jueves, julio 17, 2014

Palabras inesperadas

Entrevista a Iosi Havilio sobre su última novela, La Serenidad, en La Voz del Interior
Por Javier Mattio.

Tal vez el escritor argentino más prometedor y secretamente reverenciado de la nueva generación, Iosi Havilio (Buenos Aires, 1974), desplegó un veloz in crescendo con la seguidilla Opendoor (2006), Estocolmo (2010) y Paraísos (2012). De la contención preciosista de la primera al exceso desfondado de la última, Havilio exploró las posibilidades de la novela con una autonomía y tenacidad elogiables, levantando un mundo no muy distinto al real en extrañeza, volubilidad y encantamiento.

El agujero negro en el que se abismaba la planicie urbano-grotesca de Paraísos es una posible clave para entender La serenidad, la nueva nouvelle de Havilio, a primera vista un giro desconcertante en su trabajo. Divertimento satírico y metanarrativo con aires de folletín dieciochesco, La serenidad avanza con libre pulso experimental en las andanzas de El Protagonista, quien con su nombre parece revelar el entramado que subyace a toda historia. Suerte de compendio no ya de la obra de Havilio sino de la humanidad y la literatura enteras en sus poco más de 140 páginas, La serenidad incluye filosofía –el título del libro replica al de un texto de Heidegger–, triángulo amoroso, autobiografía, referencias que van de la Biblia al Ulises, juegos con el lenguaje, mucho humor y un radar pícaro de lo contemporáneo que siempre caracterizó al autor porteño: la militancia, el country, el barrio, los noticieros, el vaivén ciudad-campo siguen murmurando entre bastidores.

“La serenidad irrumpió como una tromba entre medio de otras escrituras, digamos, más conscientes –cuenta Havilio–. Me resulta difícil precisar un tiempo, fue lo más parecido a escribir dentro de un sueño. Reconozco una serie de orígenes: una conversación trasnochada, entre la filosofía y la frivolidad, que dejó su huella en el párrafo inicial; un texto más o menos homónimo de Heidegger que estudié allá lejos y hace tiempo; el cuadro de Bouguereau (la tapa del libro), una pintura clásica nacida a destiempo, entre las vanguardias. Por último, atravesando estas memorias desmembradas, hay una frase atrapada en el aire que le escuché decir a mi hijo menor que se convirtió en epígrafe, faro, película aglutinante de todo este mundo: ‘Soy una mala historia’”.

–¿Parte “La serenidad” del escepticismo o de la confianza en toda historia?
–En la novela trama y voz son una misma cosa. Más que del escepticismo, el libro es fruto de un convencimiento: sea cual fuera el universo en cuestión todo termina rindiéndose o revelándose a la voz que lo perfora. Y no hablo de la voz del escritor, nada más triste y lejos, sino de las voces que germinan desde el interior de determinado mundo para horadarlo. Esa esencia es la que me interesa. Ocurrió igual con las novelas anteriores, las publicadas y las no. Pienso en La serenidad como un eslabón en carne viva de una misma cadena.

–¿Es este tu libro más humorístico?
–Me dejé llevar y entretener por este Protagonista que se distancia de sí mismo para retratarse, sin escalas, entre la humillación y la gloria, como un stand upper desaforado y barroco inmolándose en un gran teatro de operaciones que incluye la tragedia pero también el sketch, la realidad más berreta, lo onírico. En esa falsedad donde gana el absurdo él destila sin embargo algo de humanidad. Visto desde afuera seguramente podría decirse que se trata de una parodia, de una gran farsa. Desde la mirada del Protagonista/Narrador, es la crónica y la elegía de un tremendo nopodermiento.

–¿Lo contemporáneo guía tu obra?
–Escribimos, decimos, nos movemos, ensayando una doble coreografía. Interpelados e interpelando aquello que llamamos real, lo que nos rodea. Ahora bien, y aquí anida un equívoco grande, lo real no se reduce a lo tangible, lo palpable y mensurable. También está hecho de lo que no es, del pasado, del futuro, de la imaginación, de las potencialidades y, fundamentalmente, de los misterios, cósmicos y minúsculos que, arrinconados, siguen gobernándolo todo.

Viaje espiralado
–¿Marcó “Paraísos” un límite? ¿Qué te llevó a dar el giro de “La serenidad”?
–Entiendo la escritura como un viaje espiralado al fondo de algo, de un todo, con aproximaciones y alejamientos hacia un núcleo que, en el mejor de  los casos, conseguimos olfatear, tantear, vislumbrar de a ratos. Como fogonazos. Paraísos fue sin dudas una buena curva, una curva peligrosa, en las vueltas de ese caracol sin fin. En ese giro hubieron muchas lecturas, músicas, películas y experiencias que fueron avivando el mundo de La serenidad.

–Además de las fotos, hay un diagrama misterioso en “La serenidad”, ya había uno en “Paraísos”. ¿A qué se deben?

–Opendoor también estaba poblada de imágenes, diagramas, bocetos. De hecho, durante toda su escritura alimenté una suerte de collage que permaneció en la cocina narrativa (fotos, recortes, líneas de tiempo, acuarelas, culos, manchas de café) donde seguramente estaban cifradas las bases de La serenidad. Sólo que aquí sucede al revés: la historia y la trama quedaron en casa y la trastienda tomó el escenario llevándose todo puesto. Creo que uno de los puntos esenciales de la escritura es el trabajo del pretexto, del paratexto. De eso se trata: escribir es, ante todo, explorar el imaginario que nos convoca más allá de los símbolos, al margen de la anécdota y los personajes. Ahí está el goce.

La Voz del Interior, 03/07/2014

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