Entrevista a Damián González Bertolino, autor de El increíble Springer.
Por Joel Vargas para Artezeta.
En Uruguay viven 3.286.314 personas. ¿Cómo hacen para
destacarse siendo tan pocos? Ganaron dos mundiales y en su tierra nacieron
algunos de los escritores más importantes del siglo XX: Felisberto Hernández,
Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti. ¿Habrá un proyecto ultra secreto de parte
del gobierno para potenciar las cualidades de sus habitantes? ¿Hubo un grupo de
científicos que en un bunker de La Paloma encontraron la clave del éxito? ¿O es
la divina providencia? Sus últimos éxitos son Luis Suárez y Mario Levrero. Una
demostración de cómo el fútbol y el arte manejan diferentes tiempos y, claro,
otros presupuestos. Pero no hay que celebrar solo la obra de autores muertos,
hay que estar atentos. Un ejemplo, Damián González Bertolino otro producto de
esa buena tradición literaria uruguaya ¿o del grupo de científicos aislados en
La Paloma?
Bertolino, oriundo de Punta de Este, lleva publicado tres
libros, las novelas El fondo (2013) y Los trabajos del amor (2015) y su primera
producción, la nouvelle El increíble Springer, editada recientemente en nuestro
país por Entropía. A razón de eso, hablamos con él.
AZ: El increíble Springer fue editada en Uruguay en
2009, se reeditó en 2014 y recién en
Argentina se editó el pasado año. ¿Qué cosas nuevas encontrás cada vez que
volvés a ella?
DGB: En realidad, cuando termino de escribir un libro, y más
cuando se publica, me deshago de él tanto laboral como sentimentalmente. Es un
proceso paulatino de indiferencia que me permite concentrarme en pensar y
escribir algo nuevo. El hecho de que El increíble Springer se hubiera editado
ya varias veces (y hasta cuento una traducción inédita al portugués que tuve
que revisar en un par de ocasiones) supone leer nuevamente toda la historia, lo
que en general me agobia un poco; pero con este libro existe un nivel de
excepción. Como está fuertemente ligado a la relación que tengo con mi padre,
no puedo dejar de emocionarme con dos o tres situaciones o detalles que, aunque
no estén tan basados en lo que de verdad le ocurrió, me recuerdan a él: su
infancia, sus privaciones, la lucha por vivir o por ser aceptado, en definitiva.
AZ: El Increíble… puede leerse como una historia sobre la
amistad. ¿Qué es la amistad para vos?
DGB: Sin duda uno de los vínculos más importantes de la
vida, solo por debajo del familiar. Tengo pocos amigos, y de hecho no los veo
seguido debido a la distancia física, pero esto último me hizo entender que la
amistad también es un poco lo que está en el medio de un encuentro y otro, esa
forma de mantenerse la idea que uno tiene de alguien cuando no lo ve.
AZ: En una entrevista mencionaste que El Increíble… fue un
homenaje a tu padre. Evocas una anécdota de tu padre para crear la nouvelle. En
El fondo aparece otra vez en el foco las relaciones familiares. Me gustaría que
charlemos un poco sobre el papel importante que juega la familia y la relación
padre-hijo en la nouvelle y, sobretodo, en tu obra.
DGB: La familia es una sociedad en pequeño, como todos
sabemos. Más allá de que haya amor o no, unos tienen cierto poder sobre otros,
y eso a veces puede darse vuelta con el tiempo. Siempre me intriga saber qué es
ese último elemento que mantiene unido a un grupo. Debe ser porque en un
momento dado mi familia, que fue un grupo estrechamente unido, de pronto
explotó. Cada uno se fue para un lugar diferente del mundo, literalmente. A
partir de entonces cualquier intento de reunión fue imposible por motivos muy
variados. Es significativo que haya escrito El fondo (el recuerdo de lo que fue
una familia) cuando ese proceso estaba en pleno desarrollo, y El increíble
Springer cuando, justamente, mi padre pasó a ser la única persona de mi familia
con la que podía tener una cercanía física regular. Con la escritura de El
increíble… cobré conciencia de cuán importantes pasaron a ser las pocas
historias que conozco de la vida de mi padre (es alguien muy discreto). Mi padre
tuvo una vida extraordinaria, o que al menos así me resulta luego de oírlo. En
cierto sentido, siempre lo consideré una suerte de sobreviviente. Llegó de un
mundo distinto, de una forma de concebir la vida nada condescendiente, y se
negó a repetir las pautas de comportamiento que traía de esa vida. Hay que ser
muy valiente y a la vez muy esforzado para hacer algo así. Comencé a darme
cuenta de que si quería honrar ese esfuerzo vital, yo tendría que transformarme
en la memoria de mi padre a través del trabajo con la escritura. Esa
narratividad tan potente que yo percibía en sus historias debía ser salvada.
Por supuesto, soy un incordio para él cuando empiezo a hacerle cierto tipo de
preguntas. Le cuesta volver al pasado. Pero algunos días, como me ocurrió hace
una semana, tengo suerte. Me enteré de que vivió cinco años en Villa
Pueyrredón, antes de casarse con mi madre, y que pintaba interminablemente una
mansión en Belgrano que pertenecía a un alto funcionario del gobierno argentino
de comienzos de los setenta. Luego de superado el esfuerzo monumental de pintar
toda la construcción, sus paredes, sus rejas, sus aberturas, etcétera, la
señora de la casa decidió que los colores no eran tan de su agrado y mandó
repintarlo todo. Si alguien le pregunta a mi padre si se molestó con la actitud
de la dueña de casa, él responde: ¡Al contrario! ¿No te gusta comer?
