Estoy pescando. Solo, en esta playa inmensa, trato de sacar algún bicho del agua. Llevo cuatro horas de espera sin ningún resultado.
En estas cuatro horas pensé mucho en Antuca, en Teresa y en mí. Me imaginé en la cama con ellas. Pensé intensamente en ese triángulo. Pensé en Henry Miller con June y Anais Nin. Dos es lo diferente a uno, pero tres es la pluralidad, es lo total. Lo dual parece destinado a agotarse en sí mismo, a unificarse. Mientras que en un trío siempre hay otro, siempre hay un afuera, siempre hay alguien que atestigüe. Por eso la propuesta de Teresa tiene tanta fuerza que es imposible eludirla. Miro el vendaje de mi mano y siento vergüenza. No entiendo por qué soy tan patético.
Aparecieron muchos bichos raros en la playa. Se desplazan en círculo, caminando sobre largas patas como insectos terrestres, pero salieron del mar, seguramente expulsados desde lo más profundo por un tornado o algún lejano cataclismo. Unas nubes extrañas se van enroscando en el cielo. La atmósfera comienza a ponerse densa y misteriosa.
No es el viento común de nuestras playas, sino el ir y venir de un aire enloquecido. El fenómeno me oprime el pecho. Algo trágico está armando la naturaleza a mi alrededor. Un cielo bajo y oscuro comienza a girar sobre mi cabeza. El mar se encrespa y ruge, y la playa se vuelve hostil. Destrabo la caña de su soporte metálico y comienzo a recoger la línea. Las olas se amontonan una sobre otras como en una estampida de búfalos. Siento un dolor agudo en el corazón y lo masajeo con fuerza, pero no puedo irme, estoy narcotizado por este espectáculo. Me resguardo entre los tamarindos, pero los médanos comienzan a volar y escapo hacia las casas.
martes, octubre 25, 2005
Adelanto de Antuca
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario