Kenya y escribió esta novela, muy política, de los años 70’. Me interesó su percepción, maravillosa.

–¿Y Bellatin?
–Más que el gusto por algún libro, ahora me interesa su concepción del acto de escribir, de la puesta en escena de la palabra, esa cosa casi de performer que tiene.

No hay comentarios.: