Patricio Zunini lee La comemadre, de Roque Larraquy, y luego entrevista al autor para el blog de Eterna Cadencia:
«Se llama Roque Larraquy y aunque su nombre tiene una musicalidad como de trabalenguas, su narrativa tiene un fuerte componente visual. Es el autor de la novela La comemadre, ópera prima en la que desarrolla una trama que combina, con artefactos propios de Bioy Casares, el positivismo científico de principios de siglo que llega a desarrollar experimentos que incluyen la decapitación de pacientes terminales, con el mercado del arte que parece no definir límites al momento de manipular el cuerpo como un lienzo.
—Es una novela en dos partes –explica Larraquy–. La primera transcurre en 1907 y cuenta la historia de un grupo de médicos de una clínica suburbana que desarrollan un experimento cruel, entre la pseudociencia y la religión, con el fin de indagar qué hay después de la muerte. El protagonista participa en el experimento motivado por su amor hacia la jefa de enfermeras, la señorita Menéndez, y paulatinamente descubre que no es el único interesado en ella. Esto lo lanza a una competencia inescrupulosa con sus colegas. La segunda parte transcurre en 2009, tiene un tono más artificial que la primera y trata sobre un artista que busca ingresar en el mercado del arte tensando la cuerda entre cultura popular y espectáculo.
—Rápidamente surgió el tema de la crueldad, que recorre toda la novela: ¿puede haber ciencia o arte sin crueldad?
—Sí, puede haberlos. La ciencia se ha encargado, no sé si con éxito, de desplazar el problema de la crueldad fuera de sus límites. El arte, en cambio, si tomamos la idea que heredamos de él de las vanguardias históricas, tiene que ver con un cierto desacomodamiento de la percepción, y eso difícilmente ocurre sin violencia. Buscar ese efecto es, de algún modo, planificar desde la crueldad. En lo que respecta a la novela, la crueldad aparece inscripta como un resultado del amor. El protagonista de la primera parte, el doctor Quintana, cree estar enamorado de esta mujer de la que no sabe casi nada, ni siquiera su nombre de pila. La identidad de ella se recorta en el deseo de él. Es como un amor a solas, una pura proyección. Un amor fundado en esas bases, alimentado por la competencia, carece de ética y fácilmente puede hacerse cruel. Algo similar ocurre con el protagonista de la segunda parte, sólo que en este caso le juega a favor, ya que su lectura desalmada del mundo del arte, su objeto de deseo, le permite ingresar en él a fuerza de cálculo y especulación.
—¿En qué medida la crueldad como espectáculo promueve el experimento?
—Siendo una novela monosexual, protagonizada casi exclusivamente por hombres, donde las mujeres ocupan un lugar fantasmático, ciertamente hay un juego con los valores más rancios de la masculinidad. ¿Quién se queda con la chica? ¿Quién tiene el poder? ¿Quién la tiene más grande? Es un espectáculo fogueado por la testosterona, y en ese plan vale todo, acumular enfermos terminales para cortarles la cabeza, o extirparse un dedo, o cambiar de rostro mediante cirugías, cualquier cosa sirve para conseguir el premio, aunque no se sepa muy bien en qué consiste el premio.»
La entrevista completa, acá.
lunes, febrero 28, 2011
La maquinaria de la crueldad
viernes, febrero 25, 2011
Confidencias
Romina Paula participará, esta mismísima noche, de una nueva edición del ciclo Confesionario, que ahora tiene también su correlato radial y que conduce Cecilia Szperling.
Aquí, el programa:
Confesionario Radio Vivo
Confiesan: Pedro Mairal, Romina Paula y Paloma Fabrykant.
Música: Paula Maffía y Mel Muñiz de Las Taradas y la increíble Orquesta Inestable.
Confesora: Cecilia Szperling.
Cameo/Barman: Tommy Barban
Viernes 25 de febrero de 22 a 24 hs.
CCRRojas/Sala Batato Barea.
Gratis.
jueves, febrero 24, 2011
Molina cuenta su libro
Ignacio Molina es entrevistado por el equipo de Cuento mi libro, a raíz de la publicación de su novela Los modos de ganarse la vida.
lunes, febrero 21, 2011
Cabezas perdidas
Damián Huergo lee La comemadre, de Roque Larraquy, y la reseña para Radar Libros:
«Pensemos dos casos. El primero ocurre en 1907 en el Sanatorio Temperley. Un grupo de médicos, influido por el positivismo y el higienismo, emprende un experimento absurdo en pos de la “evolución de la ciencia”: decapitar a enfermos terminales y pedirles a las cabezas cortadas que cuenten sus –supuestos– últimos nueve segundos de lucidez. El segundo caso sucede un siglo después. Un prodigioso artista busca provocar a la sociedad de la imagen, convirtiendo su propio cuerpo en objeto de arte y mercancía a la vez. Estos sucesos podrían aparecer como objeto de estudio en algún seminario inédito de Foucault, que sea el eslabón perdido entre sus ensayos sobre la anátomo-política y la biopolítica. Sin embargo, son el eje narrativo de los dos relatos que integran La comemadre, la maravillosa y extravagante novela con que el joven escritor Roque Larraquy hace su debut literario.
