Cámara Gesell
Los puentes magnéticos
Ignacio Molina
Entropía, 2013
Por Miguel Zeballos.
La cadena de pensamientos de la narradora y protagonista de
Los puentes magnéticos salta de detalle en detalle. En ese tránsito, los
recuerdos se suceden ya no por nostalgia o añoranza, sino como complemento de
un cuerpo que deambula –¿perdido?– y de una mente que insiste en hacer
asociaciones disímiles con las personas y los lugares que va cruzándose, como
si esa voz femenina al surcar los puentes magnéticos insistiera en vomitarnos
en la cara su puesta en escena de la memoria.
El 118, Emiliano, Parque Patricios, Rodrigo, podrían
considerarse el presente. Su padre, Cristian, los ex compañeros del secundario,
el pasado. Sin embargo, para Ignacio Molina (Bahía Blanca, 1976), el tiempo
parece elástico, se estira a más no poder, no se rompe nunca, y para dar cuenta
de que pasado y presente tienen el mismo peso, conviven en el centro de la
conciencia de la protagonista, que a su vez será el centro de la conciencia de
los lectores.
Dan igual sus clases de inglés, los encuentros casuales, las
mudanzas, Chacarita o Paternal, Javier o Emiliano, la desaparición misteriosa
de su padre, dan igual en tanto y en cuanto esa suerte de cámara Gesell en la
que ella parece vivir no se rompa del todo. Cámara Gesell o frontón de
situaciones con el que parece chocar una y otra vez de manera hipnótica, o como
reza el título, magnética.
Aunque parezca lo contrario, no hay repetición sino
insistencia, y es ese modo afiebrado como el autor de Los modos de ganarse la
vida (2010) vuelve al ruedo para contragolpear con su trabajosa y cristalina
prosa.
Revista Veintitrés, 30/07/2014
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