Por Aquiles Zambrano para contrapunto.com
La deslumbrante serenidad de la mirada áurea, esa
respiración pausada de la prosa, que nos eleva sin fricción por encima de
nuestra propia inteligencia, hacen de este libro un objeto asombroso.
Así empezaría esta columna si pudiera circunscribirme al
perímetro de la reseña. Pero ocurre que la resonancia intelectual que su
lectura ha tenido en mí excede por todos los costados este ámbito del
periodismo cultural. Por muchas razones. Pero la principal es que luego de leer
este libro he tenido la sensación de que toparme con sus páginas era algo
inevitable, como si desde siempre me hubiera aguardado o como si desde siempre
hubiese estado escrito. Y es que no parece un libro publicado en el 2015, sino
un libro anterior, ya escrito, sin el cual no podríamos entender de la manera
en que lo hacemos el panorama actual de la lecto-escritura. Es como si incluso
antes de su publicación, e incluso antes de su escritura, este libro fuera ya
imprescindible. Una reflexión que, en la misma medida de su necesidad
impostergable, destierra al propio Chejfec a la contingencia, pues de no haber
sido escrita por él, hubiese sido escrita por alguien más. Pero lo escribió
Chejfec y a él debemos esta brújula magnífica, que nos permite orientarnos hoy
en medio de esa migración caótica hacia lo digital.
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