La segunda novela de Matías Alinovi (1972), París y el odio,
pone en juego, en tres historias, la tensión entre el ideal moderno de
emancipación y la furia que desencadena su imposibilidad. Algunas corrientes
historiográficas sostienen que el lema de la revolución jacobina -libertad,
igualdad y fraternidad-, solo pudo llevarse por medio de un terror
estructurante. Esta disputa puede verse
al comienzo de la novela: “La decisión de incendiar Paris fue repentina. París
o Francia, era lo mismo. La tomó solo, una mañana, en el pozo de dos plantas.”
Los deseos piromaníacos corren por cuenta de Eladio Marino, un científico
argentino que apenas sobrevive con su beca y su desgano con pretensiones de convertirse
en escritor. Ese relato enmarcado que constituye la “biografía de incendiario”
está constreñida por su experiencia parisina, que lejos de cualquier vínculo
idílico, desdeña ciertos gestos nostálgicos intelectuales. La acción, desde su
óptica, está atada a una destrucción que la precede. Ese pozo que se referencia
en la cita inicial anticipa un descubrimiento de principios de siglo XX: una
galería subterránea que funcionaba como osario, hallazgo que vincula muerte y
anonimato, caracteres que también están presentes en la tercera y última
trama. Como una suerte de remembranza a
Héctor Bianciotti, el foco está puesto en Bianco, un reconocido escritor y
crítico argentino, el primer hispánico miembro de la Academia francesa a quien
Marino le envía sus primeros relatos. Pese a que Bianco parecería estar en el
lugar que soñó, algunos sinsabores le juegan en contra. La concatenación
narrativa que propone Alinovi es pura potencia, aun cuando sugiere que
pertenecer, más que un privilegio, a veces es una condena.
lunes, julio 11, 2016
La condena de pertenecer
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