A propósito de Los domingos son para dormir, de Sonia Budassi, por Alejandro Caravario para Llegás a Buenos Aires.
Uno, varón al fin, podría caer en la tentación de leer Los domingos son para dormir, el muy bello libro de relatos de Sonia Budassi, como fisgón.
Quiero decir, adentrarse sigilosamente en territorio femenino y auscultar la intimidad (meditaciones, anhelos, preferencias sexuales, soliloquios inconfesables) de esas heroínas sencillas, como las que alguna vez invitamos al cine o les propusimos un porvenir sereno y colmado de niños.
Sería una lectura instrumental, de servicio, acaso valiosa en el arduo mercado de la seducción y la conquista, pero condenada al desconcierto. Porque las mujeres que animan los cuentos de Sonia son incompletas, vacilantes, inestables. Habitantes de un mundo de transiciones, un limbo en el que se superponen (no se suceden, ahí está el problema de esta gente) la inocencia infantil y el rigor de la adultez, el legado familiar (aquella información segura y anticuada) y el protocolo de la chicas modernas con aspiraciones profesionales, la periferia (el pago chico) y el centro.
Escenario clave, la casa. Allí se juegan los pormenores del coto femenino. Sólo que el lugar que antes protegía es ahora la exposición de un tablero que nunca se acomoda, donde todo es desorden. El relieve caótico de la soledad. Como en “Todo lo de anoche”, un cuento sobre la resaca del domingo (un día para dormir), en que una joven junta sus pedacitos y los de un departamento estragado.
Aun así, sobrevive en ella (y creo que en todos los personajes de Sonia) un resto poderoso de voluntad erótica (sus chicas son chicas guerreras, atentas al delineador y a los efectos de las medias de red) que su compañero desaira. Pero no es el desamor sino la eventualidad pura lo que resalta el encuentro fallido, el sexo insípido. Por lo demás, los hombres de Los domingos son para dormir -borrosos, fuera de foco- suelen ser insuficientes.
Sigue acá.
jueves, marzo 12, 2009
Los saberes de la infancia
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