Mariano Dubin lee Cuaderno de Pripyat, de Carlos Ríos, y escribe su reseña para Bazar Americano:
viernes, mayo 31, 2013
En busca del espacio perdido
martes, mayo 28, 2013
Anarquía de la forma breve
Daniel Gigena lee Cómo usar un cuchillo, de Fernanda García Lao, y escribe para ADN Cultura:
viernes, mayo 24, 2013
Atractor extraño
Nicolás Maidana lee Cuaderno de Pripyat y Manigua, de Carlos Ríos, y escribe su reseña para la Revista Mancilla.
«En los bordes de la literatura argentina reciente sobreviven, sigilosas, ciertas obras que se animan a erigir su pequeño gran proyecto secreto. Pero aunque parezcan microscópicas, solapadas bajo el flujo inabarcable de publicaciones, aquello que osan murmurar desde afuera consigue filtrarse en el interior de esa coraza autosuficiente que simula ser la literatura argentina. Es el caso de los libros de ficción de Carlos Ríos -tres “novelitas” hasta la fecha: Manigua, Cuaderno de Pripyat y el inconseguible A la sombra de Chaki Chan-, los cuales interpelan a la literatura desde una suerte de exilio artificial, un medioambiente alejado de las obsesiones recurrentes con que nos vino acostumbrado la ficción argentina reciente: las variadas formas de neorrealismo suburbano o las poéticas epigonales de los herederos de César Aira (dos ejemplos más o menos reconocibles). A diferencia de aquellos excedentes contemporáneos, la novelística de Ríos irrumpe en el horizonte para oxigenar un poco el panorama a través de otra clase de topografías, otras marginalidades; muy lejos del exotismo aireano (cuyos libros, uno sobre otro, a través de las décadas, se impusieron con la soberbia del que reclamaba para sí un lugar central en el canon, Olimpo del que parece inamovible). Por el contrario, la literatura de Ríos hace existir cuidadosos objetos experimentales. Tal vez sólo con la intención de circunscribir pequeñas zonas, mínimos habitáculos en el interior del cual eso que todavía llamamos ficción pudiera malearse con docilidad.
En el caso concreto de Manigua, asistimos a la travesía de Apolon en busca de una vaca sagrada con el fin de honrar el nacimiento de su hermano, escenificada en un África fantasmagórica, primitiva y apocalíptica al mismo tiempo -trayecto que nos es referido a través de una voz que va alternando entre la primera y la tercera persona-. Una topografía delirante plagada de leyendas, de éxodos tribales, de formas de vida antropológicamente localizadas (kikuyus, kambas, hombres-hormiga, etc.), de fragmentos de ficción que de repente asumen unprotagonismo absoluto (como un primer plano que amenazara con impregnarlo todo: aquella cabeza de roedor gigante que desentierran los ocupantes del autobús en el medio del desierto) sólo para esfumarse tiempo después (la misma cabeza de roedor gigante, esta vez atada al techo de un autobús que se va hundiendo poco a poco en el pantano), son parte de una maquinaria narrativa que evoluciona a través de destellos, como intensidades puras propagándose por el mismo espacio literario que las propicia.
Los ojos van recorriendo esas superficies compuestas por diferentes temporalidades y voces al tiempo que absorben esa escritura lacónica, exacta, que a diferencia del estilo “científico” de Mario Bellatin (con el que, indefectiblemente, se lo ha comparado), no disimula su matriz poética. Por el contrario, la ficción en Ríos se permite hacer evolucionar la frase siempre un poco más allá, hasta que va diluyéndose, como si se deshidratara en mojones episódicos. La arquitectura fragmentaria con que está organizado el libro (una serie de bloques numerados, elípticos), propicia, creo, esa tensión necesaria entre la pulsión atemporal, mítica, de la frase y el carácter autosuficiente de los párrafos, cuya concisión permite circunscribir la lengua y activar esa suerte de chamanismo desmesurado con que la ficción, en algunos momentos privilegiados, no cesa de aparentar que poetiza:
“Mi hermano es una especie de lente a través de la cual se filtra la vida en el desierto, allí donde la magia se ha retirado por ausencia de bosques. Sin su vida, sin sus arrebatos orgiásticos, sería imposible descifrar el mundo y penetrar en el aceite de su gran ilusión.”»
martes, mayo 21, 2013
Linterna Azul
Sergio Chejfec
_cuentos | 222 páginas
ISBN: 978-987-1768-11-0
«La invención de un lenguaje propio y al mismo tiempo reconocible implica de algún modo la construcción de un mundo habitable. Este libro de Sergio Chejfec materializa ese prodigio: exhibir un sistema de representación en el que cada relato es una introspección y toda introspección describe el entorno perceptible, como inventarios sensoriales que narran la experiencia.
