jueves, julio 31, 2014
Iosi Havilio: "La palabra acá es una excusa, un síntoma de la neurosis"
En su última nouvelle, que se presenta el 30 de julio, encontramos una estela de lo indescifrable que genera lecturas de buceo. Hablamos con el autor de este texto que rompe con las tramas convencionales.
Iosi Havilio nos trae una nouvelle que juega con nuestra paciencia. Comenzar e internarse en "La Serenidad" es un desafío. No es para cualquiera. Hay tramas y cabos que se atan de manera sutil, un Protagonista que se llama de manera impersonal "El Protagonista", mafia rusa, una mujer que representa todos los deseos contenidos en el nombre Bárbara, una "misión salvadora", el lenguaje de las ratas, una madre descalza, filosofía, psicología e historia, entre otras cosas.
"La Serenidad" no brinda una lectura fácil, es de esos textos que no se centran tanto en las continuidades de una trama clásica sino en la forma en que se narran aconteceres. Una forma que puede generar disfrute en esta "fábula del yo" pero que también puede perdernos en una intertextualidad que está en la cabeza del autor pero no siempre en la del lector.
Dialogamos con Havilio e intentamos un acercamiento a ese universo tan particular que supo construir en "La Serenidad".
¿Cómo describirías al Protagonista de esta nouvelle? Por que si bien uno puede ir descubriendo pequeñas cosas de su persona, hay mucho misterio e impersonalidad, ya desde el hecho de llamarlo Protagonista a secas.
Ioisi Havilio (IH)- El Protagonista de La Serenidad es un maniático de todas las manías. Empezando por la palabra. El tipo va y viene de la exaltación al derrumbe, de nombrarse héroe de la nada a regodearse con sus decadencias. Yo creo que se sabe mucho sobre él, demasiado, el narrador, que es él mismo, encuentra en el exceso la estrategia para que la disección no sea tan cruda. Sus circunstancias son de lo más ordinarias, se pelea con la novia, escribe poemas malos, vagabundea por la noche, se enfrenta al duelo paterno, el pasado se le viene encima a cada rato y él se escapa, lo exorciza con palabras, alucinándolo. Llamarlo "El Protagonista", es una ironía, claro, pero también la posibilidad de armar tu propia aventura. -
Hay un uso de mayúsculas muy particular a lo largo de todo el relato ¿Por qué?
IH- ¿Qué nombramos con mayúsculas? Los nombres propios, los lugares, las divinidades, el título de una obra. En el mundo fabulesco y fabulero de La Serenidad, el juego se abre y se entroniza con mayúsculas al pretencioso pero también al que se arrastra, que muchas veces es el mismo. El Protagonista no podría sostenerse en pie si no fuera por esas muletas que son las mayúsculas, igual que el padre muerto, la madre baqueteada, el filósofo pusilánime, El Gran Otro o El Zar de La Milonga. La mayúsculas es un pedido de auxilio, un Aquí estoy, ¡rescátenme de este pantano!
Cuando uno escribe y cuenta una historia también propone una lectura y "La Serenidad" resulta por momentos un tanto encriptada ¿sentís que es así?
H- Entiendo que es un texto que desde el vamos propone tomar distancia de la letra, desde el momento que anuncia las peripecias de El Protagonista antes de cada capítulo y ensaya una narración atiborrada y engañosa. Justamente, porque la palabra acá es una excusa, un síntoma de la neurosis. Al pie de la letra, la serenidad es imposible. La comprensión cede su terreno en favor de la experiencia, de todo lo que constituye lo real.
La novela ofrece una prosa que juega con lo poético, lo ensayístico y también se acerca a lo político y la militancia ¿cómo te surgieron todos esos cabos en la trama? Lo pienso en términos que incluso decís que el Protagonista "está dado a la intertextualidad".
IH- La trama está atravesada por esa manía oral del narrador/protagonista. Y en cada aventura, a cada paso, lo interpelan fantasmas, situaciones, que traen consigo discursos de todos sus tiempos, canciones de cuna, textos filosóficos, cuadros lacanianos, cánticos políticos, lecturas de todo tipo, noticias, grafitis… todas esos símbolos que lo agobian. Se tira la cultura por la cabeza con la vana esperanza de que en el desboque aparezca la calma.
La Madre descalza es una figura que se repite de manera constante y que va ganando profundidades ¿cómo surgió?
IH- Al comienzo de la noche, El Protagonista está en una fiesta y recibe un mensaje: La Madre se escapó descalza. La imagen genera una pulsión, el hijo sale al rescate, la madre huye, de un hospital, de la casa, de la oscuridad, de la muerte, como una mártir. Se la imagina en camisón con los pies desnudos caminando por el medio de una avenida porteña en la mitad de la noche, es su modo de redimirla, su manera de verla resurgir. El Protagonista corre en su auxilio, pero sobre todo corre tras esa imagen, repitiendo en su presente la historia de la madre para volver a ocupar el lugar de la niñez. La madre que encuentra en casa está en paz, tiene algo de monje. Un monje que lo arropa, le lee, le da de comer queso y unos pesos para seguir adelante.
