martes, octubre 13, 2009

Un oído privilegiado

[por Valeria Meiller, para Ñ, a propósito de Agosto, de Romina Paula]

¿Vos me querés a mí? (Entropía, 2005) es el título del debut novelístico de Romina Paula. Allí, la joven escritora -que también es dramaturga, directora teatral y actriz- apostaba a lo que Beatriz Sarlo llamó "un ejemplo casi experimental de estilo". La novela se acercaba a los personajes a partir de la transcripción directa de sus diálogos y lo hacía con tanta destreza que por momentos el lector quedaba atrapado en el oleaje de las conversaciones como si verdaderamente estuviera ahí.

En este sentido, Agosto, su nueva novela, funciona al mismo tiempo como la confirmación de ese oído privilegiado y la posibilidad de extremar la escucha en el interior de una única voz. La novela entera se construye como un diálogo trunco o como un diario de viaje dirigido, escrito especialmente para ser leído por alguien. Pero todo está relatado en un registro mucho más próximo al oral que al escrito por lo que, en un afán conciliador, a lo sumo podría decirse que la novela entera está construida como un largo monólogo en el interior de una conversación telefónica. El único problema para decir esto es que ya desde la primera página sabemos que uno de los interlocutores está muerto.

Emilia viaja a Trelew invitada por la familia de su mejor amiga para asistir a una ceremonia: a cinco años de su muerte, Andrea está a punto de ser desenterrada de una fosa común y sus padres planean hacer cremar su cuerpo y arrojar las cenizas al río. Emilia también es de Trelew pero hace algunos años que vive en Buenos Aires con su hermano y, como ella misma dice, ha ido construyendo su vida allá. Sin embargo, como se irá demostrando en el decurso de la novela, el sur todavía tiene mucho más de su vida de lo que a ella misma le gustaría. El motivo de su regreso en sí mismo tiene una carga emocional muy fuerte, que se irá reforzando a partir de ciertas circunstancias, más o menos fortuitas, arrastrándola a revisitar zonas peligrosas de la memoria. Un disco de los Counting Crows, una campera, una sillita de bebé: todos los objetos que Emilia va encontrando a su paso se parecen a descargas eléctricas que golpean sobre el presente con la furia del pasado poniendo en jaque sus certezas.

Por momentos, el relato vuelve a lo que está sucediendo en Buenos Aires y es aquí donde Romina Paula demuestra una enorme capacidad de objetivar las sensaciones de su personaje: en su departamento hay un ratón, una rata, una laucha, algo. Un roedor que viene a cumplir las de su ley enrareciendo el espacio habitable, volviéndolo abyecto y expulsando a la protagonista en relación a su regreso. Las conversaciones telefónicas con Ramiro, su hermano, están todas tomadas por ese asunto. Pero este es apenas uno de los eslabones en la cadena de pequeños elementos perturbadores que, en su conjunto, le imprimen a la historia un halo misterioso. Otro, por dar un ejemplo, es la serie de capítulos breves donde, sin ningún motivo aparente, Emilia se dedica a la descripción de crímenes familiares leídos o escuchados, siempre de lo más escandalosos.

La relación entre lo que se dice y lo que se calla funciona para el lector como un disparador de infinidad de conjeturas y posibles desenlaces. Y es en ese margen donde la novela adquiere gran parte de su fuerza: la voz que cuenta, en Agosto, se repite, se desdice, por momentos incluso se vuelve huidiza. Pero igual avanza, dueña de una genialidad vertiginosa, hiperconsciente de que la única manera de que esta especie de no-diario exista es seguir monologando hasta la última página.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

hermoso libro!

Anónimo dijo...

Si, totalmente de acuerdo con anónimo 1. Hermoso.

A.

Anónimo dijo...

hermosísimo.

B.

Anónimo dijo...

¡amamos a romina!