miércoles, septiembre 09, 2015

Viaje al corazón salvaje

Martín Jali lee Del caminar sobre hielo para Esto no es una revista



Lo único que parece importar, en Werner Herzog, es el instinto, entendido desde su matriz animal pero también inflamado por su peculiar falta de juicio, por cierto paganismo religioso, por un extravío programático. Como si todos, en este mundo feroz, violento y desordenado, acecharan. Por eso su encanto rabioso y esa propensión tan suya hacia las zonas salvajes del corazón humano. A Herzog no solo le disgustan los estudios por su particular mirada corporativa, sino por su adoctrinamiento sensible, por su acartonamiento, por el artificio y el molde. Como si no hubiera maneras, o cada uno, para convertirse en artista, escritor, músico o cineasta, debiera encontrar las propias. Por eso la recorrida vital y el aprendizaje no se alcanzan desde la academia, sino a través del cruce de fronteras. Para el director alemán la clave del proceso creativo reside en las dificultades, mejor si son mayores, más profundas y excesivas, a las que somete su cuerpo, su visión, su sensibilidad e inteligencia a la hora de proyectar un film. Una pregunta: ¿A Herzog le importa el dinero? A medias: lo necesita para hacer películas, no mucho más. 
Los decorados, las escenografías, la caustica comodidad de los interiores de plástico y metal, no sirven. Herzog necesita meterse en la selva, ponerse en peligro. El instinto de supervivencia funciona para sí mismo, para su proyecto, pero también para la posterioridad que ansía: sus películas, y el mito de sus películas, valen tanto por sus logros en la pantalla como también por lo que ocurrió en el detrás de escena. Por eso los intelectuales lo adoran, por eso siempre mencionan sus películas. Es un Aira que, en lugar de escribir con caligrafía hermosa en pequeños cuadernos rayados, pone en riesgo su vida. Y lo mejor: sobrevive. Así, Herzog se mete en las cavernas antiguas donde nuestros antepasados se congelaron, sueña con camaleones, se obsesiona con un hombre que convivía con los osos y muere destrozado por sus garras. 
En Conquista de lo inútil (Entropía, 2004, con formidable traducción de Ariel Magnus) anota sus impresiones durante la filmación de Fitzcarraldo. Más que diario de cine, es un diario de cómo la vida en la selva penetra el corazón de un director de cine. Pero entonces: ¿qué lugar ocupa la literatura? Editorial Entropía acaba de editar De caminar sobre el hielo, un diario que Herzog escribió en noviembre y diciembre de 1974 – sorprendentemente jamás editado en español – cuando cruzó la distancia que separa Munich de Paris en una suerte de caminata delirante y mística: Herzog creía que, de lograrlo, salvaría la vida de LotteEisner, la guía y maestra de aquella generación de cineastas alemanes. Lo logró: atravesó los paisajes desolados de Europa para llegar a Francia con sus pies deshechos. LotteEisner viviría nueve años más. Su prosa es oscura, brutal, por momentos alucinada. Casi todo parece un delirio onírico pero, a la vez, realista.  
En Conquista de lo inútil, Herzog escribe: “Cuesta acometer este trabajo, esta enorme carga de los sueños. Sólo los libros dan algún consuelo.” Y también ha dicho, como un consejo fatal y hermosísimo para sus aprendices, que se multiplican cada año: "Viajen a pie, el mundo se deja comprender para los que caminan. Esto tiene mucho más valor que pasar cuatro años en una escuela de cine. Manténganse alejados de los Estudios. La Academia es el enemigo. Va a matar sus instintos. En lugar de ir a la escuela trabajen como chofer de taxi o como guardaespaldas en un club porno, hagan lo que sea para ganar el dinero para hacer películas. Pero sobre todo lean. Tienen que leer. Lean y lean y lean. Pero no teoría del cine: lean poesía, libros que enseñen sobre la profundidad del mundo. Si no leen, nunca serán cineastas". 
¿Cómo no enamorarse de Herzog? ¿Cómo no querer ser él mismo, y sufrir por no conseguirlo? ¿Cómo no sentir el embate de los sueños y querer alcanzarlos, dejando todo en el camino para perderse en aquel universo salvaje? 
Herzog lee, escribe, argumenta que la lectura es esencial en la formación creativa. Pero se dedica a filmar, trabaja en un arte concebido a través de máquinas, donde todo es copia. Busca la verdad y el salvajismo, y filma en 3D, y da conferencias que pueden seguirse vía streaming en todo el mundo, y llega a Río de Janeiro, y, en la jungla, no sabe cómo resolver un ataque de caimanes que ha devorado parte de sus rollos de filmación. Herzog, entonces, apela al instinto, confiando que todo, tarde o temprano, se resolverá, y si no es así, mejor, tomará otro rumbo. 
Cuando narrar las grandes ciudades y la vida en ellas alcanza un nivel de saturación estético que linda con lo imposible, Herzog va a la periferia, cruza las fronteras, viaja al futuro, donde el paisaje se desgrana de urbe para potenciarse. De nuevo: ¿Cómo no querer ser Herzog, y sufrir por no serlo?   

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