Hay una épica que se destaca a partir de las enunciaciones clásicas, casi como en el cine mudo, de aquello que va a acontecer ¿presentarlo de esa manera te ayudó a organizar las ideas, los textos? ¿O hay otro tipo de intencionalidad?
IH- Hubo un momento en que pude ver el derrotero del protagonista en esta noche/día como una película de aventuras tan palpables como alucinadas y las bajé al papel; estas indicaciones fueron tomando esta forma de didascalias que cumplen la doble función de organizar el relato y declarar el género. Exaltan situaciones de lo más banales, que el narrador se encarga de enmascarar.
Damián Ríos presenta "La Serenidad" como una discusión tuya con los modos de novelar el presente ¿coincidís?
I H- La escritura de La Serenidad irrumpió entre otras escrituras, digamos más conscientes, planificadas. Una expresión más orgánica que literaria, de algún modo molesta, difícil de aprehender, caótica y deforme. Más tarde, a medida que fui tomando distancia, entendí que en efecto venía a problematizar con cierto modo de concebir la novela que había cultivado en los otros libros. Ahora, no se trata de una discusión exclusivamente estética, te diría que en buena medida se trata de una discusión muy personal, en relación a qué es esto de escribir, en la actualidad, en nuestras circunstancias, pero también política: ¿qué lugar tiene esto que llamamos literatura?
***
La Serenidad nos ofrece una lectura particular que puede generar el disfrute entre reflexiones y diálogos muchas veces ontológicos o puede perdernos entre aconteceres y prosa. Iosi Havilio sirvió la mesa de La Serenidad, quedará en usted- estimado lector- decidir si disfruta o se abstiene de ese festín.
Iosi Havilio: Nació en Buenos Aires en 1974. Publicó las novelas Opendoor (2006), Estocolmo (2010), Paraísos (2012). Sus obras han sido editadas en España, Inglaterra, Estados Unidos y Croacia
Diario Registrado, 29/07/2014
viernes, julio 25, 2014
Transmitir una experiencia
Reseña de Como sólo la muerte es pasajera de Alberto Szpunberg para ADN Cultura.
Por Sandro Barrella.
Como sólo la muerte es pasajera llama Alberto Szpunberg al conjunto de su
obra y toma prestado el título de un verso propio. Este gesto—como en el pase
del testigo— se repite: versos que pasan de poema a poema, títulos que hacen
uso de palabras ya dichas, escenas que se trasladan de libro en libro con
alguna variación en el curso del tiempo, de una vida en el poema. Otro tanto
ocurre con la dedicatoria que reitera una y otra vez: “a los compañeros, desde
siempre y hasta siempre”, con spinoziana persistencia, blandiendo una memoria
que también es imperativo categórico para el hombre que publica su primer libro
a los veintidós y a punto estuvo un par de años después, de unirse a la célula
del guevarista EGP en el monte salteño, en lo que fuera una de las primeras
experiencias de la guerrilla en la década del sesenta.
Experiencia y
transmisión parece querer decir Szpunberg a lo largo de sus libros que, leídos
como un todo cobran una dimensión de unidad indisoluble. Experiencia y
transmisión, como quien discute la tesis de Walter Benjamin en Experiencia y pobreza. En su artículo, Benjamin
se refiere a los combatientes que regresan de las trincheras de la primera
guerra mundial: “la cotización de la experiencia ha bajado y precisamente en
una generación que de 1914 a 1918 ha tenido una de las experiencias más atroces
de la historia universal. Lo cual no es quizás tan raro como parece. Entonces
se pudo constatar que las gentes volvían mudas del campo de batalla. No
enriquecidas, sino más pobres en cuanto a experiencia comunicable”. Un cuarto
de siglo después, los campos de exterminio nazis darán cuenta de un nuevo
enmudecimiento. Si Benjamin se anticipa a Adorno, Primo Levi los contradice al
afirmar que después de la Shoa, no se puede escribir poesía sino sobre
Auschwitz. Lejos de pretender asimilar aquellos acontecimientos capitales—únicos,
singulares—del siglo XX con el reciente pasado argentino, de lo que se trata es
de comprender el contexto político, social y cultural, en el que la escritura
de Szpunberg toma cuerpo y se vuelve una voz esencial de la poesía argentina.
