Entrevista a Iosi Havilio sobre su última novela, La Serenidad, en La Voz del Interior
Por Javier Mattio.
Tal vez el escritor argentino más prometedor y secretamente
reverenciado de la nueva generación, Iosi Havilio (Buenos Aires, 1974),
desplegó un veloz in crescendo con la seguidilla Opendoor (2006), Estocolmo
(2010) y Paraísos (2012). De la contención preciosista de la primera al exceso
desfondado de la última, Havilio exploró las posibilidades de la novela con una
autonomía y tenacidad elogiables, levantando un mundo no muy distinto al real
en extrañeza, volubilidad y encantamiento.
El agujero negro en el que se abismaba la planicie
urbano-grotesca de Paraísos es una posible clave para entender La serenidad, la
nueva nouvelle de Havilio, a primera vista un giro desconcertante en su
trabajo. Divertimento satírico y metanarrativo con aires de folletín
dieciochesco, La serenidad avanza con libre pulso experimental en las andanzas
de El Protagonista, quien con su nombre parece revelar el entramado que subyace
a toda historia. Suerte de compendio no ya de la obra de Havilio sino de la
humanidad y la literatura enteras en sus poco más de 140 páginas, La serenidad
incluye filosofía –el título del libro replica al de un texto de Heidegger–,
triángulo amoroso, autobiografía, referencias que van de la Biblia al Ulises,
juegos con el lenguaje, mucho humor y un radar pícaro de lo contemporáneo que
siempre caracterizó al autor porteño: la militancia, el country, el barrio, los
noticieros, el vaivén ciudad-campo siguen murmurando entre bastidores.
“La serenidad irrumpió como una tromba entre medio de otras
escrituras, digamos, más conscientes –cuenta Havilio–. Me resulta difícil
precisar un tiempo, fue lo más parecido a escribir dentro de un sueño.
Reconozco una serie de orígenes: una conversación trasnochada, entre la
filosofía y la frivolidad, que dejó su huella en el párrafo inicial; un texto más
o menos homónimo de Heidegger que estudié allá lejos y hace tiempo; el cuadro
de Bouguereau (la tapa del libro), una pintura clásica nacida a destiempo,
entre las vanguardias. Por último, atravesando estas memorias desmembradas, hay
una frase atrapada en el aire que le escuché decir a mi hijo menor que se
convirtió en epígrafe, faro, película aglutinante de todo este mundo: ‘Soy una
mala historia’”.
–¿Parte “La serenidad” del escepticismo o de la confianza en
toda historia?
–En la novela trama y voz son una misma cosa. Más que del
escepticismo, el libro es fruto de un convencimiento: sea cual fuera el
universo en cuestión todo termina rindiéndose o revelándose a la voz que lo
perfora. Y no hablo de la voz del escritor, nada más triste y lejos, sino de las
voces que germinan desde el interior de determinado mundo para horadarlo. Esa
esencia es la que me interesa. Ocurrió igual con las novelas anteriores, las
publicadas y las no. Pienso en La serenidad como un eslabón en carne viva de
una misma cadena.
–¿Es este tu libro más humorístico?
–Me dejé llevar y entretener por este Protagonista que se
distancia de sí mismo para retratarse, sin escalas, entre la humillación y la
gloria, como un stand upper desaforado y barroco inmolándose en un gran teatro
de operaciones que incluye la tragedia pero también el sketch, la realidad más
berreta, lo onírico. En esa falsedad donde gana el absurdo él destila sin
embargo algo de humanidad. Visto desde afuera seguramente podría decirse que se
trata de una parodia, de una gran farsa. Desde la mirada del
Protagonista/Narrador, es la crónica y la elegía de un tremendo nopodermiento.
–¿Lo contemporáneo guía tu obra?
–Escribimos, decimos, nos movemos, ensayando una doble
coreografía. Interpelados e interpelando aquello que llamamos real, lo que nos
rodea. Ahora bien, y aquí anida un equívoco grande, lo real no se reduce a lo
tangible, lo palpable y mensurable. También está hecho de lo que no es, del
pasado, del futuro, de la imaginación, de las potencialidades y, fundamentalmente,
de los misterios, cósmicos y minúsculos que, arrinconados, siguen gobernándolo
todo.
Viaje espiralado
–¿Marcó “Paraísos” un límite? ¿Qué te llevó a dar el giro de
“La serenidad”?
–Entiendo la escritura como un viaje espiralado al fondo de
algo, de un todo, con aproximaciones y alejamientos hacia un núcleo que, en el
mejor de los casos, conseguimos olfatear, tantear, vislumbrar de a ratos. Como
fogonazos. Paraísos fue sin dudas una buena curva, una curva peligrosa, en las
vueltas de ese caracol sin fin. En ese giro hubieron muchas lecturas, músicas,
películas y experiencias que fueron avivando el mundo de La serenidad.
–Además de las fotos, hay un diagrama misterioso en “La
serenidad”, ya había uno en “Paraísos”. ¿A qué se deben?
–Opendoor también estaba poblada de imágenes, diagramas,
bocetos. De hecho, durante toda su escritura alimenté una suerte de collage que
permaneció en la cocina narrativa (fotos, recortes, líneas de tiempo,
acuarelas, culos, manchas de café) donde seguramente estaban cifradas las bases
de La serenidad. Sólo que aquí sucede al revés: la historia y la trama quedaron
en casa y la trastienda tomó el escenario llevándose todo puesto. Creo que uno
de los puntos esenciales de la escritura es el trabajo del pretexto, del
paratexto. De eso se trata: escribir es, ante todo, explorar el imaginario que
nos convoca más allá de los símbolos, al margen de la anécdota y los
personajes. Ahí está el goce.
La Voz del Interior, 03/07/2014
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