AZ: Te asocian mucho a un realismo contaminado de lo
fantástico. Leí en algunas notas que no te sentís muy cómodo con esa etiqueta y
que no te interesa la literatura fantástica. ¿Es así? ¿Cómo definirías a tu
escritura?
DGB: No me siento cómodo para nada con esa etiqueta. Si bien
fui un gran lector de literatura fantástica y escribí hasta más o menos los
veinticinco años muchos cuentos que podrían responder con facilidad al manual
básico de lo que es un texto fantástico, reniego sin vergüenza ninguna de todo
eso. Me resultó un tanto mecánico escribir de esa manera… En cierto modo me
sirvió para observar que el misterio de la vida, eso que me intrigaba y
perseguía, estaba en otra forma de comunicar las experiencias. Me interesa
mucho más la construcción de personajes, algo que no es la prioridad de la
literatura fantástica, creo. Pero tampoco me sirve el realismo chato. Me gusta
pensar que los sueños, su lenguaje, sus figuras y su lógica, son parte
constitutiva de la realidad, porque siento que sucede en mi propia vida.
AZ: Ya que estamos hablando de esa fina línea que existe
entre el realismo y lo fantástico,
Felisberto Hernández fue un
explorador de esa frontera. ¿Es una gran
influencia tuya? ¿Qué libro de él es que
más te marcó?
DGB: No lo reconozco como una gran influencia. Lo que ha
sucedido es que acá en Uruguay leyeron mi primer libro y creo que hubo como un
apuro en ubicarme en algún sitio. Otra vez lo de las etiquetas… Y me pusieron
en Literatura Fantástica esquina Felisberto Hernández. Por supuesto que soy el
primer agradecido ante cualquier comentario que hagan sobre lo que escribo.
Pero no me siento un continuador de su estética ni pienso serlo. Felisberto es
un genio de una originalidad suprema. Realmente es único. Su trabajo con el
concepto de memoria es estupendo, y sus asociaciones simbólicas son únicas en
su género. De lo que escribió, me gusta lo que le gusta a todo el mundo: Por
los tiempos de Clemente Colling, El caballo perdido, Las Hortensias, etc. También
me producen una particular fascinación las cartas a su familia de cuando se iba
a tocar a pueblos del interior de Uruguay o de la provincia de Buenos Aires.
AZ: ¿Cuáles son tus obsesiones recurrentes?
DGB: No creo tener obsesiones. En cualquier plano de la vida
intento rehuirle a todo lo que me pueda atar, esclavizar. De hecho, le tengo
pavor a los vicios, a que le sustraigan algo a mi interioridad. A nivel
creativo, tampoco me gusta anclarme en lo mismo. Me interesa pasar de un
registro o tema a otro. La inseguridad creativa me parece fértil.
AZ: ¿Cómo definís el panorama actual de la literatura
uruguaya? ¿A qué autores recomendás?
DGB: Para los narradores de mi generación, digamos los que
nos formamos sentimentalmente en la reapertura democrática y que hoy tenemos
entre treinta y cuarenta años, se trata de un período muy estimulante. No sé si
hubo desde la dictadura otra generación que recibiera por parte de un sector
importante del público y de los medios, tanta atención. Hay un interés especial
acerca de lo que estamos escribiendo y se nos lee de inmediato. Creo que eso se
debe en parte a los distintos que somos. Hay algo de policromático en todo el
conjunto. Y si no, basta comparar las prosas y los intereses de narradores como
Manuel Soriano, Valentín Trujillo, Rodolfo Santullo, Martín Bentancor, Martín
Lasalt, Fernanda Trías, Horacio Cavallo, Fernández de Palleja, Ramiro Sanchiz,
Pedro Peña, Martín Arocena o Natalia Mardero, por nombrar algunos.
Pertenecientes a generaciones anteriores son muy interesantes los libros de
Roberto Appratto y Gustavo Espinosa, también.
AZ: ¿En qué estás trabajando?
DGB: Estoy muy próximo a terminar un libro de memorias cuya
estructura o dirección está dada por la forma en que desde niño me fui
aproximando al fenómeno del lenguaje. Se llama El origen de las palabras. Al
principio, fue un libro en el que iba a escribir sobre unas veinte palabras, la
historia íntima de esas veinte palabras, digamos. Después comenzó a
transformarse en algo más amplio, es decir la historia de cómo me di cuenta de
que quería ser escritor y cómo eso a su vez se vinculaba con mi familia, el
modo en que mis padres habían luchado contra lo peor de la vida. Por último, me
descubrí además escribiendo sobre el lugar en el que me crié, un barrio muy
humilde que se formó con gente que llegó de partes muy diversas del país, tipos
humanos que están desapareciendo. La escritura se transformó, página a página,
en un homenaje, un rescate. Se trata de personas que se sobreponen todos los
días a situaciones terribles. ¡Y uno llorando por la página en blanco!
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