Luego de Poemas de la mano mayor
(1962) y Juego limpio (1963), ambos con ciertas marcas de estilo que
harán presencia en sus libros posteriores, es El che amor (1965), el
que va a trazar el devenir de la obra futura: “Abajo aquí sus huesos sus
fusiles/ ese atadito de hombre/ no sé la tierra cómo hace que se aguanta/ los
que avanzan sobre ella son las mejores noticias que nos llegan de ustedes//
delen, muertos de amor, sostengan que nacemos.” La literatura y la vida se
funden: a la revolución por la poesía, por el amor. “Poemario que decidió mi
vida”, escribe Szpunberg en el prólogo. El libro encarna el pre-texto de lo que
va a venir, tanto en los hechos de la vida del poeta como en el decurso de su
poesía, que, a silencio de imprenta, siguió siendo escrita, aquí y en el
exilio, volviéndose cada vez más compleja, cohesionada en su núcleo y expandida
en recursos. Szpunberg alterna el verso corto, medido, con el versículo, y en
ambos casos es la música, la encadenada entonación de las palabras, el ritmo
que fluye, lo que da entidad a su poesía.
En sus poemas abundan, la
lluvia, el mar (por todas partes), el bosque y la tierra húmeda, ramas y niebla;
muchas preguntas. En diálogo abierto, la pregunta como meditación y búsqueda
del rostro amado, la voz amada, el sentido de lo que se perdió; la compasión y
el pensamiento sobre el otro. La pregunta como exégesis constante, elucidación
y comentario, de quien no clausura ni sella la experiencia individual y
colectiva. Diálogo abierto—con la tradición lírica, con la filosofía, la
literatura y con la historia—desde una obra abierta, Szpunberg aguza la mirada,
su visión es una máquina que atrae todo cuanto ve y devuelve postales de la
totalidad.
Como sólo la muerte es pasajera,
incorpora a títulos fundamentales como Su
fuego en la tibieza (1981), Luces que
a lo lejos (2008), La encendida calma
(2002) o La academia de Piatock (2008),
una extensa sección de obras inéditas que confirman la densidad, la riqueza de
la poesía de Szpunberg, su honestidad intelectual (“No, ya no soy yo el que
habla, es sólo el poema,/ donde las palabras siempre dicen otras cosas,/ menos
mentir.)”, su apego a una lírica que no renuncia al sentido de la historia, como si hiciera suyas, las palabras de
Marina Tsvietáieva: “El tema de la Revolución es el encargo del tiempo. El tema
de la exaltación de la Revolución es el encargo del partido”.
ADN Cultura, 11/07/2014
miércoles, julio 23, 2014
“El verdadero protagonista de esta novela es el lenguaje”
La Serenidad, de Iosi Havilio en Página 12:
La cuarta novela del escritor porteño es un extraño artefacto, tan teatral en sus excesos como barroco en su torrente lingüístico. En esta aventura narrativa, el autor pone en tela de juicio los modos de representación.
La cuarta novela del escritor porteño es un extraño artefacto, tan teatral en sus excesos como barroco en su torrente lingüístico. En esta aventura narrativa, el autor pone en tela de juicio los modos de representación.
Por Silvina Friera
Las raíces están en el misterio. De la sonrisa inicial al
desenlace con el discurso de Heidegger –“la creciente falta de pensamiento
reside en un proceso que consume la médula misma del hombre contemporáneo: su
huida antes de pensar”– intervenido por la lengua florida del Protagonista, que
pronuncia el texto frente a una multitud de ratones. La serenidad (Entropía),
la cuarta novela de Iosi Havilio, es un extraño artefacto, tan teatral en sus
excesos como barroco en su torrente lingüístico. En esta aventura narrativa que
pone en tela de juicio los modos de representación, el escritor no deserta. El
puñado de imposibilidades y problemas que despuntaban en sus anteriores
novelas, acaso en estado larvario, ahora son llevados al paroxismo. La anécdota
dentro de la anécdota, para el héroe de esta ficción, sería su propio suicidio.
“La reconstrucción es un anhelo imposible –se afirma hacia el final del libro–.
El Protagonista deja la horizontalidad y se abalanza sobre el escritorio para
dejar correr lo que queda de tinta: ‘el último soplo de un hábito decadente’.
Desmenuza una biografía que nunca existió en el sentido estricto. Y, sin
embargo, en el fondo del relato hay tensión, trama y personajes que, al igual
que los extras y los decorados, cayeron en el atiborre. Sus frases fueron
frívolas y sentimentalistas. Todas las decisiones estéticas le resultan
impracticables. Se le ocurre una genialidad: resignar el papel principal y
ver.”
“Yo tengo una relación difícil con la palabra personaje,
como la palabra trama y estructura”, confirma el escritor a Página/12.
“Entiendo que existen, pero en el trabajo de la escritura, cuando esas palabras
intervienen, termina notándose. Y el texto se va deshilachando. Uno de los
tantos corrimientos que supone La serenidad es pensar qué es eso de un
personaje. Y aparece, en mayúsculas, El Protagonista.”
–¿Cuál sería la diferencia entre protagonista y personaje?
–El personaje es una función que puede volverse carne. Y ése
es el intento: pensar el personaje como una verdadera entidad, sin distancia.
En Paraísos, tengo un personaje que se llama Eloísa y yo
prefiero llamarla siempre Eloísa, no nombrarla como personaje. El Protagonista
es el modo en que el narrador se nombra a sí mismo, así se sublima, pateando
sus funciones de personaje. Esa es su aventura. Si me apurás, te diría que en
ese movimiento cobra vida.
