Martín Jali lee Del caminar sobre hielo para Esto no es una revista
Lo único que parece importar, en Werner Herzog, es el
instinto, entendido desde su matriz animal pero también inflamado por su
peculiar falta de juicio, por cierto paganismo religioso, por un extravío
programático. Como si todos, en este mundo feroz, violento y desordenado,
acecharan. Por eso su encanto rabioso y esa propensión tan suya hacia las zonas
salvajes del corazón humano. A Herzog no solo le disgustan los estudios por su
particular mirada corporativa, sino por su adoctrinamiento sensible, por su
acartonamiento, por el artificio y el molde. Como si no hubiera maneras, o cada
uno, para convertirse en artista, escritor, músico o cineasta, debiera
encontrar las propias. Por eso la recorrida vital y el aprendizaje no se
alcanzan desde la academia, sino a través del cruce de fronteras. Para el
director alemán la clave del proceso creativo reside en las dificultades, mejor
si son mayores, más profundas y excesivas, a las que somete su cuerpo, su
visión, su sensibilidad e inteligencia a la hora de proyectar un film. Una
pregunta: ¿A Herzog le importa el dinero? A medias: lo necesita para hacer
películas, no mucho más.
Los decorados, las escenografías, la caustica comodidad de
los interiores de plástico y metal, no sirven. Herzog necesita meterse en la
selva, ponerse en peligro. El instinto de supervivencia funciona para sí mismo,
para su proyecto, pero también para la posterioridad que ansía: sus películas,
y el mito de sus películas, valen tanto por sus logros en la pantalla como
también por lo que ocurrió en el detrás de escena. Por eso los intelectuales lo
adoran, por eso siempre mencionan sus películas. Es un Aira que, en lugar de
escribir con caligrafía hermosa en pequeños cuadernos rayados, pone en riesgo
su vida. Y lo mejor: sobrevive. Así, Herzog se mete en las cavernas antiguas
donde nuestros antepasados se congelaron, sueña con camaleones, se obsesiona
con un hombre que convivía con los osos y muere destrozado por sus garras.
En Conquista de lo inútil (Entropía, 2004, con formidable
traducción de Ariel Magnus) anota sus impresiones durante la filmación de
Fitzcarraldo. Más que diario de cine, es un diario de cómo la vida en la selva
penetra el corazón de un director de cine. Pero entonces: ¿qué lugar ocupa la
literatura? Editorial Entropía acaba de editar De caminar sobre el hielo, un
diario que Herzog escribió en noviembre y diciembre de 1974 – sorprendentemente
jamás editado en español – cuando cruzó la distancia que separa Munich de Paris
en una suerte de caminata delirante y mística: Herzog creía que, de lograrlo,
salvaría la vida de LotteEisner, la guía y maestra de aquella generación de
cineastas alemanes. Lo logró: atravesó los paisajes desolados de Europa para
llegar a Francia con sus pies deshechos. LotteEisner viviría nueve años más. Su
prosa es oscura, brutal, por momentos alucinada. Casi todo parece un delirio
onírico pero, a la vez, realista.
En Conquista de lo inútil, Herzog escribe: “Cuesta acometer
este trabajo, esta enorme carga de los sueños. Sólo los libros dan algún
consuelo.” Y también ha dicho, como un consejo fatal y hermosísimo para sus
aprendices, que se multiplican cada año: "Viajen a pie, el mundo se deja
comprender para los que caminan. Esto tiene mucho más valor que pasar cuatro
años en una escuela de cine. Manténganse alejados de los Estudios. La Academia
es el enemigo. Va a matar sus instintos. En lugar de ir a la escuela trabajen
como chofer de taxi o como guardaespaldas en un club porno, hagan lo que sea
para ganar el dinero para hacer películas. Pero sobre todo lean. Tienen que
leer. Lean y lean y lean. Pero no teoría del cine: lean poesía, libros que
enseñen sobre la profundidad del mundo. Si no leen, nunca serán
cineastas".
¿Cómo no enamorarse de Herzog? ¿Cómo no querer ser él mismo,
y sufrir por no conseguirlo? ¿Cómo no sentir el embate de los sueños y querer
alcanzarlos, dejando todo en el camino para perderse en aquel universo salvaje?
Herzog lee, escribe, argumenta que la lectura es esencial en
la formación creativa. Pero se dedica a filmar, trabaja en un arte concebido a
través de máquinas, donde todo es copia. Busca la verdad y el salvajismo, y
filma en 3D, y da conferencias que pueden seguirse vía streaming en todo el
mundo, y llega a Río de Janeiro, y, en la jungla, no sabe cómo resolver un ataque
de caimanes que ha devorado parte de sus rollos de filmación. Herzog, entonces,
apela al instinto, confiando que todo, tarde o temprano, se resolverá, y si no
es así, mejor, tomará otro rumbo.
Cuando narrar las grandes ciudades y la vida en ellas alcanza
un nivel de saturación estético que linda con lo imposible, Herzog va a la
periferia, cruza las fronteras, viaja al futuro, donde el paisaje se desgrana
de urbe para potenciarse. De nuevo: ¿Cómo no querer ser Herzog, y sufrir por no
serlo?
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