Entrevista a Leandro Ávalos Blacha en Evaristo Cultural. Por Nicolás Ferraro
Temporada. Villa Carlos Paz. Juan Carlos y Perla se van de
luna de miel con Mauricio, el mejor amigo-enemigo de Juan Carlos, y los tres
comparten habitación. Pero eso no es lo más incómodo. Una vedette es asesinada.
Y solo es la primera. Un asesino serial de vedettes pone en jaque la temporada
y las vidas de las personas involucradas en la farándula.
Videntes que quieren su minuto de fama. Celos. Ganas de
fama. Peleas de cartel. Hipnotismos. Crímenes desproporcionados. Impredecible.
Chicos haciendo quilombo. Casi, casi como cualquier otra temporada de verano en
Villa Carlos Paz.
Sólo que Ávalos Blacha se encarga de agregarle bastante más
de sangre.
¿De dónde surge Malicia?
Por un lado, surge de la idea de hacer algo sobre Carlos
Paz, cuando pasé por ahí en unas vacaciones, hace varios años. Me llamaba la
atención algo muy intenso que se producía en la calles, mucha ebullición en
torno al mundo del espectáculo en una ciudad más bien chica, que estaba
creciendo como plaza teatral. Los actores, los móviles de televisión, los
fanáticos. Mucha interacción. Y todo concentrado en unas pocas cuadras llenas
de gente. También cierta intriga por lo que era el teatro de revista o por qué
la gente iba a ver un género que, si alguna vez funcionó con cierto misterio
alrededor de las grandes vedettes, ahora estaba cada vez más próximo a la
televisión, hasta casi no diferir de ella. Como un reality. Esto se cruzó con
algo que siempre había querido hacer, pensar una novela en sintonía con los
giallos, las películas de Darío Argento o Mario Bava, por ejemplo. Por los
espacios que usaban como ambientación (muchas veces teatrales) y la importancia
que suelen tener los personajes femeninos pensaba que podía hacerlo funcionar
con el teatro de revista como marco.
Con el correr de las páginas nos metemos en una novela
coral, con situaciones que se van saliendo de control página a página. Una
historia -que se agradece- impredecible. Con un entramado tan complejo, me
gustaría conocer cómo fue el proceso de escritura de tu novela. ¿Tenías
planteado un esqueleto o fuiste descubriendo la historia a medida que la escribías?
Nunca tengo una estructura tan armada en la cabeza, mientras
escribo. En este caso había un mínimo esqueleto, se podría decir, dado por
algunos momentos que plantea lo policial de la novela (los crímenes, pensar una
figura de detective, los sospechosos, la resolución). Algo bastante escueto.
Tenía claro que era un arco en el que se iban a trenzar otras historias, que
llevaran la novela a lo sobrenatural. Creo que el texto avanzó a partir de los
personajes, que estos me fueron marcando hacia dónde ir. Y, a la par,
determinadas situaciones por las que quería que la novela transitara (como, por
ejemplo, el juego, los casinos, la presencia del satanismo o los
extraterrestres), u otras que eran frecuentes en los giallos y quería incluir.
Malicia está plagada de personajes pintorescos, ¿cuál fue el
que más te sedujo a la hora de escribirlo?
Disfruté, especialmente, de lo que ocurre con el personaje
de una nena, Celina, que en la novela entra en contacto con el espíritu de una
de las vedettes asesinadas. En especial porque fue la puerta para trabajar con
la voz en primera persona de una vedette medio Andrea Rincón, y con los
programas de espectáculos. También porque es un personaje que da pie a otros
fenómenos sobrenaturales, algo vinculado a Poltergeist, pero desde lo
mediático.
Ya desde los epígrafes que elegiste para abrir la novela
hasta el teatro de revistas inspirado en Batman y el Joker, el imaginario de la
cultura pop parece dejar cada vez una huella más fuerte en las obras
contemporáneas. ¿A qué creés que responde esto? ¿Qué es lo que más te atrae de
esas construcciones?