La aventura narrativa se le escapa de las manos al
Protagonista en un juego donde es héroe y antihéroe. “Yo pienso La serenidad
como una descarga, como una reacción casi orgánica –reflexiona Havilio–. Hay un
momento en que El Protagonista se pregunta: ¿y yo qué hago en todo esto? Yo me
sumo a esa pregunta en términos literarios. La descarga se volvió un texto y
apareció una posible estructura y cronología. Hay un rechazo y a la vez un
homenaje a ciertas formas de representación. De hecho cuando vi la palabra
‘fin’ al cierre de la novela, me di cuenta de que debía ir ‘telón’. Yo creo que
es un texto que está interpelado e inspirado por expresiones no necesariamente
literarias, sino más bien musicales, teatrales, audiovisuales. Es un texto
puesto en escena en la distribución, en la inclusión de imágenes. No sé si la
palabra es homenaje, pero sí tiene cierto vínculo con la teatralidad. Incluso
el uso del adjetivo es claramente teatral y no contemporáneo.”
–Sin embargo, hay ciertas marcas de contemporaneidad, como
“los ringtones más tristes de la historia” que aparecen mencionados.
–De tan contemporáneo me sale esto (risas). El Protagonista
es un pobre hombre que realmente está atrapado en un círculo de expresiones
previsibles. Y le sale esta descarga, este desborde. Yo lo siento como un
pedido de auxilio por fuera y por dentro. ¿Qué es esto de escribir?
–¿Y qué es?
–Hay un momento en que empecé a preguntarme por el oficio,
eso que para mí era una palabra de viejos, cuando estaba terminando de escribir
mi anterior novela, Paraísos. ¿Quién está escribiendo? ¿Yo, el oficio, el
narrador? Se produjo un conflicto muy interesante que dio origen a esta
reacción. Escribir tendría que ver con acercarse y asomarse al misterio del
mundo. Y el oficio puede que atente, que domestique el misterio. Eso me dio
cierto pavor. En algún momento escuché que pasé de “escritor joven” a “escritor
establecido” en un chasquido. Esa palabra, “escritor establecido”, me llevó a
preguntarme por la materia de la escritura. Y el verdadero protagonista de esta
novela es el lenguaje.
–¿Qué importancia tiene la filosofía en La serenidad, que ya
desde el título remite a Martin Heidegger?
–Gelassenheit –la serenidad– fue uno de los textos de
Heidegger que más me impactó en mi paso por filosofía. Yo estudié muchos años
la carrera; fue un paso largo y frustrante. Antes de entrar a la carrera, pensaba
la filosofía como una ficción o como parte de un universo donde no discrimino
qué es ficción o ensayo. La academia me mató porque no supe adaptarme y se fue
fagocitando mi vínculo con la filosofía. La génesis de mi placer filosófico
está en ese texto de Heidegger, que fue quedando como un recuerdo de infancia,
como uno de esos espacios que vas revisitando. Como Opendoor, mi primera
novela, fue en otro sentido. En un momento, mientras estaba escribiendo esta
descarga, apareció la palabra serenidad y volví a leer el texto de Heidegger,
un discurso bellísimo que pronuncia en su pueblo natal, en 1955, en ocasión del
aniversario de un compositor. Y tuve una imagen que sucedía en un futuro bien
remoto. Me imaginaba los restos de la civilización y se me vinieron un conjunto
de roedores o ratones, rescatando el texto de Heidegger. El Protagonista es un
sobreviviente; es un hombre ya vencido que comparte irónicamente el texto de
Heidegger, uno de las materiales más brillantes de siglo, con estos ratones que
se mofan y se enternecen del hombre y sus meditaciones. También está (Jacques)
Lacan, que lo abordé de una manera desprejuiciada, libre, descarada. Hay un
texto en el que define las tres esferas del imaginario, donde piensa la
expresión artística, que me resultó muy inspirador. La serenidad me permitió
reconciliarme con el discurso filosófico y rescatarlo en el lugar de la
ficción.
–Le permitió producir ficción con la filosofía, ¿no?
–Sí, y más que ficción: escritura, expresión. Tuvieron que
pasar casi unos veinte años para poder reencontrarme con la filosofía. Yo hice
varios estudios, estudié filosofía, composición musical, guión de cine. En
todos fracasé. Después, con los años, estos estudios me supieron dar una
recompensa. Hay un famoso poema de Fogwill, “Llamado por los malos poetas”. La
serenidad es un llamado a los malos poetas, pero también a los malos filósofos.
Se necesitan muchos malos filósofos dando vueltas permanentemente para rescatar
la flor del pensamiento. El Protagonista es un mal poeta y un mal filósofo,
pero de eso hace su pequeña epopeya.
–Hay también en la novela una cita bíblica sobre el buen
ladrón y el mal ladrón, algo que no es ajeno en su narrativa.
