viernes, enero 13, 2012

La metamorfosis de un cuerpo

Ignacio Iriarte lee El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona, y escribe su reseña para Bazar Americano:

«Como se sabe, la metamorfosis tiene una amplia tradición. En la Antigüedad Clásica el argumento juega un rol central. La metamorfosis suele ser un relato que cuenta la transformación de una divinidad en alguna cosa de la naturaleza, por ejemplo la metamorfosis de Narciso en la flor que crece junto al río. Así, establece una comunicación entre el mundo profano y el mundo de lo sagrado. A fines del siglo XIX, pero retomando viejas tradiciones, los hombres lobo y los vampiros, con sus poderes para transformarse en murciélagos, lobos, ratas, insectos y niebla, conectan el tema con la animalidad que late debajo del hombre, forma mediante la cual la literatura recupera, tras el racionalista siglo XVIII, los temas góticos, los temas de la cultura goda que habían quedado sepultados como irracionales. Poco después, el gran libro de Kafka retoma la metamorfosis para elaborar una extraordinaria metáfora del individuo ante el peso de una sociedad burocrática que masifica a los hombres y los transforma en seres anónimos e indiferentes. La filosofía no fue ajena a este argumento inquietante. Algunas décadas atrás, Gilles Deleuze y Félix Guattari volvieron a la metamorfosis a través del “devenir animal”, concepto mediante el cual comprendieron la necesidad de salir del familiarismo y de las instituciones sociales que constriñen al ser humano.

Con la novela El animal sobre la piedra, la escritora mexicana Daniela Tarazona se inscribe en esta amplia tradición. Con un estilo fragmentario, en el texto recupera la metamorfosis para establecer un relato incierto sobre el cuerpo y sus transformaciones. El tema, asimismo, le permite salir de la literatura de lo originario, tan presente durante el siglo XX, que en México tiene su gran realización en Pedro Páramo. Como toda oposición, esta diferencia se basa en algunas similitudes. La más importante es que Tarazona y Rulfo escriben relatos de viaje tras la muerte de la madre. En Pedro Páramo Juan Preciado busca la tierra en la cual Dolores Preciado ha sido feliz, sembrada de trigo como miel derramada y de sus recuerdos que se pegan en las paredes de las casas a medio caer. Casi no hace falta citar el comienzo: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo”. Juan Preciado busca el origen en esa tierra de su madre y por eso mismo busca a su padre, para cobrarle el olvido en el que los tuvo. En cambio, Tarazona le arranca a la muerte de la madre un camino opuesto, un viaje que no es hacia el pasado, hacia el origen mítico y a la noche de los tiempos, sino hacia el futuro abierto de la metamorfosis. Narrada en primera persona, como si fuera el cuaderno escrito por una mujer joven pero de edad incierta, en las primeras páginas de El animal sobre la piedra se propone este camino inverso al de la narrativa de los orígenes:

"Desde que mi madre murió cada noche es de pensamientos. Llego cansada a la cama, duermo poco y despierto con temblores.

Yo no estoy enferma. Quiero escapar. Ansío la fuerza que me llevará a hacerlo.

Pienso en probar suerte en la tierra de mi madre, luego dudo, porque no me sentiría bien allí, así que escojo viajar al extranjero.

La salida no está hecha de pensamientos articulados, es el deseo en estado puro: correr como un animal perseguido."

Irma, así dice llamarse en un momento la mujer, escapa efectivamente como un animal perseguido. Viaja en avión y al llegar a destino comienza a experimentar una serie de transformaciones en su cuerpo: una noche se le desprende la piel y un día se echa a asolearse en una piedra junto al mar. Encuentra a un hombre raro con un oso hormiguero que hace de perro y continúa sus mutaciones hasta convertirse, casi completamente, en una iguana. Tarazona abandona el relato de los orígenes, que Rulfo llevó a su máxima expresión y tal vez a su acabamiento, y retoma la larga tradición de la metamorfosis. Con esto, compone una narrativa en la que se cruzan algunos de los temas que atraviesan la contemporaneidad: la subjetividad, la locura, el cuerpo propio y la reivindicación de lo femenino.»

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