Música prosaica (cuatro piezas sobre traducción) reúne
artículos de Marcelo Cohen en torno al oficio de traductor, que el autor
desempeñó durante 20 años en España. Dicha experiencia es la que reconstruye,
entre otras cosas, este libro ineludible sobre el arte de traducir.
Por Germán Lerzo para Revista Invisibles
“Hay una raza de hombres a la que debo, presumiblemente,
pertenecer,
que no baila más que con la música de lo incierto.”
J.J. Saer, En el extranjero
Rara vez los lectores tenemos la oportunidad de conocer la
intimidad del oficio del traductor. Sospechamos que se trata de una vida
atravesada por el lenguaje o, mejor dicho, por una atención minuciosa en torno
al uso de las palabras, y una memoria vasta acerca de los diversos significados
de un término. Esa experiencia suele ser lo que constituye, al mismo tiempo, el
dominio de un oficio muy arduo y mal remunerado, al que una persona se puede
dedicar, pongamos por caso, la mitad de su vida, como un médium que conecta a
un autor extranjero con su lector más remoto, franqueando el abismo existente
entre dos lenguas y dos mundos.
Música prosaica, (cuatro piezas sobre traducción) del
escritor y traductor Marcelo Cohen, permite acercarnos a ese universo personal
que combina elementos de la autobiografía (como el exilio en España, donde
Cohen fue traductor) con argumentos sólidos en torno a la traducción, al ritmo
de la prosa, a la liberación política mediante un uso particular del lenguaje y
a la tensión interna del yo ante los intentos de despersonalizarse. Los cuatro
ensayos que integran el libro conforman una unidad bien homogénea a pesar de
que se trata de una recopilación de artículos que fueron publicados en
diferentes revistas culturales. Como resultado de más de veinte años de oficio
que no cesa, Marcelo Cohen tradujo más de sesenta libros y una variada lista de
autores: Shakespeare, Henry James, F.S. Fitzgerald, T.S.Eliot, Stevenson,
Pessoa, William Burroughs, James Ballard, Ray Bradbury, Martin Amis, Chris
Kraus y A.R. Ammons, entre tantos otros. Incluso lo ha sobrado tiempo para
desarrollar una obra personal tan prolífica como la de los autores mencionados.
En Música prosaica la reflexión en torno al lenguaje siempre
se basa en una experiencia personal que la sostiene. El exilio, los veinte años
que el autor pasó en España (1975 – 1996) como traductor profesional marcan
gran parte de su experiencia y de las anécdotas que reconstruye. Dueño de un
estilo y una prosa impecables, Cohen no deja de lado cierta dosis de humor y
lucidez analítica para describir el malestar de un traductor argentino ante las
presiones de los editores españoles, quienes miraban a los latinoamericanos con
“afable socarronería” por el uso de un español impuro, de segunda mano. Cada
tanto nos regala definiciones sobre esa tensión que le “provocaron una erupción
de fundamentalismo rioplatense” contra el español peninsular: “Los españoles y
yo decíamos cosas muy diferentes con casi las mismas palabras”; “Yo era un
extranjero en una lengua madre que no era mi lengua materna”.
Ritmo y sentido
El primer ensayo, "Música prosaica", publicado en
el N° 4 de revista Otra Parte, empieza con una comparación entre los cambios
físicos, el cosquilleo en los dedos, que se siente durante una jornada de
traducción y la actitud del músico a la hora de tocar su instrumento para
interpretar una melodía ajena. Sólo que traducir es hacer música con palabras,
tratando de captar el ritmo sin perder de vista el sentido de lo que se
traduce. “Media la jornada y el original dice: If you probe in the ashes, they
say, you will never learn anything about the fire. Yo traduzco: Nada aprende
sobre el fuego, dicen, el que hurga en las cenizas. La inversión de la frase
salió de corrido, y la i acentuada de “cenizas” no desmerece la de “fire”. Así
el traductor pretende que está ejecutando una partitura, incluso tocándola de
memoria; pero mejor, porque en vez de desplegar la maestría dominante del
ejecutante se deja poseer, no exactamente por el original, sino por el lenguaje
primordial en cuyo pneuma todos los idiomas serían uno, como la música. Claro
que si bien nada le quita lo bailado, todos los días descubre la falacia.”
