Marcos Vieytes habla de
Subjetiva de nadie en el
Blog deEterna Cadencia: “Ni la literatura ni el cine me explicaron lo inexplicable
todavía, pero mucho de lo que yo creía inexplicable terminé por encontrarle o
inventarme alguna explicación”, dice.
Por Walter Lezcano. Foto: Gabriela Garciulo.
¿De qué está hecha la vida de un crítico? Subjetivas de
nadie. (Fragmentos de un diario crítico), de Marcos Vieytes (Entropía), es un
libro particular que exhibe algo complejo e íntimo: una política de la mirada.
Pero también es el modo en el que una persona ve en las películas el vehículo
perfecto al paraíso. Y, por supuesto, en esa zona de placer y hedonismo, el
celuloide es una parte que se conecta con otros discursos: la poesía, la
narración, la mitología personal y el ensayo, por ejemplo. Ver, leer y escribir
parece ser la triada, conectada de modo ineludible, en la cual se apoya Vieytes
para construir los textos de Subjetivas de nadie. Y a partir de ahí, escapa al
cómodo lugar de crítico en un sentido parasitario, para ubicarse en el movedizo
espacio de observador y explorador de todo aquello que detona una emoción.
En la página 173 se lee:
“31 de diciembre de 2009. Parece que va ser larga. Son más
de las dos pero no tengo sueño. Podría escuchar tangos de Manzi por Lamarque o
seguir viendo una película sobre Demy. Ya no se oyen más cohetes. La noche pide
café y no tengo más que mate y vino blanco. Aunque el cielo estuvo amenazando
desde las seis o siete de la tarde, finalmente no cayó ni una gota. Hasta hace
un rato barajé la posibilidad de reunir fragmentos de El oficio de vivir bajo
el título “Pavese para un creyente difunto”, o de subir al blog ese poema de
Saer sobre un violador que cierta noche hace inventario de los cuerpos
ultrajados y le viene, como un escalofrío, la culpa, sin imaginarse siquiera,
de tan inocente, que su espasmo responde a ese nombre. Esta tarde me hablaron de
una mujer que no veo hace mucho, y no sentí más que el vago deseo de que le
hubiera ido bien.”
Por esa senda sinuosa y atractiva bordea el libro: hablar de
cine no como un lapidario cinéfilo nerd si no como alguien que descubre las
relaciones vitales que establecen la películas con alguien atento, o ver la
escritura como algo parecido a la libertad –así lo dice Fernando Martín Peña en
la contratapa– pero también está la rigurosidad con las propias ideas sobre
aquello que al autor lo convoca, lo interpela y lo saca del letargo cotidiano.
Desde ese precipicio inhóspito, que busca un lector afín a esa clase de
búsquedas, habla y escribe Marcos Vieytes en Subjetivas de nadie.
—Decís: “Mirar cine es hurgar, excavar, desesperar por
hallar lo que subyace a la realidad”. ¿Cómo llegás al cine, por intermedio de
quién? ¿Y de qué manera arribás a esta idea?
—Llego al cine por intermedio de mis padres. Nací y viví los
primeros siete años a cuadras de Lavalle, que por entonces todavía era “la
calle de los cines” y desde muy chico anduve con ellos por allí, adentro y
afuera de las salas, viendo películas o recorriendo la peatonal de una punta a
la otra. Las dos cosas están asociadas en mi memoria: ver y andar. Tanto
influyeron esos pocos años que a mis 13, ya en San Fernando, zona norte de la
provincia de Buenos Aires, comencé a llevar un fichero con la filmografía de
los directores de cine que me parecían importantes; para completarla buscaba en
diarios y revistas porque todavía no existía internet. Otro momento importante
es la compra de la primera videocasetera, cerca del final de la secundaria.
Hasta escribir esa línea a la que te referís pasaron muchas
cosas. Mencionar un par de ellas puede servir para tener una idea más clara
sobre su origen. Una es la religión, que anda dando vueltas alrededor del final
de esa frase, como una dimensión metafísica que en mi caso fue menos una forma
de búsqueda que un punto de partida: nací y mis dos padres ya eran Testigos de
Jehová. Desde el principio el cine estuvo asociado a la magia, el espiritismo,
la fe, la resurrección de los muertos y un largo etcétera. Durante el
transcurso de una película la ilusión puede ser tal que es capaz de convertirlo
a uno, volverlo creyente. Una segunda cosa sobresaliente es la escritura. Fue,
es y calculo que seguirá siendo la forma de búsqueda y expresión, por no decir
respiración (anímica, vale decir espiritual) más importante en mi vida. En la
escritura crítica se reunieron ese espectador por partida doble –de las
películas y de Dios- y el productor -para usar un término cinematográfico
significativo- de poemas que también soy.
