Un físico con aspiraciones literarias que sobrevive como
puede en Francia atraviesa esta historia que tiene que ver con la idea,
compleja en nuestro país, de “construir una identidad”. Cortázar y Bianciotti
aparecen en la trama, que evita toda corrección política.
El estallido de la rabia –o el rencor– se despliega con la
cadencia del verso alejandrino. Matías Alinovi, una vez más, agita el avispero
lírico de las formas con su formidable segunda novela París y el odio
(Entropía). “La decisión de incendiar París fue repentina. París o Francia, era
lo mismo. La tomó una mañana, en el pozo de dos plantas. Estaba traduciendo y
por momentos debía buscar cada palabra. Se cansaba, empezó a inventar: el
sentido divergía hacia la irreverencia. Y de repente tuvo la visión de una
tierra arrasada, de un bosque desde el cual surgía la violencia que se extendía
inconteniblemente por todo el territorio, y vio unas hordas imprecisas que
avanzaban por la avenida de los Campos Elíseos, nombre ridículo”. El joven
argentino que emprende su biografía de incendiario es Eladio Marino, un físico
con aspiraciones literarias que sobrevive como puede con una beca. El muchacho,
que frecuenta las piletas públicas parisinas y manifiesta su antipatía hacia la
librería Shakespeare @ Co, impugna el registro “sentimental y pegajoso” de la
prosa de Julio Cortázar que se cierne sobre él para no dejarlo caminar
tranquilo. “Caminando por París te camina Cortázar por encima”, se queja Marino
–que llegó a esa ciudad por el autor de Rayuela– y cree que para mirar París
con otros ojos hay que radicalizarse.
En la inauguración de una muestra sobre Eva Perón, Marino se
encontrará con el escritor Héctor Bianco, miembro argentino de la Academia
Francesa de Las Letras, un guiño explícito a Héctor Bianciotti (1930-2012),
antes de que se desbarranque por la curva mortal del Alzheimer. “París es
odiosa”, dice Alinovi, que vivió en esa ciudad ocho años, entre el 2000 y 2008.
“Me acuerdo de una frase de Borges que la voy a citar mal… creo que está en
Historia universal de la infamia y me parece que habla de un personaje respecto
del cual se sentía ‘ese rechazo que produce la arrogancia o la inteligencia
sólo cuando es francesa’. Hay un modo de impostar, de aparentar, que es muy
odioso. Yo fui a París muy contento, pensando que era un lugar extraordinario
para vivir y que iba a leer mucho, todas esas cosas que vienen por la cultura.
Odio es una palabra exagerada… fui ganando un cierto rencor: el rencor de
quedarte afuera, de sentir que nunca vas a poder acceder, que no es lo mismo
ser que no ser de ahí. También es un rencor contra uno mismo, como si me
planteara por qué me quedé enganchado con esa mina que no me quiere. Hay un
problema de autoestima grande, por qué fui a París seducido por una idea,
cuando en realidad era un medio que nunca me iba a apreciar”, plantea el escritor
en la entrevista con Página/12.
–¿Lo conoció a Héctor Bianciotti?
–Sí, él vino a mi casa y yo fui a la de él, era un personaje
increíble. Pasó un tiempo y después lo vi un 25 de mayo en una fiesta en la
Embajada, me dijo que se acordaba perfectamente de mí y empezó a decir una
serie de cosas inconexas… estaba muy perdido, ya tenía Alzheimer. Bianciotti me
interesó porque era el escritor “posicionado” en Francia y cuando lo fui a ver,
más de cerca, vi mucha soledad. La idea de la Academia es muy impresionante; él
me contó que cuando lo nombraron en la Academia Francesa se tuvo que forjar una
espada original y hacer esa espada lo arruinó. Me contó que puso 20 mil euros
que no tenía, todo un gran ridículo, ¿no? Él estaba de traje en muchas fotos y
yo vi en ese traje el traje de Facundo Quiroga, vi el traje de un
revolucionario, de un argentino del siglo XIX… Siempre estamos en la misma,
queremos el traje de la Academia… qué lindo sería escribir una historia en la
que hubiera una revolución. Me acordé de Sarmiento que dice en el Facundo que
los gauchos parecen árabes y pensé que si hubiera una revolución en Francia
obviamente estaría encarada por árabes. Esos árabes podrían ser gauchos y el
traje de Bianciotti sería como el traje de un patriota revolucionario. Pero
Bianciotti y la revolución no tienen nada que ver. Bianciotti fue el escritor
que se adaptaba y odió el lugar en que nació. Me acuerdo que me dijo: “Yo odio
Córdoba, odio al lugar en que nací”. Se había convertido en otro y parte de esa
metamorfosis la cuento en la novela. Después me di cuenta de que la novela
tiene que ver con cómo construir una identidad: si la identidad es el rechazo
de lo que te ha sido dado para construirla completamente por vos mismo o si es,
por el contrario, el sostenimiento de lo que te han dado, como Marino que,
incluso en Francia, trata de ser argentino. Si hay lucha por ser otro o si la
identidad es un modo tranquilo de ser, la identidad como ruptura o como
continuidad. El problema de la Argentina pasa por la identidad, por no poder
ser calmadamente algo; entonces te aparecen los Bianciotti y los Marino…
–Así como la novela pone de manifiesto una evidente simpatía
hacia Bianciotti, Cortázar es el personaje antipático de “París y el odio”. Lo
interesante o lo paradójico es que los imaginarios de estos escritores están
como invertidos, ¿no?
–Sí, qué locura… Bianciotti es un personaje antipático y yo
nunca gocé tanto como cuando leí a Cortázar en París. Qué te puedo decir…
Cuando fuimos a París con mi mujer, me compré los Cuentos Completos de Cortázar
y esa lectura fue una experiencia maravillosa. Después uno entra en Rayuela,
que es como una gran pose, y alcanza cierto rencor: ¿esta es la única
posibilidad de ser argentino, ser así como un copado de las circunstancias, alguien
que entiende? ¿No hay lucha? Tenés razón que me da más rabia Cortázar que
Bianciotti. Lo que también da más rabia es que Cortázar es más exitoso.
Bianciotti sería como un pobre drama existencial; tenía un problema personal
con Córdoba y ese problema siempre se puede tener. Cortázar, en tanto que
argentino, te fija en una experiencia de admiración a París. Bianciotti no te
fija nada, por más que él se obnubiló y quiso ser un parisino más. Cortázar te
mete en una serie de admiraciones que no dejan que la Argentina sea
tranquilamente el país que tiene que ser, que quede siempre enganchada por
izquierda o por derecha a la idea del modelo, una idea muy de (Arturo)
Jauretche. El problema de la izquierda y de la derecha en Argentina, dice
Jauretche, es que tienen modelo. El problema es el modelo. El problema es que
para progresar tengas que acercarte a un modelo fijo. Le tuve rabia a Cortázar
por estas razones, razonadas después de haber estado en París.
La entrevista completa, por acá
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