Esta introducción es la que le permite analizar la función
que adquiere el ritmo y la música tanto en la poesía como en la prosa. En
poesía, dirá, el ritmo y la cadencia musical del verso tienen la misma
importancia que el sentido y la razón para la prosa. La emoción que intenta
provocar el lenguaje poético se opone a la transmisión de información del
discurso narrativo: “La prosa sobrelleva adustamente la discordia entre sonido
y sentido, y la fatalidad artísticamente oprobiosa de referir y transmitir
información.” Así, el ruido en la narrativa es lo que no comunica significado
ni está en función de provocar un efecto. Por eso, Cohen coincide con Ezra
Pound para quien la percepción del intelecto se da en la palabra, y la de las
emociones en la cadencia. El oficio del narrador, y por qué no del traductor,
consiste en “encontrar en la música el pasaje entre sentimiento y razón”.
Finalmente, recupera el concepto de perfomance, un conjunto de movimientos
minúsculos –tempo, yuxtaposiciones, aliteraciones, variaciones de tonos– que,
combinados, conforman una gran ejecución. A través de la composición es que la
prosa puede encontrar su vía en la música. El primer párrafo de "El niño
proletario", de Osvaldo Lamborghini, donde el ritmo y el sentido están
perfectamente unidos, sería para el autor un ejemplo de eso.
La política de la lengua
En el segundo ensayo, que es el más autobiográfico y
político de todos, "Nuevas batallas por la propiedad de la lengua"
(publicado en el Nro. 37 de la revista Vasos comunicantes) expone ciertas
perplejidades sobre el lenguaje mostrando el vínculo estrecho entre la condición
del exiliado y los avatares a que se sometía su identidad y su idioma, durante
el período que pasó como traductor en España, donde las políticas localistas
del verbo le exigían cambios que tendían a españolizar sus versiones. “El
español ambiental me alejaba de mi cultura, cuya lengua era una de las
herramientas de su posible emancipación… Yo quería desintegrarme, sí, pero
conservando la voz”. Ese control de
calidad a que se sometía para depurar el texto de una supuesta argentinidad,
provoca una “guerra fría” entre Cohen y sus editores por la propiedad de la
lengua, ya que “no sólo se trataba de dirimir a quién pertenecía esa lengua
sino quién la usaba mejor”. Para el
autor, ellos confundían el presente perfecto con el pretérito indefinido, y no
hacían distinción entre el pronombre de objeto directo e indirecto, “se creían
llanos pero pensaban sin precisión”. En virtud de esto, Cohen desarrolla una
práctica de resistencia que consiste en introducir sutilmente expresiones
propias de “una argentinidad de incógnito” que pasaran desapercibidas para el
ojo de los censores. Este ejercicio de astucia es lo que define un impulso de
liberación política que, cuando el autor regresa a la Argentina, se invierte
completamente. Si en España intentaba mantener su voz rioplatense, aquí no
disimulará en su lenguaje diario la impronta española: “Yo decía vale en vez de
bueno o está bien, calabacín en vez de zapallito. (…) En un extranjero los
deslices son simpáticos, en un argentino son vanidad o alta traición.”
