Valeria Tentoni entrevistó a Romina Paula para el blog de Eterna Cadencia
Una década (y 60 libros en el catálogo de Entropía) después
de su primera novela, ¿Vos me querés a mí?, Romina Paula publica Acá todavía.
El deseo, el amor, la vida y todas las escenas explícitas –sexuales, mortales–
que reflejan ese triángulo.
"Todas las familias felices se parecen unas a otras;
pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse
desgraciada": las líneas magistrales con las que Tólstoi abre su Anna
Karenina. "Todo lo que se pudre forma una familia", escribió Fabián Casas,
más acá en el tiempo y en el espacio.
"Se parecen mucho lo bueno y lo malo a veces”, aparece
en uno de los diálogo de Acá todavía, el último libro de Romina Paula (Buenos
Aires, 1979). Igual que sus novelas anteriores –Agosto y ¿Vos me querés a mí?–
salió por Entropía, ese sello que la editó por primera vez en 2005. Unos 10
años y 60 libros después, el tomo fucsia es el resultado de un proceso de lucha
entre la tercera y la primera persona. Ganó la primera, aunque Paula lo
explique por la contraria: “Fracasé con la tercera”, dirá en esta entrevista.
“Quizás alguna vez tenga una historia que necesite ser contada en tercera, pero
acá me imponía la tercera, escribía y se me aparecía la primera”.
Podría pensarse que las preguntas que se aceleran en los
tres libros se continúan, aun cuando la disposición no sea lineal; como si las
cosas pudieran continuarse superponiéndose. “La perfección no es posible más
que en el instante”, sabe –porque lo escribe– Paula, y la espiral que recorre
la altura sobre un mismo punto se eleva. Para un lector que las atraviese de
corrido, las novelas podrían conformar un tríptico. Uno que se ocupa del deseo,
de la sexualidad, de la atracción, de las relaciones de pareja, del amor
propio, de la familia y de la soledad. La muerte y la enfermedad, que son
también manifestaciones de la vida, funcionan como escenografías, terreno
propiciatorio.
También actriz y dramaturga, Paula en estos días se
encuentra preparando las funciones de Cimarrón, obra que viene después de
Fauna, El tiempo todo entero y Algo de ruido hace. Ahí trabajó con textos de
Luciano Lamberti y de Rilke, entre otros.
–Acá todavía se puede leer en juego con tu primera novela,
no solo porque comparte escenarios como el Hospital Alemán sino también por las
preguntas que se hacen las protagonistas de cada una. ¿La pensaste así?
–No, no la armé así, en función de la primera. Para nada. En
todo caso son mis temas recurrentes. Pero probablemente sí vuelven cosas,
espero que no de la misma manera. Sí pienso, en ese sentido, que comparten el
mismo mundo de preguntas. Que ¿Vos me querés a mí? trabaja mucho sobre la
sexualidad y ésta también, bastante. En toda la primera parte de Acá todavía
hay una especie de voluntad de reconstrucción del devenir sexual. Anécdotas que
son de distintos estadios de la sexualización. En ese sentido quizás sí, es
como si ampliara ciertas preguntas de la primera, pero desde la evidencia.
–Esa primera novela había sido apenas la tercera del
catálogo de Entropía, sello en el que seguís saliendo. ¿Cómo fue el proceso de
producción ahora?
–La última novela, Agosto, la había publicado en 2009. Esta
fue mutando. Lo primero que tengo escrito es de fines de 2010, a mano, en un
cuaderno. Ahora me doy cuenta de que es un poco de las dos cosas, pero en
realidad tenía ganas de escribir la historia de la protagonista, de Rosa y del
padre, la historia con la enfermera, tenían un lugar más central en esa
versión. De hecho, mi primera idea era: la misma situación, pero invertida. Y,
al mismo tiempo, tenía la fantasía de escribir una novela familiar. No sé ni
qué significa, pero quería escribir sobre una familia. Y al final, es un poco
de las dos cosas, pero ninguna de esas dos a fondo. Por otra parte también
vuelvo muy a lo mío con la primera persona, que no le puedo escapar. Creo que
la fantasía de esa novela familiar era en tercera, también; una cosa más
decimonónica de mirar desde afuera y no, no... Fracasé en eso. Volví a la
primera. Me daba cuenta de que arrancaba en tercera y me encontraba escribiendo
al rato en primera; mi cabeza me dictaba en primera. Entonces era un poco
forzado ir hacia otro lado. Quizás alguna vez tenga una historia que necesite
ser contada en tercera, pero acá me imponía la tercera, escribía y me aparecía
la primera.
–Se marca, de tu escritura, el paso de lo íntimo a lo
universal. ¿Cómo lo ves?