—¿En qué momento decidís dedicarte a la crítica y por qué?
—Nunca lo decidí y sigo sin hacerlo. En tercer o cuarto año
de la secundaria un compañero a quien nunca más volví a ver, Andrés Zarza, me
dijo que yo tenía que ser crítico de cine; años más tarde volví a comprar un
número de El Amante para ver qué habían escrito sobre una película que me
gustaba y cómo no estuve de acuerdo con lo que leí me dije que alguna vez iba a
escribir allí para defenderla; terminé haciéndolo aunque no hice nada para
logarlo, salvo seguir mirando películas y escribiendo poesía y, bastante más
tarde, escribir un par de cartas que fueron publicadas en el correo de
lectores. Desde entonces empecé a escribir cada vez más seguido porque el
editor me alentaba a hacerlo, a veces sacándole tiempo al trabajo; más tarde
empecé a dar clases y desde hace algo más de dos años dirijo
www.hacerselacritica.com, una página web de crítica de cine que reúne a más de
veinte críticos, ha contado con la colaboración de escritores y directores de
cine, presentó su primer volumen en papel en marzo del año pasado con Fernando
Martín Peña como anfitrión y Adrián Caetano y José Campusano como
participantes, y presentará el segundo dentro de par de meses. Así que la
escritura de textos relacionados con la crítica se ha ido dando, pero nunca
decidí ser crítico de cine. Digamos que lo soy por defecto. En verdad, no soy
crítico, soy disléxico. Lo “crítico”, para mí, es escribir, en general.
—Subjetiva de nadie tiene muchos elementos: memorias,
crítica, poesía, ficción, etcétera. ¿Cómo nace este libro y cómo le fuiste
descubriendo la forma?
—Nace, justamente, cuando me di cuenta de que nunca iba a
ser un crítico tradicional porque la película me importaba menos que lo pasaba
entre ella y yo y no tenía la intención de ocultarlo. Eso era notorio en los
textos que no sólo había escrito sino que también fueron publicados en los
medios en los que escribía por entonces, El Amante y Cineismo, a los que mucho
agradezco la libertad que me dieron. Años después percibí que en esos textos
había creado un personaje, un alter ego que ahora, una vez terminado el libro,
parece ser un crítico de cine pero es alguien que usa la crítica de cine para
otra cosa, sin dejar por ello de tener una mirada crítica, en tanto que
analítica, del cine y las películas. Pensé que seleccionando y reuniendo los
textos adecuados, además del valor ensayístico de cada uno podía construir un
relato atractivo, y a eso le sumé los poemas, que ocupan un lugar inhabitual,
más subterráneo que subalterno. Cuando conocí a Gonzalo Castro esa idea terminó
de tomar forma y se concretó en este libro.
—En el libro se mencionan una cantidad impresionante de
películas. Seguramente, muy poca gente ha tenido posibilidad de verlas todas.
¿En qué tipo de lector pensás para tu texto?
—En uno que le guste sentirse estimulado, supongo, pero la
verdad es que no pensé en ninguno a la hora de hacerlo sino en lo que yo quería
y necesitaba decir. Claro que sí lo hice cuando escribí los textos que fueron
publicados en revistas de crítica de cine, y eso ha redundado en que sean
sugerentes e inteligibles. Haber visto las películas de las que se habla no es
indispensable para entender lo que se cuenta en él, aunque arroja más luz tanto
sobre el personaje como sobre mí y la selección que hice. Pero también puede
suceder que, si se desconocen algunas de las películas referidas, los apuntes
biográficos irrumpan con otro fulgor, que la poesía no esté solamente en los
poemas sino también en el pasaje de los fragmentos analíticos a los íntimos.
Porque es un libro en el que el montaje de las partes es tan importante como la
progresión del relato que atraviesa las cinco secciones: La hora de religión,
Subjetiva de nadie, Crónica de la intermitencia, El sexo de la cosa y La
comedia cósmica.
—¿Qué opinás sobre el cliché que dice que el crítico es un
“creador frustrado”?
