Ayer, acá, asamblea plenaria de editoriales independientes.
Se discutía acerca de la pertinencia de aprovechar los pingües ofrecimientos de la Cancillería argentina y desplegar nuestra minúscula artillería cultural en esta feria, clave para quién sabe qué (¿para el Caribe todo?, ¿para el submundo latino de Miami?, ¿para el orbe hispanoparlante?). Aunque a decir verdad la acústica del bar era tan esquiva (y nuestra ubicación física tan marginal) que quizás estuvieran discutiendo la posibilidad de aunar nuestros fondos de comercio y vendérselos a Dunken a precio de saldo. Quién sabe.
De todos modos, creemos que la minuta del día incluyó: bizantinos balbuceos en torno a algo llamado “el grupo” (como quien dice: “la corporación”), arrebatos conceptuales acerca de las chances comerciales de un objeto elusivo (“LA poesía”), ocasionales inmersiones en el orden de lo venal (el dólar cotiza, por lo visto, a tres con cero ocho), simpáticas discusiones de sordos, un intercambio de pareceres sobre el hondo ejercicio de la democracia y hasta la exhibición de viejas rencillas soterradas (a fin de cuentas, cualquiera apuñalaría a su madre por un pasaje de avión gratuito, si no lo ha hecho ya...).
Lo que nos lleva –directamente– a la cuantiosa oferta del Estado nacional para esta patriada libresca (Argentina es, después de todo, el “Invitado de Honor” de la Feria de Santo Domingo, así que bien vale el despilfarro). A saber: un (1) ticket en aeroplano, dos (2) estadías en albergues de la juventud y un (1) flete sin cargo para los libros “del grupo” (el flete de ida, claro: los libros que sobren –o sea casi todos– deberán ser repatriados a expensas de las editoriales, o donados a la biblioteca privada del embajador, o quemados en pira pública, o directamente arrojados a Haití para combatir o fomentar el analfabetismo). Más beneficios: el editor que se gane el asiento en clase turista recibirá –además de la bolsita de maníes y la revista de abordo del duty free– el irresistible mandato de atender el stand de la feria entre las nueve de la mañana y las ocho de la noche, y la académica obligación de dictar al menos tres (3) conferencias sobre el estado de la industria editorial independiente en la Argentina. Si esta carga horaria fuera excesiva (no lo es en República Dominicana, por lo visto), la Embajada gentilmente cedería a uno de sus mejores cadetes (a cambio de unos, digamos, quinientos dólares) para colaborar en el expendio de volúmenes y en el asesoramiento del público lector.
Ah, el envío de los libros, por supuesto, es por barco.
Con nuestra amiga Cecilia, de Interzona, como para enfrentar tanta pobreza de recursos (¡qué contraste entre las migajas que debíamos repartirnos y la dorada boiserie de Las Violetas!), decidimos rematar la velada con un provechoso intercambio de libros. Trocamos esto por esto.
martes, febrero 07, 2006
La gran bonanza de las Antillas
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