[Reseña de Las teorías salvajes, por Hernán Vanoli para Ñ.]
Cuando una novela aborda de modo directo núcleos traumáticos de la sociabilidad que la constituye y alimenta, y además muestra la voluntad de cuestionar ciertas prácticas y creencias presentes su comunidad de lectores potenciales, ese ímpetu de trascendencia, por más que venga acompañado de los correspondientes anticuerpos, funciona como un hecho político – literario en el que vale la pena detenerse. Las Teorías Salvajes, de la debutante Pola Oloixarac, cumple con estos requisitos.
La novela es, a primera vista, el diario desbocado de una estudiante de filosofía que sueña conquistar a un titular de cátedra. Este diario convive con la historia de amor entre Pabst y Kamtchowsky, dos bloggers que, retratados con despiadada ironía, encarnan los clichés propios de una microcultura arraigada en un sistema de referencias geek cuyas coordenadas van de You Tube y la modernidad periférica del circuito de las artes visuales a Los Goonies y las películas de Olmedo y Porcel, pasando por la filosofía de Leibniz y la revista Humor. Recorrido hiperbólico entonces, que a través de la lógica de la redundancia y la superposición disecciona un humus emotivo generacional, como si Oloixarac fuese una etnógrafa trash empantanada en el fango académico de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, con la que se muestra inclemente pero de la cual, sin lugar a dudas, es un producto refinado.
Diario y romance narrado en tercera persona se ven interrumpidos por mazazos o bocetos de esas “teorías salvajes” que conforman el núcleo de la novela: una ambiciosa ontología de lo humano (la “Teoría de las transmisiones yoicas”, que apuesta por una suerte de neo-racionalismo pragmático e historicista, no teleológico), y unas acaso más interesantes reflexiones sobre lo actual (“había comprendido que el régimen de acceso a la empatía contemporánea se encuentra vinculado al uso inteligente, glamoroso, de la crueldad”) que, de a momentos, acercan su propuesta a la de Michel Houellebecq o Frederic Beigbeder. Pero, a diferencia de lo que ocurre con los franceses, el deseo de producción de verdad que sostiene Las Teorías Salvajes surge de procedimientos que asumen el riesgo de apropiarse y de re-contextualizar la jerga heredada de la filosofía canónica, haciéndola, al fin, productiva.
A la hora de abordar la herencia de la militancia setentista, la novela cae en su propio diagnóstico generacional. Así, aunque la repetición de ciertos gestos pop sobre las fricciones entre líbido social y proyecto político no están a la altura de su inteligencia, estamos ante el triunfo de una voluntad que reclama un espacio diferente para la literatura, acaso más radical.
lunes, marzo 09, 2009
Hacia una literatura más radical
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