En una de las tantas publicaciones fugaces de Twitter, un
reconocido crítico y periodista de cine argentino informa que en Francia
500.000 espectadores han visto Timbuktu , una película mauritana de
Abderrahmane Sissako. Del resto de los países del mundo, tal vez sólo Argentina
podría reunir una cantidad considerable de espectadores para un filme de esa
procedencia. ¿Una conjetura descabellada? La cinefilia vernácula es numerosa y
multigeneracional; hay una cultura cinematográfica vigorosa y una tradición
ostensible.
Quizás eso explique un poco, a pesar de la insuficiencia
argumentativa pero lejos de cualquier atisbo de sofisma, la insólita cantidad
de libros de cine que se publican en el país. Para el hispanoparlante que no
vive en la nación de Leonardo Favio y Lucrecia Martel, la oferta en la materia resulta
asombrosa. Está claro que, en comparación con los títulos de autoayuda, el
número puede ser irrisorio, pero no deja de ser un mercado editorial que a su
vez denota una variedad bienvenida.
Un ejemplo reciente: el reconocido crítico de El Amante Cine
, Leonardo D’Espósito, acaba de publicar Todo lo que necesitas saber sobre
cine.
La voluntad pedagógica del libro no implica subestimar al
lector ni abandonar cierto rigor tanto histórico como analítico. Casi al mismo
tiempo, el cineasta y crítico Nicolás Prividera ha publicado El país del cine ,
obra clave para leer políticamente el denominado Nuevo Cine Argentino. Se trata
de una obra ambiciosa y arriesgada, tan polémica como las películas de su
autor, inobjetable en su solidez argumentativa como también en su distintiva
inventiva para agrupar problemas teóricos y contextos disímiles.
Uno de los libros más hermosos que se han publicado
recientemente, en la pequeña editorial cordobesa Vilnius, es Hacia lo que
vendrá , de Fernando Pujato. En ciertos círculos, el sucinto pero sustancial
libro de Pujato, quien escribe sobre películas recientes como también sobre
obras ineludibles del pasado, se atesora debido a sus pocos ejemplares. Lo
fundamental y maravilloso de Hacia lo que vendrá pasa por cómo expresa una
forma de mirar el mundo a través del cine y por su porfía en demostrar que la
crítica de cine es una suerte de física descriptiva sensible que se apoya en el
movimiento de los planos.
Recientemente se ha publicado Subjetiva de nadie , de Marcos
Vieytes, el libro vernáculo más racionalmente salvaje del género, cuyo autor
conjura su exposición narcisista al demostrar que la composición de su
subjetividad está configurada en gran medida por las películas que analiza,
desmarcando su aguda lectura de las películas de una mera idolatría del yo. Su
hipérbole estilística es una evidencia de que considera su oficio como una
tarea de deposición de falsos ídolos en busca de un dios verdadero. Y, además,
las extraordinarias traducciones de títulos fundamentales para la supervivencia
y construcción de una cultura cinematográfica que interrogue la imagen por
medio de la palabra escrita.
El cine del diablo , de Jean Epstein, Cine Capital , de Jun
Fujita Hirose, Bresson por Bresson , Herzog por Herzog , El cine después del
cine , de Jim Hoberman, los ensayos de Jean Rancière sobre el arte
cinematográfico, algunas joyas entre tantas novedades bibliográficas que
confirman la pertinencia de la palabra frente al devenir de las imágenes.
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