–Es cierto. Pero no tengo un programa que establezca que en
cada novela tengo que meter una cita bíblica. En este momento estoy escribiendo
una novela y tengo una Biblia al lado. No he tenido una educación religiosa ni
nada parecido, pero la Biblia es un texto fascinante. Ahora estoy trabajando
con descaro las distintas versiones que hay del momento de la Resurrección; son
cinco o seis ficciones en una. Es una especie de “elige tu propia aventura”,
según Mateo, Lucas o el Evangelio que sea. Hay un texto que descubrí sobre el
camino a Emaús, que es donde Jesús en carne y hueso se disfraza de caminante y
se les acerca a dos incrédulos y camina con ellos hasta Emaús, tres días
después de la resurrección. Lo que estoy escribiendo es el reverso de La
serenidad, pero forma parte de la misma pregunta, del mismo barajar y dar de
nuevo. Y está inspirada, en parte, por Resurrección de Tolstoi.
Más allá del dispositivo quijotesco en el que cada capítulo
es presentado a la manera de la célebre novela de Cervantes –por ejemplo: “De
cómo El Protagonista rompió con Bárbara, se enredó en discusiones ontológicas y
fue humillado por la presencia del Gran Otro”–, La serenidad está intervenida
también por otras escrituras. “Algunos que la leyeron me dicen que reconocen a
(Witold) Gombrowicz, a (Osvaldo) Lamborghini, a (Roberto) Arlt.” “Sí, es
probable. Pero si hay una influencia viva, tiene que ver con las escrituras
corridas del naturalismo y del realismo del presente –subraya el escritor–. La
literatura suele estar con la mirada puesta sobre las grandes obras y las
grandes influencias. Me tomó trabajo liberarme y sacarme cierto lastre
literario de la solemnidad que tiene que ver con algo que está entre tapa y
tapa, y que todavía sigo sin entenderlo mucho.”
–El Protagonista queda en medio de una movilización y está
tan perdido que no entiende muy bien lo que está pasando. Es como si todo le
pasara por el costado.
–Podría decir que después de escuchar sobre la narradora de
Opendoor, a la que le pasaba todo por el costado –en la que hay cierta
indiferencia, ya que así como se droga hasta la médula va a recoger moras–, me
pregunto si será un poco eso. ¿Es indiferencia? Yo estoy convencido de que uno
escribe por dos razones: para preguntarse quién es el que habla, qué le está
pasando a ese protagonista, y para preguntarme quién soy yo. En un momento
descubrí que había una estrategia. Ese desapasionamiento tenía una contracara
en la vehemencia del lenguaje y la expresión. Todo esto que a ella parecía
resbalarle en Opendoor lo expresaba necesariamente en la escritura, en el
decir. Esto estalla por los aires en La serenidad. Si al Protagonista pareciera
que la novia lo deja y está en la plaza desorientado, y viene un hombre que le
dice que es su hermano y de-spués se acuerda de que no tiene hermano, él grita
su libertad de una manera barroca, visceral y también cursi. El relato de ese
momento en la plaza es muy sentido, aunque él esquive las pancartas y las
columnas. Su revolución pasa por el decir, por el relato mismo.
–El Protagonista recuerda que sus convicciones eran
aleatorias, que podría votar, como cuando jugaba de niño, a la UCedé, a los
peronistas, al MAS. ¿Este desconcierto admite una lectura generacional?
–Sí, en un momento El Protagonista, cuando recuerda la urna
de cartón que había hecho para celebrar la vuelta de la democracia, dice: “Su
izquierda, su derecha; su letanía desamorada”. Para mí fue enorme escribir eso.
Hay una mirada en relación con lo vivido que hace que esté plagado de
contradicciones, que en este desboque salieron un poco a la luz, ¿no? Yo nací
el mismo año en que murió Perón. Mi madre es artista, pintora; mi padre,
comerciante, un hombre criado en cierta burbuja de clase media. Siempre me
quedé en un lugar conformista y cuando quise superar eso me sentí fuera de
juego, algo que coincide con el momento en que empiezo a escribir y publicar.
