miércoles, noviembre 02, 2011

La edad de la sed

Fernanda Nicolini lee La sed, de Hernán Arias, y entrevista al autor para la revista Llegás:


«Si la literatura no le hiciera trampa a la memoria, si no se la apropiara como una materia dispuesta a ser traicionada más que respetada (qué sería de un recuerdo sin el relato que lo ficcionaliza y lo abre como un abanico: las imágenes se reducirían a un olor indecible, a la manera de masticar de un familiar del que no recordamos el nombre; simples detalles apelmazados), si esa trampa no existiera, decíamos, a muchos escritores les faltaría la pulsión para sentarse a escribir. Hernán Arias es de los que le hacen trampa a la memoria. Y de los que saben tirar de lo real que quedó comprimido en el recuerdo para reinventar una geografía mental. Nació en 1974 en San Francisco, ciudad cordobesa enclavada en el límite con Santa Fe, ahí donde a la pampa se le dice gringa y la provincia pierde su relieve irregular y su tonada para extenderse en llanura fértil. Un día de 2001, se sentó a escribir el primer capítulo de lo que después se convertiría en su novela, La sed, con la que ganó el premio provincial Daniel Moyano, y que ahora reedita Entropía: Salimos de la casa en silencio. Mi padre me hizo señas, cuando me despertó, para que no hablara. Las mujeres seguían durmiendo. Mi abuelo ya estaba afuera cuando salimos. Había desatado al perro. El perro caminaba en todas direcciones, excitado, buscando rastros entre los árboles frutales. Hacía frío. Mi padre había preparado café mientras yo me cambiaba. Mi tío salió en último lugar. Traía la campera y el cinturón con los cartuchos en una de sus manos“.

Es una mañana de junio de 1986 en medio de la Pampa Gringa y el que está a punto de salir de caza, casi como un ritual iniciático, es un chico de unos doce, trece años. Tiene los sentidos alerta: no quiere perderse ninguna señal que pueda habilitarle la entrada al mundo al que ahora le permiten asomarse, el de los grandes. Es la edad de la sed. ¿Por qué narrar la edad de la sed? “Hay una frase que escribió Montaigne como síntesis de sus ensayos: «Soy yo mismo la materia de mi libro.» Creo que también es una frase válida para los escritores de ficción, en mayor o menor medida. Para mí la escritura forma parte de un recorrido en el que voy encontrando con qué entretenerme, y para eso algo que tengo muy a mano y a la vez me resulta muy atractivo porque lo que me constituye es mi propia experiencia. Mientras escribía La sed, estuve pensando en un período de mi infancia y en mi pubertad, en determinadas personas y situaciones, y ficcionalizando todos esos recuerdos“, dice Hernán.

Primero fue el capítulo de la caza. Así, como algo suelto que, de todos modos, no terminaba de cerrar. “Cuando lo releía me quedaba la sensación de que estaba frente a algo incompleto. Después, hablando con otros escritores, supe que pasar por esa sensación frente a un texto y trabajar a partir de eso es bastante común“.Y entonces le siguieron cuatro capítulos más: cada uno condensa un día en la vida del narrador, y bien podrían funcionar como una muestra de su educación sentimental. Entre los vaivenes de una familia que se instala d en una casa de campo “con la abuela enferma, el tío algo errático, el primo que se muda a la ciudad-, aparecen la excursión en busca de leña, las lecciones de cómo asar un animal, el ritual de la apuesta de carreras. Instrucciones para ser adulto, que solo otro adulto de la familia puede transmitir. En el medio queda lo que nadie explica ni se anima a preguntar.

“Me gusta la idea de una educación sentimental de la Pampa Gringa”, concede. “Aunque no sé si se trata de una educación sólo sentimental. Me parece que hay varios asuntos mezclados. Usé a propósito pocos puntos y aparte en la novela porque pensaba que en una narración fluida las jerarquías en algún momento podían confundirse. Para mí las historias se vuelven más interesantes cuando pierden nitidez. Intenté que los personajes pasaran de una situación a otra o de un asunto a otro sin cortes, como le pasa a cualquiera todos los días: tenemos que atravesar una mezcla de cosas“.»

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