En el primer relato Larraquy construye una atmósfera lúgubre, acorde con la rareza del proyecto. La arquitectura hospitalaria, las mentiras convertidas en verdades absolutas por el saber médico y los silencios –con tufillo conspirativo– de los pasillos recuerdan el clima turbio de El hombre elefante, de David Lynch. En ese escenario, los “hombres de ciencia” se arriman a responder una las preguntas troncales de la filosofía y la religión: ¿qué sucede después de la muerte? Con buenas dosis de humor macabro, Larraquy crea un relato científico-filosófico para nada acartonado. Allí los personajes no hacen preguntas como un mero ejercicio intelectual, las responden con el cuerpo, literalmente. De ese modo Larraquy parece burlarse del cliché del mundo intelectual que vive dudando. Y fuerza a sus personajes a asumir la monstruosidad de sus ideas como un sacrificio necesario al servicio de un ente que los excede (en este caso la ciencia).
En el segundo relato las ideas también generan movimiento. Allí el joven artista plástico –mezcla de Ignatius Reilly y Oscar Wao– responde a la tesis de una doctoranda sobre su obra. En estas páginas narra su insólita biografía personal y artística. Repasa su infancia como niño prodigio apadrinado por Silvio Soldán, se ríe de las lineales comparaciones de su trabajo con El Matadero (como si el propio Larraquy se adelantara a las lecturas de La comemadre) y detalla con pasión las intervenciones artísticas en su propio cuerpo. Además, como al pasar, elabora un consciente ensayo sociológico sobre las nuevas reglas del arte. Alega que es necesario hacer alboroto afuera del campo artístico con una primera obra “que estimule la vulgaridad y la vergüenza ajena”. Y así desplazarse del afuera hacia adentro, desde “las páginas de Sociedad hasta las de Cultura”, hasta lograr que todos –sectores ajenos y propios del campo– identifiquen su nombre como si fuese una marca.
Ambos relatos están narrados en primera persona, con una precisa y acertada prosa que talla cada frase como si fuese el trabajo de un artesano. Además comparten escenarios, objetos y nombres familiares que sirven de puentes de conexión –espacial y temporal– entre los dos textos. Pero sobre todo la gran similitud que tienen es que por debajo, como si fuese el motor escondido que hace avanzar las atroces ideas científicas y artísticas, se desarrollan complejas (¿acaso las hay de otro modo?) historias de amor.
La comemadre, por su familiaridad con lo monstruoso y lo disparatado, se puede leer en sintonía con el trabajo de otros raros de la literatura latinoamericana, como Juan Emar, Pablo Palacios o los textos de Felisberto Hernández influenciados por Lautréamont. A la vez, los dos relatos se diferencian de otras novelas de tesis o de ficciones teóricas, donde las ideas sólo batallan en la arena del lenguaje. En cambio, en La comemadre, una idea, un pensamiento, puede dejar a varios sin cabeza o –en el mejor de los casos– con una pierna menos. Porque, como los buenos escritores, donde hay ideas Larraquy también ve acción.»
jueves, febrero 17, 2011
Long sellers
Así, como puesta al descuido un jueves en un blog, esta foto no dice mucho. Pero el asunto es que tanto Agosto como ¿Vos me querés a mí?, las dos novelas de Romina Paula que ha editado esta casa, acaban de atravesar un reciente proceso de reimpresión. La opera prima de la autora nacida en 1979 ya va por su tercera edición. Agosto, recientemente elegida por Ñ como el libro del 2010 en el rubro narrativa, va por su segunda tirada. Bueno, eso.
jueves, febrero 10, 2011
El receptor ausente
Rosario Arán lee Agosto, de Romina Paula, y escribe para Libros y Literatura cosas como éstas:
«El libro es una larga carta a su amiga, donde le cuenta su viaje aunque no nos damos cuenta que se trata de una carta. Porque parece una conversación, una verborragia típica argentina –con las expresiones de la oralidad puestas de forma prolija en la escritura– para comentar las sensaciones que le produce el encuentro con lo que se dejó atrás.»
«No es fácil llevar la oralidad a la escritura, en especial como hablamos los argentinos, con velocidad y miles de expresiones particulares que pueden parecer obscenas pero se han vuelto corrientes en las conversaciones. Sin embargo, allí en el papel, vuelca todo como si estuviese conversando con esa amiga. Ese ritmo de lectura, te engancha, te arrastra y sin darte cuenta vas pasando las páginas sintiéndote como si te hablara directamente.»
«No puedo dejar de añadir, que la ausencia de esa amiga, a quien recuerda y mediante esa enorme conversación/diario/carta, le habla porque tiene la necesidad de compartir todos esos interrogantes e impresiones que le van surgiendo (no todas grises, algunas son cómicas o la autora al usar herramientas de la conversación, utiliza expresiones que resultan más humorísticas). Y esa relación con el receptor ausente, conmueve aunque no se llene de palabras que lo reflejen. El libro en sí, lo expresa, entre líneas.»
La reseña completa, acá.