De preguntar y recibir respuestas medio abstractas sobre la década del ’70, en
la que pasé mi infancia, que es donde se cuece todo, pasé a un desayuno brutal
y a ver las esquirlas del otro. Eso sucede políticamente, pero también en la
literatura. Así como uno celebra ese desayuno brutal, también de algún modo me
silenció. ¿Qué puedo decir yo en ese concierto? No soy ni hijo de militantes ni
hijo de desaparecidos. Ahí aparece ese “revisionismo” de plantear que yo tengo
de todas formas un relato para contarme. En La serenidad está graficado en esa
urna de cartón que me hice. Nos habíamos ido a vivir a París por un año y
volvimos en el ’83. Y yo en esa urna votaba por todos, jugando. “Era su
izquierda, su derecha.” El desconcierto de dónde estaba parado lo pude pensar
un poco en esta novela. Me acuerdo de que Fogwill, a su modo brutal, decía que
para triunfar en España con una novela había que poner cada 50 o 60 páginas la
palabra “desaparecido”. Más allá de lo brutal, tiene también un costado que te
permite pensar y tomar prestada una herencia que no tengo. Escribir es una
actividad imparable que te toma en la vigilia, en el sueño. A los seis o siete
años, cuando salimos de Buenos Aires para hacer un viaje a Chile, vi un cartel
que decía “Opendoor”. Y le pregunté a mi padre qué era. El me dijo que era un
pueblo donde había un hospital para locos de puertas abiertas. Yo le pedí y le
rogué que bajáramos, que lo quería ver. Pero, ante la negativa de mi padre,
tuve que imaginarme ese lugar. Y no fui consciente entonces de que eso sería
una novela veinticinco años más tarde. Yo tengo la idea del escritor como
médium y hay que trabajar ese médium. La escritura es un acto de liberación del
ego y del yo para entregarse al narrador.
Página 12, 16/06/2014
martes, julio 22, 2014
La Serenidad de Iosi Havilio en Inrockuptibles
Después de tres libros más tradicionales, Iosi Havilio se
arriesga en La serenidad a construir una nouvelle experimental, que bucea en
los rincones de la conciencia de sus personajes reafirmando el rol clave que
tiene en la ficción el artificio literario.
Por: Martín Caamaño para Los Inrockuptibles
“Es una gran bocanada de aire, un exabrupto, una pequeña
sublevación”, dice Iosi Havilio sobre La serenidad, su nuevo libro, la nouvelle
que acaba de editar por Entropía, editorial en la cual dio sus primeros pasos
como novelista.
El de Havilio es un derrotero curioso. Sin dudas, se trata
de uno de los grandes narradores argentinos surgidos en los últimos tiempos,
algo que ya quedó claro con Opendoor, su primera novela. Lo que sorprendió de aquella
historia narrada por esa estudiante de veterinaria anónima que decide irse a
vivir al campo luego de la confusa desaparición de su novia no fue solo la
precisión con que estaba escrita ni ese nuevo enfoque sobre una de las
dicotomías dominantes de la literatura argentina desde sus inicios –la
oposición entre el campo y la ciudad– sino el placer hipnótico de una trama en
apariencia sin propósitos ajenos a los de la historia misma; es decir, sin
gestos pirotécnicos externos al propio libro. La sorpresa fue entonces la
vocación latente por la narración pura, algo que con el correr de los años y de
las diferentes publicaciones se transformaría en un sello de autor. Quizás esto
fue lo que provocó que nombres como Fabián Casas o Beatriz Sarlo afirmaran entusiastas
que Havilio parecía un escritor salido de la nada, revelando cierto
desconcierto en el elogio. Luego de
Opendoor, vino un cambio de frente radical con Estocolmo, el relato sobre un
chileno gay que regresa a su país escapando de un novio después de pasar más de
tres décadas exiliado en la capital sueca. A esa peripecia sobre las diferentes
formas que puede adoptar el miedo le siguió Paraísos, la continuación de
Opendoor, que sin embargo puede leerse igualmente de forma autónoma. Para ese
entonces, Havilio ya había demostrado tener el don para escribir sobre casi
cualquier cosa. Cualquier cosa –la descripción de un tumor en la cola de un
caballo, de un dedo deforme o del brazo flácido de una diabética; los
comportamientos inesperados y al mismo tiempo posibles de los personajes;
ciertas palabras, ciertas escenas– que caiga bajo el encantamiento de su pluma
parece volverse automáticamente interesante.
-
Ya desde la primera línea queda certificada la supremacía de
la conciencia por sobre el cuerpo; una conciencia que solo va a materializarse
a través de la escritura.
-
Como si la historia (y el tono) que atraviesa al personaje
de Opendoor y Paraísos lo obligara a abismarse, a asumir riesgos nuevos cada
vez que la deja atrás –de ahí el cambio de registro en Estocolmo–, ahora con La
serenidad vuelve a dar un salto desconcertante en su narrativa. Havilio
recuerda: “Un día, alguien me dice: ‘te estoy siguiendo la carrera, te
convertiste en un escritor establecido’. ‘¡Qué horror!’, pensé. ¿Qué diablos
significa eso? ¡Establecido! Un escritor establecido es un escritor muerto”. En
este caso, la fuga de lo establecido para Havilio es una novela de sesgo
experimental, en la que los personajes son más bien categorías o funciones (se
llaman: El Protagonista, La Reina De La Noche, El Gran Otro, El Filósofo De
Toda Una Generación, La Madre, El Padre, así, todo en mayúsculas) y cuyo
verdadero protagonista no es otro que el lenguaje mismo, al que le saca
chispas, produciendo durante la lectura un efecto placentero e inquietante que
se asemeja al crepitar de un caramelo Fizz en la boca.
