Valeria Sager escribe para Bazar Americano sobre El Sr. Ug..., de Humberto Bas:
La primera página de la novela está marcada recurrentemente por un signo inventado que produce de algún modo una clase de connotación abierta y vasta. Se trata de una especie de potencia de numeración vacía, de indicación numérica ordinal, o de grados, situada sobre los dos puntos. Esto es así “:º”. Y repetido, es : º, :º,:º, etc. Una potencia cero de la enumeración, la explicación, la paráfrasis. Cero, porque no termina de ocurrir, se interrumpe, se deriva y muchas veces roza lo que parece infinito. Numerar esa posibilidad de las palabras con una potencia que no fuera cero, sería fijarla y detenerla. De ese detenimiento es de lo que El Sr. Ug… parece huir. En esa primera página, hay una vaquita y una anciana que sostiene lo que el narrador identifica como un bastón hasta que la anciana le aclara que se trata de un cayado y que no le sirve para caminar sino para denotar. Como apertura de lo que va a contarse, la frase es curiosa porque la novela, que es una especie de continuo de los pensamientos de un insomne, trabaja con el silencio, el corte y la interrupción de una manera extraña, de un modo que podría figurarse exactamente como un cayado que punza el piso al caminar o punza la hoja al dejar un trazo hecho de pequeños vacíos, pequeñas incisiones de blanco o de blancura. Un cayado que va inscribiendo lo que se calla. Y a la vez, lo que allí se ve es el momento en el que la connotación que está en el centro de la prosa de Humberto Bas, allí donde cada cosa y cada palabra parecen dispuestas a una remisión infinita, va convirtiéndose en denotación a medida que se construye. Porque todo lo que se dice, lo que se imagina y se encadena, una vez escrito adquiere un tipo de perfección que parece tan determinante, tan exacta que tiene como efecto la anulación del despliegue del paradigma.
Curiosa, curiosísima forma. El Sr. Ug… es una novela de la deriva, la enumeración, el ensanchamiento extenso de las relaciones paradigmáticas, de la asociación y el juego de palabras pero cuando el cuadro termina de componerse parece que todo lo que queda es único e irremplazable. Como los juegos de Alina Reyes en “Lejana” de Cortázar, los anagramas y palíndromos que entretenían a la protagonista de ese relato permitiéndole conciliar el sueño pero también acercarse a la otra, a la lejana, a la mendiga en Budapest; los del narrador de la novela de Bas, lo llevan a imaginar varias vidas de un vecino, el Sr. Urdanpilleta. Y es a fuerza de inventar esas vidas, que Urdanpilleta se convierte en alguien que de algún modo lo reemplaza. Va llenando el tiempo del insomnio mientras ocupa el lugar del que no duerme y éste se convierte en el otro:
“Única redención, enajenarse. No mirar hacia delante, sino a las cosas. Olvidar el reloj, olvidar la hora, olvidar las razones, los motivos, evitar acariciar el edema que perturba y volcarse a lo inmediato con estratagemas simples”. Estratagemas, no tan simples, complejísimos para el lenguaje igual que los de Alina Reyes:
Qué felices son, yo apago las luces y las manos, me desnudo a gritos de lo diurno y moviente, quiero dormir y soy una horrible campana resonando, una ola, la cadena que Rex arrastra toda la noche contra los ligustros. Now I lay me down to sleep… Tengo que repetir versos, o el sistema de buscar palabras con a, después con a y e, con las cinco vocales, con cuatro. Con dos y una consonante (ala, ola), con tres consonantes y una vocal (tras, gris) y otra vez versos, la luna bajó a la fragua con su polisón de nardos, el niño la mira mira, el niño la está mirando. Con tres y tres alternadas, cábala, laguna, animal; Ulises, ráfaga, reposo.