Me parece que, en primer lugar, muchos de esos discursos son
los que me formaron. Las historietas, las revistas, las películas, la
televisión. Me interesa, en general, el modo que tienen de narrar, de
entretener, funcionan como influencias naturales. Siempre me atrajo la figura
del Joker, más que las de los superhéroes, y mientras pensaba en la figura del
asesino de la novela se me fue haciendo muy presente. En los giallos es
recurrente el tema de la locura, lo traumático, algo que ronda al Joker, cómo
la locura es una puerta de escape a las zonas oscuras de la memoria. Incluso
desde lo estético se acercaba al asesino de guantes del giallo. Pensar una obra
de revista sobre el Joker me servía para que ese rasgo demencial fuera un
condimento presente en el texto de forma continua, tanto en la obra como fuera
de ella, a través de la publicidad, por ejemplo. O con otros discursos en los
que vivimos inmersos (lo mediático, el espectáculo, las redes sociales). Me
gusta la literatura que se nutre de todo. Que arrasara con dicotomías como
culto/popular, géneros mayores/menores, lenguajes altos/bajos o cualquier cosa
por el estilo. Que no tenga miedo ni prejuicios sobre el material con el que
trabaja, sino que se enfoque en qué hacer con ellos. Lo que hizo Puig, Copi,
Uhart, Sasturain, Aira, Shua, Gorodischer, De Santis, Puenzo, por nombrar solo
algunos.
Haciendo un paralelismo, el otro lado de la mano, por
decirlo de una manera, es la cultura mediática, quizás más condenada a un
estallido desenfrenado de presencia en nuestras vidas, para después desaparecer
efímeramente. ¿Qué pensás que es lo que atrapa de estas realidades? ¿Cómo
decidiste trabajar con ese medio?
Al elegir el teatro de revista como fondo de la novela era
imposible no atender de algún modo a la cuestión mediática. También porque
tenía una presencia física en la ciudad (los móviles, los noteros, los
televisores como ruido de fondo constante), tenía que tener la entidad de un
personaje. Me interesaba esa capacidad de la industria del espectáculo de
convertir todo en objeto de consumo y de forma inmediata, en simultáneo con el
interés de la gente por consumirlo. Desde el lado de la producción de esos
programas, a veces me resulta admirable la capacidad de fabricar una noticia,
suspenso o intriga con los hechos más insípidos. O el “estrellato” al alcance
de todos y por motivos absurdos, que nada tiene que ver con lo artístico. Me
intriga qué morbo colectivo se activa para que eso despierte interés.
Malicia es un libro difícil de encasillar. Podría decirse
que aborda el género policial y el fantástico, los dos géneros con más
crecimiento en los últimos años. ¿Por qué creés que esté sucediendo esto?
¿Combinar estos géneros es una manera de combatir los clichés?
Siempre tengo la duda de si antes realmente no había tanta
literatura de estos géneros o si existen, pero no encontraron la publicación. Y,
en realidad, pienso más puntualmente en el caso de la ciencia ficción (que sin
dudas tiene una producción argentina, no tan acompañada desde lo editorial en
algunos momentos). En el fantástico y en el policial nuestra literatura tiene
una tradición muy rica, basta con pensar en cuán presente están en la obra y en
las lecturas de un escritor central como Borges. No sé por qué se da el auge,
en especial en las series. También en ambos géneros se puede caer en clichés y,
de hecho, una de las mayores dificultades en ellos es no hacerlo. Vivimos
realidades cada vez más complejas, quizás el único realismo posible es explorar
lo extraño. Pienso en las obras de colegas con obras no necesariamente de
género, que precisamente trabajan ese umbral: Falco, García Lao, Zina,
Schweblin.
Es interesante ver las dos caras de la tragedia, por un
lado, fortaleciendo la unión de las personas para salir adelante juntos, y por
el otro, los buitres decididos a alimentarse de los muertos. Me gustaría
profundizar en esta idea.
A la mayoría de los personajes de la novela los imaginaba un
poco apáticos en las formas, pero intensos e impulsivos. Siento que se unen
solo por no tener una alternativa mejor o para no perderse el ser parte de
algo. Hay giallos que, tras la muerte de una primera víctima, el whodunit
dispara todas las intenciones secretas que su círculo íntimo pudo tener para
matarla (como en Seis mujeres para el asesino). En Malicia la amistad de Juan
Carlos y Mauricio es de odio, más que amor. El matrimonio de Juan Carlos y
Perla es por lo menos extraño. Pero de algún modo son lo que tienen a mano.
