Daniel Roldán lee Manigua, de Carlos Ríos y escribe sobre ella en la revista Litura.
Manigua es una novela mítica. Crea un mundo que tensa el verosímil a tal punto que asume el riesgo de romperlo capítulo a capítulo.
Muthahi, el protagonista, es el hijo de líder del clan. Su padre es la autoridad, es quien establece y hace cumplir la ley. Él le explica a Muthahi que la prohibición es lo que da a la comunidad un sentimiento de unidad. Le explica también que el clan debe ser liderado por alguien que se llame Apolon. Muthahi, por no llamarse así, sabe que no será él quien deba asumir el compromiso de liderar a la tribu ni de tener que cumplir con las pruebas necesarias para lograrlo. Eso le brinda tranquilidad. Pero el padre desarma el refugio del nombre con un rito de bautismo: lo nombra Apolon. Muthahi, ahora Apolon, no puede renunciar a la ley paterna. Debe cumplir con un mandato cuyo objetivo es una excusa narrativa: ir a buscar una vaca para sacrificarla por el cercano nacimiento de su hermano. Es, más que otra cosa, el viaje iniciático de un héroe.
La ley paterna es lo que impulsa al héroe a andar su propio camino, cuyo recorrido implica elaborar el odio al padre absolutista (quien le ha negado hasta el nombre de su propia madre), descubrirse a sí mismo y hacer algo más con el destino impuesto.
En algunas culturas, el bautismo con el cambio de nombre implica un nuevo destino. No es una transformación; es un volver a nacer siendo otro. En el catolicismo, por ejemplo, se lo puede ver en el caso de la elección del Papa. En Manigua, Apolon se reinventa el destino no sólo por la imposición del deseo paterno; él hace algo más con ese “deber ser” y, a través del procedimiento del relato enmarcado en el que cuenta su historia iniciática a su hermano moribundo –el mismo que motivó su viaje heroico-, es a partir de su relato que se convierte en la voz, en la identidad de su pueblo.
Trabajando la extrañeza de un argumento edificado con tribus africanas, sobre el paisaje desolado de tierra yerma, sin alimentos, con caseríos de cartón y botellas plásticas, evocando el recuerdo de matanzas étnicas al filo de los machetes, Ríos construye un universo de extraña verosimilitud.
Allí conviven elementos de ese imaginario lejano de tribus violentas, de ritos iniciáticos, de mitos sobre los que se funda un orden social y cultural, con elementos de la vida contemporánea, con objetos de urbanidad como el viaje en colectivo, como el uso del celular.
Manigua no ofrece al lector la comodidad de la pasividad, y mucho menos de la indiferencia. El argumento debe ser reconstruido a partir de la sucesión de imágenes que significan por sí mismas, de recursos narrativos que oscureciendo iluminan y multiplican sentidos. Sin embargo, muchos de estos componentes funcionan contextualmente y pueden reconocerse en el texto situaciones y problemáticas casi cotidianas, en juego con otras al borde del delirio. En este sentido, a pesar de ir a contrapelo de la narrativa tradicional realista, Manigua brinda también un lugar desde donde pensar el mundo.
Partir de un relato dado, de un mito, de un arquetipo y poder transformarlo desde la mirada crítica, hace de la literatura una de las herramientas más fuertes de trasformación de la realidad.
Texto publicado en el Nr. 5 de la Revista Litura. No todo es psicoanálisis. Edición de Acción Lacaniana. La Plata. Septiembre 2013.
martes, diciembre 10, 2013
Manigua
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