Agosto, de Romina Paula en La Repubblica
Romina Paula -directora, actriz, dramaturga- narra, en una
novela que es una larga carta a una amiga desaparecida, el balance sentimental
de una generación.
Por Elena Stancanelli.
Muchos están drogados. Es decir, intensamente drogados,
tanto como para no poder contar ninguna otra cosa más que el hecho de estar muy
drogados. Otros, la mayoría, han hecho lo que cuenta en Agosto Romina Paula, nacida en Buenos Aires en 1979. Dar vueltas,
llorar, mirar obsesivamente el film Generación
X, con Ben Stiller, Ethan Hawke, y
sobre todo Winona Ryder, actriz fetiche de los años noventa.
Pero sobre todo, dar vueltas. No sólo por lo que cuenta,
sino por cómo está escrito, este libro parece, de hecho, el vuelo en círculos del
águila sobre su presa. Un águila que no se decide nunca a lanzarse en picada y
se queda ahí, hambrienta, girando. Romina Paula también es directora,
dramaturga y actriz. Se parece un poco a Winona Ryder: pelo corto, rostro
inteligente, ojos soñadores. Abrazáme, pide continuamente Emilia, la
protagonista de su libro. “Algo así como
que quieren esparcir tus cenizas. Algo como que quieren esparcirte.” La
amiga de Emilia murió hace algunos años. Y su familia ahora ha decidido hacer
una especie de ceremonia en Esquel, el pueblito de la Patagonia donde crecieron
juntas. Emilia deja Buenos Aires, donde busca trabajosamente construir su vida
en la casa invadida por ratas que comparte con su hermano y un novio
esporádico, y se muda por unas semanas a la habitación que pertenecía a su
amiga, con los padres de aquélla. Agosto
es la larga carta que le escribe mientras husmea sus discos viejos, se prueba
su ropa, juega con su gato, se reencuentra con viejos amigos. Entre ellos está Julián, el novio que Emilia
dejó para mudarse a la ciudad, y que en el medio tuvo un par de hijos, pero no
importa. Porque igual no hay adónde ir. Todo gira y vuelve siempre ahí, a ese
momento en que las cosas tendrían que haber tomado forma, la juventud,
convertirse en adultez, y sin embargo algo se trabó. Y entonces la vida se
vuelve una obra idiota en la que nos empecinamos en usar ropa inadecuada,
escuchar música de adolescentes, jugar siempre con las mismas obsesiones
infantiles. Cada tanto nos emborrachamos, cada tanto tomamos un tren o un
colectivo y corremos un poco más adelante la línea de la angustia. Y cuando
muere Daisy como en The Brown Bunny de Vincent Gallo con Chloë Sevigny, el riesgo
es que ni siquiera te des cuenta.
Romina Paula, Agosto,
La Nuova Frontiera.
La Repubblica, 26/07/2014
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