Aunque ciertos rasgos distintivos de su literatura se
mantienen –la deriva de los personajes como motor del relato, la búsqueda de la
supervivencia en un mundo adverso y enrarecido– La serenidad apunta a otra
dirección. Ya desde uno de los epígrafes, pasando por la odisea del personaje
principal durante una jornada delirante que a su vez contiene la eternidad del
tiempo novelesco, las referencias a Shakespeare (con el espectro del padre
Hamlet incluido) y el monólogo de Barbarita sobre el final a la manera de una
Molly Bloom del conurbano, convierten a esta en una novela en la cual resuenan
constantemente los ecos del Ulises de Joyce. “Después de varios intentos
fallidos, hace un par de años leí y disfruté enormemente la lectura del Ulises
en voz alta, guiado por una frase que Joyce escribe en una carta cuando termina
el manuscrito, donde dice temer que alguien se tome una sola línea en serio”,
confiesa Havilio.
Por sus temas y ciertos juegos de lenguaje, en La serenidad
se puede detectar, además del de Joyce, el influjo de una tradición de
escritores locales como Roberto Arlt, Cesar Aira y sobre todo Osvaldo
Lamborghini. “A los que mencionás podría agregar Gombrowicz, Sánchez, al Fogwill poeta”, coincide Havilio,
aunque aclara que con este libro en realidad se propuso establecer una suerte
de diálogo con cierta tendencia vanguardista de la literatura argentina
contemporánea. “Lo cierto es que La serenidad es el resultado de haberme
sentido interpelado por escrituras del presente, algo así como influencias del
futuro. Pienso en Gracias, de Katchadjian, El Tucumanazo, de Castromán, los
cuentos de Falco, los textos de Aldana Capellano, el gran Roberto Echavarren,
también la danza y el teatro, por ejemplo el Ulises de Ariel Farace.”
-
“La serenidad es el resultado de haberme sentido interpelado
por escrituras del presente, algo así como influencias del futuro.”
-
Mientras que Opendoor y Paraísos tienen como rasgo común no
revelar información acerca del pasado de sus personajes, encadenados al
presente elástico de la trama –empezando por la narradora, de la que ni
siquiera sabemos el nombre–, en La serenidad –como en Estocolmo, aunque con
procedimientos muy diferentes–, el pasado insiste una y otra vez más no sea
para demostrar la imposibilidad de su restitución. Es de esta imposibilidad que
se nutren los artilugios de la ficción. La historia se pone en movimiento luego
de una aparente ruptura amorosa, cuando Bárbara deja a El Protagonista. A
partir de entonces asistimos a un vagabundeo errático en dos direcciones: por
una ciudad enloquecida aunque perfectamente reconocible, y por los rincones de
la conciencia de El Protagonista. Es ahí que se activa la máquina fallada de la
memoria: el recuerdo de una fiesta cercana, el regreso a la infancia, el pasado
político, la caprichosa herencia legada por El Padre. La serenidad plantea la
aventura de las diferentes posibilidades que puede asumir el yo; El
protagonista se desdobla en su Yo Pequeño, en El Gran Otro (amante de
Barbarita) o hasta incluso en su propia mujer en el instante del acto sexual.
En un momento se lee: “El seso es lo de menos, lo que vale
es la conciencia”. Y ese podría ser el lema que rige la novela. Ya desde la
primera línea (“El misterio está en La Sonrisa. Ni en la carne ni en los
huesos”) queda certificada la supremacía de la conciencia por sobre el cuerpo;
una conciencia que solo va a materializarse a través de la escritura. “¿Podés
hablar claro, estúpido…?”, le reclama el Hermano Mayor a El Protagonista. Ya es
sabido que cuando la que habla es la conciencia se suele dar paso al exabrupto
lírico. “Llevar al oficio al paroxismo precisa de práctica, aislamiento, algo
de misterio”, reza otro pasaje. Y Havilio bien podría estar hablando de sí
mismo como autor. Porque, después de tres novelas, su apuesta con La serenidad
parece ser justamente esa, llevar el oficio al paroxismo.
Iosi Havilio
La serenidad
(Entropía)
146 páginas
Inrockuptibles, 03/07/2014
jueves, julio 17, 2014
Palabras inesperadas
Entrevista a Iosi Havilio sobre su última novela, La Serenidad, en La Voz del Interior
Por Javier Mattio.
Tal vez el escritor argentino más prometedor y secretamente
reverenciado de la nueva generación, Iosi Havilio (Buenos Aires, 1974),
desplegó un veloz in crescendo con la seguidilla Opendoor (2006), Estocolmo
(2010) y Paraísos (2012). De la contención preciosista de la primera al exceso
desfondado de la última, Havilio exploró las posibilidades de la novela con una
autonomía y tenacidad elogiables, levantando un mundo no muy distinto al real
en extrañeza, volubilidad y encantamiento.
