Entrevista a Edgardo Cozarinzky en La Gaceta de Salta. Por Verónica Boix.
Si se cruza la lectura de sus últimos dos libros (Dark y
Niño enterrado), la memoria y la literatura se funden y hacen real la frase de
Faulkner: “El pasado no ha muerto. Ni siquiera ha pasado”. Cozarinsky dirá en
la entrevista: “Es algo que me habita. Supongo que como vivo con ese
sentimiento, es inevitable que pase a lo que escribo”
Una vez más el azar confabula. Es habitual en la poética de
Edgardo Cozarinsky que la narración esté atravesada por reflexiones; lo
extraordinario es que Dark, su último libro de ficción -una nouvelle publicada
por Tusquets que muestra la relación de Víctor con un hombre turbio y
enigmático-, abra la posibilidad de descubrir qué más puede estar contando Niño
enterrado, una serie de crónicas y ensayos claramente autobiográficos que salió
al mismo tiempo publicada por Entropía.
- En Dark, Víctor piensa que ese amigo nuevo “sería el
primer personaje conocido fuera de los libros al que podría prestarle rasgos de
ficción” ¿Buscabas mostrar que lo autobiográfico no es lo que invade la
ficción, sino al revés?
- Lo autobiográfico no existe en mis cuentos y novelas.
Apenas alguna anécdota del servicio militar en Maniobras nocturnas, pero es un
detalle dentro de la trama. Ocurre que a menudo elaboro recuerdos y sentimientos
para armar la narración, y hay quienes creen que hago autobiografía. Los
desengaño: nada de lo narrado ocurrió. Pero lo temido y lo deseado son parte de
lo vivido, aunque no se hayan verificado en los hechos.
- En ambos libros aparece el cruces entre literatura y
experiencia, marginalidad y erudición ¿Qué te interesaba explorar de esos
mundos?
- Me parece que hace más de un siglo, no sé si desde las
difuntas vanguardias del siglo XX, todas esas categorías, centro y margen,
cultura alta y baja, se volvieron permutables. Me interesa violar las fronteras
impuestas. Lo dije en más de una ocasión, me atrae lo nacional y lo popular,
pero detesto la etiqueta populista nac & pop, que no permite escuchar el
diálogo entre Borges y Discépolo.
- El kintsugi, el arte japonés para pegar objetos rotos con
oro, aparece en Dark ¿Cómo juega esa técnica en tu escritura?
- No sé. Juega en mi vida de todos los días, así que algo
puede o debe pasar a la escritura, pero es una de las tantas cosas que prefiero
no indagar. A lo sumo te diría que en el armazón de Niño enterrado hubo un
remendar, sanar si querés una palabra más “digna”, muchas grietas por medio de
la prosa, del lenguaje.
- El presente entra en la nouvelle a través de la mirada del
escritor en que se convirtió el protagonista ¿Esa es una forma de desdoblar la
trama y mostrar los hilos que la enlazan?
- Puede ser. No me interesó hacer una narración lineal de
hechos sino cuestionar el recuerdo, la interpretación de esos hechos
recordados, quién sabe cuán corregidos por la memoria... Y armar ese
cuestionamiento como un puzzle de puntos de vista, el del escritor viejo y el
del adolescente que alguna vez fue, con deslizamientos donde la tercera persona
nunca es la misma.
- Es curioso, a pesar de que los textos de Niño enterrado
hablan de tu experiencia, también elegís la tercera persona para narrarlos.
- En Niño enterrado sentí el deseo de hacer objetivo lo que
puede haber de demasiado subjetivo en la experiencia personal. Así como el
escritor que escribe “yo” está creando un personaje autónomo, poco importa si
incursiona en lo confidencial, al escribir “él” busqué inventarme un doble.
- Buenos Aires es central en los dos libros. A través de los
lugares hablás de la sociedad, la historia, tus lecturas. Se diría que seguiste
las pistas de tu memoria en el trazado de tu Buenos Aires personal.
- “Mi Buenos Aires privado”, para parafrasear el título de
una película de los 90, lo he inventado en estos 20 últimos años. Ninguno de
los lugares donde viví de adulto me promete semillas de ficción. En cambio, el
sur de mi primerísima infancia, apenas recordado, lo he estado explorando desde
que volví a instalarme en la ciudad donde nací, y me lo he apropiado como
territorio de ficción; lo mismo ocurre con Paseo Colón y Alem, desde el Parque
Lezama hasta Retiro. Están en algunos cuentos, sobre todo en novelas como Lejos
de dónde, Maniobras nocturnas y Dinero para fantasmas. Y por supuesto en Dark.
- En uno de los ensayos aparece que la intuición mayor de
Joyce fue “ver al adolescente como el material con que el artista debe dar
forma a su propio ser de creador” ¿Vos aplicas esa idea a tu obra?
- Hay algo inevitable en el escritor que se quiso escritor
desde temprano, aunque no haya publicado hasta muy tarde, como es mi caso, que
esté realizando no solo aquel deseo sino que también que busque (permitime que
me cite) “imponer alguna forma a ese desorden de pérdidas y desastres que
llaman experiencia”.
- “Una vez dicho esto ¿Qué otra cosa queda por decir?”, la
frase final de Niño enterrado, intriga y sugiere que hay un mensaje cifrado
¿Por qué elegiste ese final?
- Como bien viste, hay un mensaje cifrado. Y como está
cifrado, solo lo entenderá la persona a la que va dirigido. Para el resto de
los lectores, me interesa proponer que existe algo sensual en el hecho de
eludir lo virtual, de escribir con la mano en una hoja que esa mano toca y será
tocada por quien la recibe.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario