lunes, febrero 28, 2011

La maquinaria de la crueldad

Patricio Zunini lee La comemadre, de Roque Larraquy, y luego entrevista al autor para el blog de Eterna Cadencia:

«Se llama Roque Larraquy y aunque su nombre tiene una musicalidad como de trabalenguas, su narrativa tiene un fuerte componente visual. Es el autor de la novela La comemadre, ópera prima en la que desarrolla una trama que combina, con artefactos propios de Bioy Casares, el positivismo científico de principios de siglo que llega a desarrollar experimentos que incluyen la decapitación de pacientes terminales, con el mercado del arte que parece no definir límites al momento de manipular el cuerpo como un lienzo.

—Es una novela en dos partes –explica Larraquy–. La primera transcurre en 1907 y cuenta la historia de un grupo de médicos de una clínica suburbana que desarrollan un experimento cruel, entre la pseudociencia y la religión, con el fin de indagar qué hay después de la muerte. El protagonista participa en el experimento motivado por su amor hacia la jefa de enfermeras, la señorita Menéndez, y paulatinamente descubre que no es el único interesado en ella. Esto lo lanza a una competencia inescrupulosa con sus colegas. La segunda parte transcurre en 2009, tiene un tono más artificial que la primera y trata sobre un artista que busca ingresar en el mercado del arte tensando la cuerda entre cultura popular y espectáculo.

—Rápidamente surgió el tema de la crueldad, que recorre toda la novela: ¿puede haber ciencia o arte sin crueldad?

—Sí, puede haberlos. La ciencia se ha encargado, no sé si con éxito, de desplazar el problema de la crueldad fuera de sus límites. El arte, en cambio, si tomamos la idea que heredamos de él de las vanguardias históricas, tiene que ver con un cierto desacomodamiento de la percepción, y eso difícilmente ocurre sin violencia. Buscar ese efecto es, de algún modo, planificar desde la crueldad. En lo que respecta a la novela, la crueldad aparece inscripta como un resultado del amor. El protagonista de la primera parte, el doctor Quintana, cree estar enamorado de esta mujer de la que no sabe casi nada, ni siquiera su nombre de pila. La identidad de ella se recorta en el deseo de él. Es como un amor a solas, una pura proyección. Un amor fundado en esas bases, alimentado por la competencia, carece de ética y fácilmente puede hacerse cruel. Algo similar ocurre con el protagonista de la segunda parte, sólo que en este caso le juega a favor, ya que su lectura desalmada del mundo del arte, su objeto de deseo, le permite ingresar en él a fuerza de cálculo y especulación.

—¿En qué medida la crueldad como espectáculo promueve el experimento?

—Siendo una novela monosexual, protagonizada casi exclusivamente por hombres, donde las mujeres ocupan un lugar fantasmático, ciertamente hay un juego con los valores más rancios de la masculinidad. ¿Quién se queda con la chica? ¿Quién tiene el poder? ¿Quién la tiene más grande? Es un espectáculo fogueado por la testosterona, y en ese plan vale todo, acumular enfermos terminales para cortarles la cabeza, o extirparse un dedo, o cambiar de rostro mediante cirugías, cualquier cosa sirve para conseguir el premio, aunque no se sepa muy bien en qué consiste el premio.»

La entrevista completa, acá.

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