Estratagemas desplegados que no parecen tener fin en la imaginación del insomne y entonces asocia todo, hacia adelante, sin parar. Así, por ejemplo piensa los instantes de un viaje en colectivo del Sr. Urdanpilleta cuando, desde la cama, desde la imposibilidad del sueño, se ubica en el punto de vista del otro y escribe: “Soy su mirada”, entonces:
Aparecen híperes y shoppingues de todas las comuniones: Jumbo, walmart…Jumbo, Walmart y Coto, Jumbo, Walmart, Coto y Easy. E. Easy. ¿E o y Easy? Jumbo, Walmart, Coto, Easy y Unicenter. Unicenter y Ykua-Bolaños (cof…cof). ¿Y o u? Ykua Bolaños (396), King Fong, Mina India, Santo Domingo. La Paloma. Mona Lisa, La Riojana, Casa Martel, LaiLai Center, Vandôme, International, Whu, Hijazi, Shopping Barcelona, Del Este, Duty Free, West Garden, La Anónima (ahhh, alarido de la peonada fusilada en la Patagonia trágica), Carrefour, Dot, Abasto, Alto Palermo, Pacífico, Alcorta, Bullrich, Montevideo Center, Las Palmas, Macy´s, Bloomingsdale´s, Corte Inglés.
Y sigue así, a lo largo de unas páginas más. Lo que ocurre es que el narrador no tiene otra interioridad ni otras circunstancias que las que se exhiben al inventar y creer las actividades e ilusiones de otros: su vecino, los personajes de los libros que lee, un bollito de papel arrojado al mar o el Che Guevara ante la Asamblea de las Naciones Unidas.
En la contratapa dice: “El Sr. Ug… es una novela cuya duración es un único minuto de una misma noche”, pero aquí también hay una trampa de despliegue y fijación, o como en el par sintagma / paradigma, de selección y asociación. Ese minuto, el del presente de la narración en la que siempre son la 03:49 escande, al titilar en el reloj, el avance del relato insomne con fragmentos de lo que lee, piensa o imagina el narrador mientras no puede dormir. Esas historias, sin embargo, se desarrollan, se arman, se completan anulando la categoría de tiempo mientras, paradójicamente, avanzan. Porque los cuentos que se ramifican y se extienden se construyen durante la fijación del 03:49. “La manecilla que va, va y vuelve y se clava; 03:49, 03:49” pero en esos segundos, se cuentan vidas casi enteras y no es solo el relato el que pese a la imposibilidad de la afirmación, se extiende en un tiempo que no existe o se deshace. No es solo el relato, la voz del narrador que se prolonga y cuenta sino las vidas de los que son contados. Allí también, las variantes paradigmáticas parecen darse todas juntas sin anularse una a otra, sin selección alguna.
Novela que parece buscar intensamente el despliegue de un puro significante y sin embargo, cuenta historias, casi como si fuera a su pesar: “[…] los grafos son significantes y las anécdotas, los significados”:
[…] [E]n la fusión de ambos se confabulan las armonías y desavenencias de los acontecimientos narrados. Si supiera esto [el Sr. Urdanpilleta] acomodaría sus pensamientos para pensar lo mismo; que las pobres letras, o los pobres significantes, están a la espera de que unos ojos se les posen encima. ¿No se cansan los significantes?, se preguntará. ¿No se cansan de esperar y esperar para significar?
¡¿Vocación e servidumbre, la de los pobres grafos?!
¿Él no será uno de esos? ¿Un pobre tipo in-significante?
Es que la vida del Sr. Urdanpilleta, el vecino del narrador, es una multiplicidad de vidas. Todas imaginadas, todas, igual de probables, igual de verosímiles, casi igual de mediocres o grises. Todas configuradas como escenas de una vida cualquiera absolutamente olvidable y, sin embargo, materia del hilar difuso del insomnio y el aburrimiento de quien las piensa, las cree y las convierte en ciertas; tan propensas a la asociación y a la deriva como puede serlo un hombre vacío que no es más que una figura capaz de ser llenada de cualquier modo, capaz de significar lo que quiera quien lo observa, quien lo adivina, lo inventa. Una multiplicidad de vidas tan ciertas como puede ser algo hecho de palabras. Así, El Sr. Ug… podría definirse como la novela de la multiplicidad de las evidencias que se despliegan como si conformaran un mundo que se exhibe como si fuera a la vez todos los posibles y el único verdaderamente cierto.
lunes, abril 03, 2017
Átate, demoníaco Caín o me delata
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