–Es como si no pudiera zafar de ahí. Creo que son cosas que,
al ponerlas en palabras, me las termino de figurar; me las pregunto, y es como
si al ponerlas en palabras tratara de entenderlas. Ni siquiera puedo decir que
escribo lo que me gusta que sea escrito, sino que es lo que puedo escribir. Lo
que me dicto. La cadencia, sumado a los temas y a esa primera persona, pero por
supuesto que hay partes de acá que se pueden sacar de un diario íntimo y a mí
se me borroneó ya también la medida de “esto es lo que escribo en mi diario /
esto es lo que escribo en ficción”. Es una especie de malla, entonces lo
consciente aparece en la mentira y en la ficción, entrelazado con lo
confesional. Eso está creo que en todas, quizás un poco menos en Agosto. Pero
tampoco, porque hay algo de esa primera que está tan pegado a mí... Me pasa
mucho que me dicen: “Voy por la parte esa que estás en el bar”, como si se
tratase de mí y no de la narradora. Pero lo cierto es que, por lo general, las
cosas anecdóticas son inventadas.
–Hay otra cosa que vuelve y es el tema de la muerte, que
está en las anteriores. La enfermedad, el deterioro. Y el deseo que se activa
en esos contextos.
–La muerte siempre está, no sé cómo eludirla, no se puede.
Es cierto que hay algo morboso, de alguna manera. Ahora que lo pienso, tal vez
está vinculado; sin embargo creo que cualquiera que haya vivido una situación
hospitalaria sabe que es un poco así.
–La pregunta por el deseo reaparece, por cómo se configura.
–Creo que con esta novela ya terminé de preguntarme eso. No
solo por la novela sino también por mi edad, por mi momento en la vida; supongo
que evolucionaré hacia otras preguntas.
–En el epígrafe, Mekas dice: “La realidad mensurable termina
en la punta de nuestros dedos: más allá está el abismo”, ¿cómo juega eso con la
estructura del libro en dos partes?
–Las partes se llaman “Todavía” y “Acá”, y lo pensé por algo
tan básico como que el “todavía” es alguien que está a punto de morir, que
todavía está vivo, y el “acá” es como el presente puro de la segunda parte. La
primera parte está escrita como si fuera hacia atrás, retrospectivamente, y la
otra es como si fuera: hay algo que empieza, y no tengo idea de qué es esto que
empieza. Va en el presente, presente, presente. La primera parte se encarga de
cómo es la concepción de la sexualidad con momentos, hitos en la vida de
alguien. Con recortes súper arbitrarios de las anécdotas, donde ahí sí hay mucho
real, pero en la segunda parte es todo inventado, cosas que no sucedieron.
Mientras la iba escribiendo no sabía hasta dónde iba a llegar. Por eso, para mí
también la segunda parte tiene algo medio new age.
–Hay una atmósfera lisérgica, pero quizás sea porque está
embarazada. Hay una novela, también por Entropía, en la que se puede pensar; El
animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona.
–Está buenísima esa novela. Es que sí, es lisérgico tener
algo creciendo adentro tuyo. Y los primeros meses no lo percibís; o sea, sí lo
percibís por sus síntomas, pero después está toda la construcción de
voy-a-tener-un-hijo. Pero, en realidad, lo que está sucediendo son unas células
ahí alterando todo. Puede ser parecido al cáncer, de hecho, solo que generando
otra cosa. Son también células fuera de control. Y la segunda parte de la
novela es un poco ese estado para mí, el de embarazo y a la vez cuando todavía
no es nada que puedas observar, cuando es del orden de la fantasía. Cuando
empecé a escribir esa segunda parte no estaba embarazada, pero quedé embarazada
poco después. Terminé de escribirlo en ese estado. Pero esta novela, a
diferencia de Agosto, que sí escribí en orden cronológico, fue escrita en
partes que fueron cambiando de lugar.
–¿Cómo fue el proceso de edición?
–Gonzalo [Castro], uno de los editores de Entropía, también
es mi amigo y leyó esta novela hace bastante y sobre eso trabajé. Y después,
cuando tuve lo que yo pensé era la última versión se las pasé y ahí la leyeron
todos; Gonzalo otra vez, Valeria [Castro], Sebastián [Martínez Daniell] y Juan
Manuel [Nadalini]. La leen todos. Y ahí cada uno hace sus marcas. Son muy
minuciosos y trabajamos mucho, tenemos discusiones alrededor de una frase,
atención en todos los niveles de escritura, cambiamos cosas de lugar... Me
encanta, me parece fundamental trabajar así.
–Cuando escribís narrativa, ¿en qué se distingue tu manera
de trabajar guiones?
–Lo que pasa es que las obras nunca las escribo si no las
voy a hacer, no tengo ahí guardadas obras que nunca hice. Al teatro lo escribo
para hacerlo. Las últimas tres obras que escribí las hice para los mismos
actores, entonces ya tenía esa restricción, la de escribir para ellos, más o
menos con los mismos niveles de producción, más o menos con las mismas limitaciones.
En el teatro la restricción me ayuda a organizarme. Y ahora la última, la que
estoy ensayando, Cimarrón, esa es con otros actores, aunque uno se repite, y
esa tiene muchas citas literarias. Ya venía con la familia de las citas, en
Fauna sobre todo, pero esta arranca desde la primera escena con un monólogo que
es de un cuento de Luciano Lamberti, de El loro que podía adivinar el futuro.