El agujero negro en el que se abismaba la planicie
urbano-grotesca de Paraísos es una posible clave para entender La serenidad, la
nueva nouvelle de Havilio, a primera vista un giro desconcertante en su
trabajo. Divertimento satírico y metanarrativo con aires de folletín
dieciochesco, La serenidad avanza con libre pulso experimental en las andanzas
de El Protagonista, quien con su nombre parece revelar el entramado que subyace
a toda historia. Suerte de compendio no ya de la obra de Havilio sino de la
humanidad y la literatura enteras en sus poco más de 140 páginas, La serenidad
incluye filosofía –el título del libro replica al de un texto de Heidegger–,
triángulo amoroso, autobiografía, referencias que van de la Biblia al Ulises,
juegos con el lenguaje, mucho humor y un radar pícaro de lo contemporáneo que
siempre caracterizó al autor porteño: la militancia, el country, el barrio, los
noticieros, el vaivén ciudad-campo siguen murmurando entre bastidores.
“La serenidad irrumpió como una tromba entre medio de otras
escrituras, digamos, más conscientes –cuenta Havilio–. Me resulta difícil
precisar un tiempo, fue lo más parecido a escribir dentro de un sueño.
Reconozco una serie de orígenes: una conversación trasnochada, entre la
filosofía y la frivolidad, que dejó su huella en el párrafo inicial; un texto más
o menos homónimo de Heidegger que estudié allá lejos y hace tiempo; el cuadro
de Bouguereau (la tapa del libro), una pintura clásica nacida a destiempo,
entre las vanguardias. Por último, atravesando estas memorias desmembradas, hay
una frase atrapada en el aire que le escuché decir a mi hijo menor que se
convirtió en epígrafe, faro, película aglutinante de todo este mundo: ‘Soy una
mala historia’”.
–¿Parte “La serenidad” del escepticismo o de la confianza en
toda historia?
–En la novela trama y voz son una misma cosa. Más que del
escepticismo, el libro es fruto de un convencimiento: sea cual fuera el
universo en cuestión todo termina rindiéndose o revelándose a la voz que lo
perfora. Y no hablo de la voz del escritor, nada más triste y lejos, sino de las
voces que germinan desde el interior de determinado mundo para horadarlo. Esa
esencia es la que me interesa. Ocurrió igual con las novelas anteriores, las
publicadas y las no. Pienso en La serenidad como un eslabón en carne viva de
una misma cadena.
–¿Es este tu libro más humorístico?
–Me dejé llevar y entretener por este Protagonista que se
distancia de sí mismo para retratarse, sin escalas, entre la humillación y la
gloria, como un stand upper desaforado y barroco inmolándose en un gran teatro
de operaciones que incluye la tragedia pero también el sketch, la realidad más
berreta, lo onírico. En esa falsedad donde gana el absurdo él destila sin
embargo algo de humanidad. Visto desde afuera seguramente podría decirse que se
trata de una parodia, de una gran farsa. Desde la mirada del
Protagonista/Narrador, es la crónica y la elegía de un tremendo nopodermiento.
–¿Lo contemporáneo guía tu obra?
–Escribimos, decimos, nos movemos, ensayando una doble
coreografía. Interpelados e interpelando aquello que llamamos real, lo que nos
rodea. Ahora bien, y aquí anida un equívoco grande, lo real no se reduce a lo
tangible, lo palpable y mensurable. También está hecho de lo que no es, del
pasado, del futuro, de la imaginación, de las potencialidades y, fundamentalmente,
de los misterios, cósmicos y minúsculos que, arrinconados, siguen gobernándolo
todo.
Viaje espiralado
–¿Marcó “Paraísos” un límite? ¿Qué te llevó a dar el giro de
“La serenidad”?
–Entiendo la escritura como un viaje espiralado al fondo de
algo, de un todo, con aproximaciones y alejamientos hacia un núcleo que, en el
mejor de los casos, conseguimos olfatear, tantear, vislumbrar de a ratos. Como
fogonazos. Paraísos fue sin dudas una buena curva, una curva peligrosa, en las
vueltas de ese caracol sin fin. En ese giro hubieron muchas lecturas, músicas,
películas y experiencias que fueron avivando el mundo de La serenidad.
–Además de las fotos, hay un diagrama misterioso en “La
serenidad”, ya había uno en “Paraísos”. ¿A qué se deben?
–Opendoor también estaba poblada de imágenes, diagramas,
bocetos. De hecho, durante toda su escritura alimenté una suerte de collage que
permaneció en la cocina narrativa (fotos, recortes, líneas de tiempo,
acuarelas, culos, manchas de café) donde seguramente estaban cifradas las bases
de La serenidad. Sólo que aquí sucede al revés: la historia y la trama quedaron
en casa y la trastienda tomó el escenario llevándose todo puesto. Creo que uno
de los puntos esenciales de la escritura es el trabajo del pretexto, del
paratexto. De eso se trata: escribir es, ante todo, explorar el imaginario que
nos convoca más allá de los símbolos, al margen de la anécdota y los
personajes. Ahí está el goce.
La Voz del Interior, 03/07/2014
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