En las nueve historias de Modo linterna, la anécdota funciona como plataforma para una nueva economía del sentido. La esquiva fotogenia de dos guacamayas, una minuciosa deconstrucción de las nevadas, la grafía en las lápidas de un cementerio parisino o los equívocos de los encuentros literarios, son condiciones de posibilidad para la existencia del relato: narraciones que a fuerza de precisa intuición convierten en abstracta la materialidad de las cosas y en íntima la indeterminación del mundo.
Entre la ficción, la crónica testimonial, el ensayo y el diario filosófico, estos relatos se desarrollan en distintos lugares pero no buscan ofrecer un mapa. Proponen más bien el encuentro de diferentes formas de lo particular dentro de lo genérico, y de lo pasajero en lo permanente. El resultado de este procedimiento es cada vez sorprendente: una austeridad que no nos priva de nada.«
Sergio Chejfec nació en 1956, en Buenos Aires. Desde 1990 reside en el extranjero. Ha publicado novelas, poesía y ensayos. Entre sus títulos: La experiencia dramática (2012); Los incompletos (2004); Cinco(1996); Moral (1990).
viernes, mayo 17, 2013
Ciencia y arte, cabeza a cabeza
La primera parte transcurre en un sanatorio bonaerense, en 1907: un grupo de médicos, positivistas desaforados, se propone un experimento macabro que supone mentiras a los pacientes y —horror— decapitaciones. La segunda parte, en 2009, releva la vida de un artista contemporáneo que —horror— materializa sus obras con partes de cuerpos humanos. Incluido el suyo.
No es una mera yuxtaposición de dos relatos independientes (es decir, no estamos ante un ser de dos cabezas, aunque en la novela aparezca uno), ni dos variaciones del mismo relato (es decir, no son dos hermanos con un mismo nombre, aunque en la novela los haya, ni dos hombres sin parentesco pero casi idénticos, aunque en la novela, etcétera), sino un sólido e inteligente relato con un concienzudo trabajo de interrelaciones entre dos partes que componen un mismo ser.
Pero analizar es separar. Así que separemos —aquí sin guillotinas— las cabezas de los cuerpos: a fin de cuentas, en ambas partes de La comemadre, los cuerpos resultan descartables. Se piden (incluso abiertamente, si son para la Ciencia; si son para el Arte, los pedidos deberán disfrazarse de científicos) para después usarse y finalmente ser entregados a fosos o a extrañas larvas que equiparan ciencia o arte con mafia.
Quedan sólo las cabezas: en ellas, Larraquy sospecha el reservorio último de la identidad. Por eso un personaje se pregunta: “¿Una cabeza cercenada, sigue siendo Juan o Luis Pérez, por decir algún nombre, o es la cabeza de Juan o Luis Pérez?”. Por eso otro está obsesionado con la frenología. Por eso toda alteración quirúrgica facial es en el fondo una alteración de la persona en sí (esa máscaraindicada en la etimología del término persona).
Podrá señalarse que la prosa de La comemadre a veces está demasiado pendiente de sorprender en cada frase, o que en alguna aparezca la sombra de un Borges procesado pero distinguible. Preferibles esos riesgos a aquellas prosas que, por miedo a meter la pata, nunca se atreven a variar nada. Es cierto también que las voces de ambas partes, necesariamente distintas, no llegan a separarse del todo; sin embargo, la diferente óptica —científica pretérita o artística contemporánea— con la que se encara el mismo uso desapasionado de los cuerpos logra particularizarlas con suficiencia (amén de que el narrador de la segunda parte deja ver que leyó el texto de la primera; lo conoce, por lo que no sería casual ni mágico que él conforme su propio relato con palabras muy significativamente tomadas del otro. Todo cabe dentro del arte).
La comemadre de Roque Larraquy es una de esas primeras novelas que llevan a apuntar mentalmente el (sonoro) nombre de su autor, para estar atentos a la publicación de sus siguientes obras.
viernes, mayo 10, 2013
Del autor al lector
Escritores que venden en el stand de Los Siete Logos
Sábado 11 de mayo / de 18 a 20 hs. / stand 1.722 / Pabellón Amarillo / Feria del Libro.
Miguel Vitagliano, Hernán Ronsino (Eterna Cadencia), Fernanda García Lao, Ignacio Molina y José María Brindisi (Entropía) recibirán a los lectores paseantes de la Feria del Libro y les recomendarán libros, firmarán ejemplares, comentarán y compartirán lecturas.
viernes, mayo 03, 2013
Feriantes versión 2013
Así, sobrio y a la vez majestuoso, luce el stand que compartimos con los colegas de Adriana Hidalgo, Beatriz Viterbo, Caja Negra, Eterna Cadencia, Katz y Mardulce.