También tomé cosas de Carta a un joven poeta de Rilke, o sea que hay mucha
intertextualidad. Y es más de ideas esta ultima, pero lo que me preguntabas era
narrativa versus teatro: en realidad es un tiempo más acotado el de la
escritura de teatro, y es para la escena. Es raro, pero como que la literatura
me viene más para el teatro, va a parar más al teatro, y en la narrativa me
aparece más algo así como la vida, la necesidad de contar la vida. Lo literario
siempre va a parar más al teatro.
–¿Te acordas de la primera vez que fuiste al teatro?
–Seguramente no sea la primera, pero es la primera que
recuerdo; me llevaron los papás de unos amiguitos al Colón, era un espectáculo
de Pro Música de Rosario. Un grupo de música para niños con instrumentos
medievales. Se ve que me impresionó, el lugar también. De chica no iba mucho al
teatro, mis papás no eran de llevarme. Lo más vinculado a lo escénico era la
comedia musical, en la secundaria, que me encantaba hacerla y me gustaba verla
también, me lo tomaba muy en serio. En esa época fui a ver las de Pepe Cibrián,
El Jorobado de Notre Dame y Drácula. Salí fascinada.
–¿Tus papás a qué se dedicaban?
–Mi mamá es ama de casa. Estudió educación física primero y
cuando nos tuvo, desde ahí, es felizmente ama de casa, muy productiva, ama de
casa como las de antes. Y mi viejo era ingeniero. Trabajaba en una empresa,
primero, y después solo, vendiendo maquinaria para cementeras, representando a
empresas alemanas. De chica me costaba muchísimo entender qué hacia. Si me
preguntaban decía: “Vende máquinas”.
–¿Y en tu casa había biblioteca?
–Había una biblioteca pero muy rándom. Pero mi mamá sí nos
fomentó la lectura. Todas las noches leíamos, mi mamá nos hablaba, de chicos,
en alemán. Nació acá pero su familia es de allá. Todas las noches leíamos
libritos, después cuando ya sabíamos cómo leíamos solos. La noche era leer. La
televisión no estaba tan bien vista en mi casa, igual se miraba mucha menos
televisión por entonces. Ahora que lo pienso, mi mamá probablemente lo haría
más por el alemán que por la literatura. Siempre me gustó mucho leer, en la
primera adolescencia leía muy desprejuiciadamente, no tenía una bajada de línea
de lo que estaba bien y lo que no, así que leía cualquier cosa, lo que llegaba
a mis manos. Después empecé a estudiar Letras y me puse careta de lo que está
bueno y lo que no. Y ahora, recordándolo, pienso que estaba buena esa cosa de
“se puede leer todo”. Mi mamá me compraba libros en el supermercado, por
ejemplo, no estaba el prejuicio de “eso no está bueno”.
–¿Y a escribir te acordás cuándo empezaste?
–Escribía de chica, pero casi todas las nenas tienen, creo,
¿no? un diario. Era inconstante.
–¿Ahora mantenés un diario?
–Sí, tengo diario pero no es diario, es más bien que cuando
quiero, escribo. Un diario donde van a parar cosas que no tienen voluntad de
ficción. Siempre tengo uno de esos cuadernos conmigo, ya son muchos. Hace
veinte años que tengo esos cuadernos. Antes usaba los Rivadavia tapa dura,
primero con rayas, después blancos, y después me fueron regalando otros. Pero
siempre de hoja blanca, porque soy medio obsesiva y ocupo toda la hoja.
–Decías que Acá todavía lo escribiste a mano, ¿no?
–Empezó a mano, sí, a lápiz en un cuaderno. Después lo pasé,
que también es un momento de primera corrección. En esa instancia fue cuando se
me iban muchas cosas de la tercera a la primera persona.
–Además de escribir, actuás, ¿qué disfrutás más?
–La pregunta por el disfrute es más delicada. No sé si diría
que disfruto ninguna de las cosas. Actúo tan poquito que, cuando lo hago, lo
disfruto mucho, pero sobre todo que la responsabilidad total sea de otro.
Cuando actúo con palabras de otra persona, dirigida por otra persona, es como
un alivio. Pero actuar no es algo que podría hacer todo el tiempo.
–¿Disfrutás escribir?
–Por momentos sí, por momentos no. Creo que escribir en sí
mismo sí, siempre se disfruta, pero está toda esa cosa alrededor de cuando no
podés escribir que te llena de angustia. Está casi equilibrado el no poder con
el poder, así que no sé cuál gana.
–¿Te imaginás sin hacerlo?
–No tanto, y creo que casi no estuve sin escribir. También
ahora, a esta altura de mi vida, puedo mirar hacia atrás y decir: parece que
escribo siempre. No todos los días, por supuesto, pero es algo que a través de
los años seguí necesitando hacer.