martes, agosto 08, 2017

Ruinas y esperanza

Carlos Fonseca lee Caja de fractales, de Luis Othoniel Rosa, y escribe sus impresiones para Otra Parte Semanal:


“Y es que, sin saberlo, y rodeados de muerte, descubrieron una de esas desastrosas realidades de la vida: sólo la letra sobrevive al desastre”. La frase, magnífica y aterradora a la vez, subraya una de las valientes intuiciones de Caja de fractales, segunda novela del joven novelista puertorriqueño Luis Othoniel Rosa: ante el desastre, ante la crisis —emocional, política, ecológica, académica—, la escritura se convierte en un modo de supervivencia. La literatura como último refugio: una apuesta poética que es a su vez una forma de vida y un modo de permanencia. Si ya en su primera novela, Otra vez me alejo (2012), Rosa había explorado los vínculos afectivos que terminaban configurando un espacio de resistencia literaria dentro de los muchas veces asfixiantes laberintos de la academia norteamericana y sus múltiples crisis, en Caja de fractales la apuesta es mayor: centrándose en la crisis económica de Puerto Rico y sus imaginarios futuros distópicos, la novela esboza en torno a la literatura un espacio alternativo de solidaridad. Mientras el capitalismo —y por ende, según la tan citada frase de Fredric Jameson, el mundo— se viene abajo, los protagonistas de esta delirante novela reconstruyen otro mundo posible, un mundo que crece entre las ruinas del capitalismo con la impresionante voluntad de los ríos subterráneos.

Lector de Macedonio Fernández —en torno a cuya obra escribió un ensayo titulado Comienzos para un estética anarquista—, heredero de Manuel Ramos Otero y de Ricardo Piglia, Luis Othoniel Rosa sabe que es esa precisamente la utopía literaria: crear una sociedad paralela, alejada de los poderes del Estado y del mercado. Caja de fractales toma esa intuición y le suma otra igualmente pertinente: en sus páginas, la amistad se convierte en poética, en redes subterráneas de solidaridad que hacen posible imaginar un mundo después del mundo. Nos hallamos ante un autor que ha encontrado en la amistad una poética de supervivencia, un motor para la escritura. Sólo la amistad sobrevive al desastre, podríamos añadir, modificando la frase inicial. Y es así como en las aventuras del Profesor O, Alice Mar, Alfred Dust y Trilcinea, entre otros, encontramos un gran mosaico donde la literatura y la amistad se convierten en espejos de sí mismos. Sólo a través de la escritura, parece sugerir el autor, podemos llegar a crear esos lazos que nos ayuden un día a escapar de la pesadilla histórica que amenaza con destruirnos.

Ante la famosa frase de Joyce —“La historia es una pesadilla de la que intento despertar”—, la apuesta de Caja de fractales recae en negarse a despertar a lo real y a sus mil nombres —sensatez, pragmatismo, liberalismo, realismo— y, en cambio, apostarlo todo por seguir soñando. En sus páginas encontramos el bello y a veces terrorífico sueño colectivo de una sociedad que en su fuga final se niega a dejar atrás el arte, pues sabe que allí se esconde su única salvación posible. Una novela cuya ambición es la de convertirse en una de esas catedrales perdidas en un paisaje de ruinas, bajo cuyo esplendor una sociedad fugitiva encuentra esperanza.

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