Otra cosa que me gustaba de los giallos es la presencia de ciertas prácticas
radicales (el satanismo, la brujería, el sadomasoquismo, las drogas), en las que
personajes de ese tipo encuentran la cuota de autenticidad que no tienen en la
vida cotidiana. En Malicia la tragedia a veces actúa del mismo modo, es lo que
puede darles cierta entidad, algo que contar, de ahí que también tenga algo
festivo: como aceptar felizmente ser víctima del asesino para alcanzar la fama.
¿Cuáles fueron las principales influencias a la hora de dar
cuerpo a Malicia? A los que les guste la novela, ¿qué obras le recomendarías?
Las influencias que tuve más presentes fueron los giallos:
las películas de Darío Argento, Mario Bava, Sergio Martino. E Intrusos. Creo
que en lo que escribo siempre asoma algo de los autores que más me gustan:
Alberto Laiseca, César Aira, Copi, Wilcock, podría agregar a Fredric Brown,
Kobo Abe, Yasutaka Tsutsui, Philip José Farmer. Moju la bestia ciega de Edogawa
Rampo.
¿Cómo trabajaste el trinomio “lenguaje, trama, argumento”?
Me parece que se da un diálogo entre esos aspectos. Uno no
avanza sin el otro. Pero creo que es algo que se va ajustando en la marcha
misma, mientras se encuentra un tono para el texto. Hay algo de la trama que
tal vez da una pista para el lenguaje, una orientación, de qué manera debería
contarse esa historia. Pero, al mismo tiempo, es el lenguaje el que va a
definir el rumbo de la trama.
Publicaste tu primera obra hace más de diez años, ¿cómo ves,
en la actualidad, el estado de situación de la literatura en general y cuáles
creés que fueron los principales cambios desde que empezaste?
Me parece que la literatura argentina vive un estado de
mucha efervescencia. Hay voces muy distintas, muchas editoriales, creo que
también ganó un espacio más generalizado en lo que al periodismo se refiere (se
les da más espacio a las editoriales independientes y a los narradores
jóvenes), se traducen muchas obras. Lo que creo que no cambia es que ese “clima
de efervescencia” tiene una vida muy circunscripta a Palermo, a Buenos Aires
capital. Sigue siendo difícil que los libros circulen fuera de esta y que, a la
vez, lleguen más editoriales y escritores del resto del país acá. No sé si es
algo que puedan lograr las editoriales por sí solas, sin una política de Estado
al respecto. Tampoco cambió esto respecto a Latinoamérica, con una lengua en
común en casi todo el continente las obras no circulan si no fueron publicadas
en un grupo editorial grande (aunque esto tampoco lo garantiza en sí) o en
España.
Alberto Laiseca impactó como pocos el mundo de la literatura
argentina, principalmente con su obra, pero también con una camada de
discípulos que hace rato están siendo parte de los más interesante -y
refrescante- del panorama actual. Me gustaría que me cuentes del impacto de su
obra en vos y de él como maestro.
Creo que es el autor que más me influyó. Fue una sorpresa
encontrarme con su obra primero, por el imaginario con el que trabajaba, esa
mezcla de clase B, terror, delirio, sexo, humor. Fue una sorpresa idéntica
conocerlo. Cómo impactaba con esa figura digna de encarnar a alguno de sus
monstruos favoritos de la Hammer, pero tan cercano y querible después. Nunca
buscaba influenciar directamente en la voz o en la estética que uno estaba
creando. No emitía juicios de este tipo. Más bien era un trabajo de guía, de
ayudar en el modo que uno iba conectando con su mundo. Eran clases sin una
estructura fija tampoco. Leíamos o simplemente se charlaba, se discutía, se
tomaba cerveza y salías con mucho olor a cigarrillo. Algo que siempre nos
impactó fue el compromiso de trabajo de Lai. Sobre todo su idea en torno al
contar sus cuentos y participar en lecturas. Laiseca lo practicaba mucho.
Pensaba en qué iba a darle a esa persona que se sentaba a escucharlo.
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