Por eso, en el siguiente ensayo expone los motivos que lo
llevan a asumir esa actitud ambivalente, en la que se fusionaban por medio de
una esquizofrenia lingüística, esos Dos o más fantasmas que anidaban en su
personalidad, el fantasma del que habría sido sin dejar Buenos Aires y el que
podría haber sido si se quedaba en España. Afrontar esa experiencia binaria se
transforma en un plan político que “consistía en infeccionar la expresión
argentina de impertinencias, tanto locales como tomadas del tronco central del
español.” Desestabilizar desde adentro el argentino estándar y el español
peninsular le permitía aceptar también que las transformaciones en la lengua
son resultado de las bifurcaciones del individuo o de la suma de diferentes
personalidades sometidas a los cambios que se experimentan a lo largo del
tiempo. El poema de A. R. Ammons “Easter Morning” que cita al comienzo del
artículo es el disparador de esta idea sobre las vidas perdidas de un individuo
que alguna vez se enfrenta a la interrogación fantástica acerca de quién
hubiera sido si hacía o no hacía tal cosa. Así la experiencia es un acto de
pérdida y reconciliación que se cristaliza en el uso del lenguaje.
Cuestiones de estilo
Finalmente, el artículo “Persecución. Pormenores en la
mañana de un traductor”, publicado en el Nro. 29 de revista Otra parte, da
cuenta de una jornada de trabajo con la traducción de I love Dick, de Chris
Kraus. Mientras corre el día, y trabaja en su casa, se indigna con la redacción
de los diarios; traduce, progresa con las páginas de la novela, tiene momentos
de duda, consulta el diccionario, busca referencias en internet, y se decide
por alguna de las distintas variantes que encuentra a una misma expresión. Se trata, lógicamente, de una jornada de
trabajo en la que se debe aprovechar el tiempo al máximo para obtener un mayor
beneficio económico: “Tengo que hacer no menos de ocho páginas si quiero que la
jornada rinda. Hay que sudar tinta más horas si quiero comprarme tiempo para
escribir” (subrayado en el original). Salvando las distancias, esta dimensión
económica del trabajo nos recuerda las palabras de Arlt en el prólogo a Los
lanzallamas, donde explica que sólo puede escribir en el tiempo que le sobra en
la redacción del diario: “Escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo,
como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. (…) El
estilo requiere tiempo”. Con la diferencia que para Cohen “escribir es un lujo
gratuito” comparado a traducir que es un lujo mal remunerado: “Trabajaría más
cómodo para Argentina; usaría coger en vez de follar, si pudiera llegar a fin
de mes con las infamantes tarifas locales.”
Al mismo tiempo, abre la reflexionar sobre un tema no menor
dentro del círculo de traductores, y es aquél que gira en torno al descrédito
de las traducciones españolas, cuyos detractores suelen basarse en una cuestión
léxica (el uso de expresiones como coño, cerilla o gilipollas, por citar
algunos ejemplos). Para Cohen las diferencias de expresiones locales en la
variedad del español no son de léxico: “La concepción de un mundo local está
inscrita en la entonación, la prosodia, en los usos de los tiempos verbales y
los pronombres demostrativos, en el montaje de la frase. La diferencia es entre
¿Ha traído usted un mechero, Ailín?, con inflexión en «mechero», y Ailín,
¿usted trajo un encendedor?, con acento suspicaz en «trajo».” Según el autor,
“algo mucho más político se pone en juego en estos detalles que en importar
coño.” Por eso aclara más adelante que la ilusión del idioma neutro a la hora
de traducir no sea una solución viable, sino “una mezcla de variedades léxicas
y entonaciones” ya que cada traducción no establece un vínculo con una
identidad cultural basada en localismos, lo establece “con la lengua politonal
creada por la historia y el corpus de traducciones”. Esos cambios, desviaciones
y lentas metamorfosis en el tejido del idioma son los que pueden asegurar la
vigencia de una lengua, y no “la alianza entre la Real Academia Española y los
grandes grupos editoriales” preocupados por dictar normas centralistas que
imponen al resto de los países de habla hispana. El resultado de una mezcla inesperada de
expresiones y tonos es un camino posible para el hallazgo de ese lenguaje
primordial en cuyo centro todos los idiomas serían uno, como en la música.
Revista Invisibles, 12/2014
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