martes, septiembre 10, 2013

La ficción a pilas

Alfonso Mallo reseña Modo Linterna, de Sergio Chejfec para BazarAmericano


Como pocas veces, la ocasión de escribir una reseña despierta un recorrido por textos semejantes que, lejos de acercar la lectura de la ficción a un proceso reflexivo, apenas alcanzan para aumentar la perplejidad. Como pocas veces ocurre (ahora) en la literatura argentina, también, la suma de esos textos se multiplica en varias direcciones apenas aparecido el libro y tras sucesivas presentaciones (Buenos Aires, Rosario, La Plata), siguen sumándose dichos y textos que lo asedian de maneras más o menos felices, más o menos certeras, más o menos cercanas al impulso de querer transmitir eso que el libro depara y hacerlo común, social, multiplicable. La deriva del libro parece acompañar a la del autor que, en la radio, en la televisión o en esos otros actos públicos, vuelve sobre dos o tres ideas que, al menos parece pensarlo así, tienen la legitimidad que lo identifica.

Desde que, a principios de los noventa, me encontré con Lenta biografía, pero sobre todo con Moral, en la edición de Puntosur (un libro materialmente ordinario y, por lo mismo, inolvidable por el papel delgado y la tapa de Oscar «El negro» Díaz que suma, en una perspectiva imposible, el título a un paisaje urbano de toldos y restos de carteles que incluía una «ese» gigante, quizás casualidad, quizás la inicial del personaje principal, que aparece de nuevo aquí, un poco transfigurado), la lectura de Chejfec, de la literatura de Chejfec, replica el procedimiento que, ahora, vuelve en lo que debería ser un esfuerzo trivial (el de reseñar) y lo convierte en un acto que remeda el mismo acto que, a falta de una expresión mejor, se podría equiparar con ciertas maneras de experimentar lo simultáneo.

En varios pasajes de La vida instrucciones de uso (cuando tres obreros, en la puerta del edificio, son retratados en el acto de leer una carta o cuando el pintor de marinas se distrae de su obsesión en el paisaje) la detención de la narración, o su ausencia, produce un efecto que la acerca con lo poético y tiene que ver con un escondite que busca la ficción para ocultar su densidad bajo una capa de aparente intrascendencia o desprecio por la peripecia. La novela de Perec se inicia con un epígrafe de Verne que cifra eso de manera epigramática («Abre bien los ojos, mira»). En Chejfec la comprobación de que un tipo invisible vive del otro lado de la pared del baño desata una especulación que, en la narración y en la realidad, deviene en relato puro: el acto de mirar (o escuchar) algo desde un espacio geográfico que es percibido en toda su complejidad (la estrechez de un baño al que no llegan los ruidos del exterior) pone en marcha, con prepotencia asordinada, la máquina de la ficción. Si no fuera por la lógica material del libro y la lectura (izquierda, derecha, arriba, abajo), y pensando casi en un plano metafísico ciertamente banal, la lectura de estos nueve relatos deviene en experiencia simultánea del espacio y de la fábula, de cierta intertextualidad en sentido amplio (con el Martín Fierro y Saer y con la degradación de las ciudades, que el cartel luminoso de Scranton, más allá de los personajes que la visitan, evidencia con su sola existencia, pero también con la zona de la frontera entre campo y ciudad, entre centro y suburbio que tanto interesa a Chejfec) y de un recorrido vital, simultaneidad de la especulación y del arco que, quizás de manera involuntaria, los relatos en primera persona van armando como un personaje nuevo que los vincula de manera indisoluble (hay ahí, claro, otra historia).

En realidad, no sé bien cómo decirlo pero, como ocurre con Perec de manera más evidente (por la tensión hacia el ejercicio voluntario, intelectualmente desafiante), la textura de la prosa de Chejfec trama en lo que dice su manera y su acción, como un imán al que se pegan los restos de la experiencia percibida y «propiamente experimentada» más allá del relato que, de manera indefectible, avanza. En contraposición con ciertas tendencias estéticas, y que en Modo linterna obtura como posibilidad de perduración porque las vuelve menores, el cruce entre crónica, especulación ensayística y registro de la realidad (del paisaje y del devenir de los personajes) es solamente la literatura en un grado casi cero, pues la constancia de una mirada de ojos abiertos que, desde 1990, solamente ha asediado los mismos tres o cuatro puntos de manera sistemática, no puede hacer más que construir una estética de la acción que en su ejecución porta la plenitud de sus sentidos.

Como el juguete que, en el cuarto de los niños, de pronto se activa en la noche silenciosa con una voz deformada hasta el terror más profundo por la escasa potencia que unas pilas muy gastadas todavía conservan, la literatura de Chejfec remite a esa zona indiscernible de la experiencia donde todo pasa a un tiempo pero pasa, bajo la apariencia ineludible de una detención extática y contemplativa, como si no existiera. Un engaño, una apariencia, una transformación de  energía química en impulso eléctrico que, atravesando estos relatos, vuelve para juntar una lectura con la materialidad que la sostiene y, claro, nos enfrenta con el carácter más nocivo que los metales pesados de esa energía prometen para un futuro que en realidad es ahora: la insólita lentitud de una degradación, la permanencia.

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