—¿Aquí, ahora, ya? Nada. Que un cliché está para ser
ignorado o repetido.
—A tu entender, ¿cuáles son los elementos que contiene una
buena crítica cinematográfica?
—No sabría decírtelo, y creo que no tampoco debería hacerlo
si lo supiera, en parte porque hay otros que se han dedicado a eso más y mejor
que yo, pero sobre todo porque no sé ni me gusta teorizar programáticamente.
Además, si lo pudiera formular acabadamente tendría que obligarme a observar
esa fórmula, y sólo de pensar en algo como me eso me inunda un desasosiego
esterilizador tal que prefiero seguir cultivando esta ignorancia específica.
Prefiero que la crítica se porte mal a que se porte bien y le sirva de
lubricante a la industria cultural.
—En el libro se habla mucho de cine, pero también de
literatura. ¿Qué espacio le das a la vida, a las experiencias que están por
afuera de eso? Y por otra parte: el cine y la literatura, ¿ayudan a comprender
de una mejor manera los hechos inexplicables de la existencia cotidiana?
—Mirá, en un tiempo, cuando la Psicosis, mi perra, andaba
todo el día suelta dando vueltas alrededor mío, te hubiera dicho que le daba
más bien poco espacio a la vida. Ahora que la tengo todo el santo día atada y,
además, ya está bastante más vieja, diría que es una locura separar la
literatura y el cine de la vida. Ni uno ni otro me explicaron lo inexplicable
todavía, pero lo que sí pasó es que a mucho de lo que yo creía inexplicable
terminé por encontrarle o inventarme alguna explicación, y eso me ayudó a
domesticar a la perra, pero ahora me aburro bastante más que antes.
—En Subjetiva de nadie hay pocas referencias al cine
argentino. ¿Qué relación tenés con nuestro cine nacional?
—Creo que tengo bastante buena relación con el cine
argentino, o por lo menos una muy activa. Hay películas de Manuel Romero, Mario
Soffici, Carlos Schlieper, Armando Bó, Hugo del Carril, Leonardo Favio, Pino
Solanas, Adolfo Aristarain, Adrián Caetano, Ana Poliak, José Campusano que
están entre las que más quiero. En Hacerse la crítica el cine argentino es un
objeto central de nuestras reflexiones y discusiones, tanto es así que nuestro
primer volumen en papel se llamó “Pampa bárbara” a fin de privilegiar los
debates que contiene. En Subjetiva de nadie no hay referencias al cine
argentino porque su carácter es predominantemente lírico, en el sentido más
despiadado y menos sentimental que puede llegar a tener la lírica, y en mis
textos sobre cine nacional la política es protagonista. La distancia dada por
el hecho de que todas las películas a partir de las cuales escribo sean
extranjeras permite situar al lector en un paisaje cuyas referencias no son
inmediatas. Además, se corresponde con mi primera etapa de escritura sobre
cine, que fue una de aprendizaje global, y con la de formación del personaje en
un ambiente religioso que pretendía abstraerlo de lo específicamente político y
nacional. Tampoco descarto la posibilidad de reunir y publicar mis textos sobre
películas argentinas contemporáneas en otro libro.
—Tu libro puede ser leído como una teoría de la crítica o un
modo de ejercerla. ¿Considerás que la crítica tiene injerencia en el arte y en
la creación?
—Espero que sí, que tenga que ver con la creación, y que
este libro sea una prueba de ello. Es la razón por la que escribí esto que
puede leerse en una de las primeras páginas: “El espectador de cine es un
creyente; el crítico, un ateo, pero uno militante que derriba los falsos ídolos
que pululan a su alrededor en busca de un dios verdadero en el que depositar
algo de la fe perdida irrecuperable. El crítico al que me refiero no es
necesariamente un crítico profesional sino un espectador tan apasionado que ya
no puede ser ingenuo. Este crítico busca en cada película escollos que lo
desafíen antes que facilidades. Lo excita la dificultad de descifrar la demasiado
evidente superficialidad de las convenciones, en las que divisa la ilusión de
un sentido que excede al dado por la conciencia de los realizadores a condición
de que se sustente en evidencias concretas. Las interpretaciones pueden ser
refutadas, la visión del crítico no en tanto y en cuanto su escritura tenga
poder de convicción. Eso es lo que hace del crítico un creador y ¿qué sentido
tiene serlo si no se aspira a ello?”