Entrevista a Damián González Bertolino por Ivana Romero para Tiempo Argentino.
Con El increíble Springer, el joven escritor uruguayo Damián
González Bertolino ganó el premio literario más importante de su país,
Narradores de la Banda Oriental. Acaba de editarse en la Argentina a través de
Entropía.
Los Springer, oriundos de Francia, llegaron a Punta del Este
a mediados de los cincuenta. Gastón, el hijo menor de la familia, tenía 12
años. Era retraído y pasaba gran parte del día dentro de su casa, quizás porque
los médicos insistían con la fragilidad de su salud. Así que lo primero que se
le escuchó decir en mucho tiempo fue "tortuga" cuando el bicho salió
de su cueva en el jardín. Springer padre explicó a las visitas que se trataba
de una tortuga terrestre que había sido de su propio padre. "Va a ser
gigante… y cuando yo me muera ella va a estar viva", afirmó como si
estuviese transmitiendo un legado. Quien evoca esto, escribe: "Lo decía y
continuaba riéndose. Hasta logró hacer que mi padre se sonriera un poco
también. Esas eran cosas de gente grande. Yo me quedé solamente pensando en la
palabra gigante. No sé si la había oído antes (….) Todos tenemos un momento en
la vida en el que escuchamos una palabra por primera vez, y esa palabra tiene
siempre, del otro lado, una historia. Y por lo general esa historia transcurre
en la infancia." Con esa escena iniciática empieza la amistad entre los
dos chicos, uno hijo de pescadores, el otro hijo de una familia adinerada. De
lo que se trata luego es de encontrar aquellas palabras que puedan contar, sin
clausurarlo, el misterio por el cual Gastón se va una temporada y vuelve a su
casa del mar convertido en otro. Esa es la búsqueda que hace Damián González
Bertolino a través de El increíble Springer. Se trata de la primera novela del
autor uruguayo que se edita en nuestro país a través de Entropía y que sin
dudas es uno de los libros más hermosos del año que se va. Por este trabajo, él
obtuvo en 2009 el Premio Nacional de Narrativa "Narradores de la Banda
Oriental", el más importante de su país. González Bertolino –nacido en
1980 en Punta del Este- es un muchacho ecléctico: investigó la ciencia ficción
con Los alienados (2009), el policial con Los trabajos del amor (2006) y el
registro autobiográfico con A quién le cantan las sirenas (2013). En el mismo
sentido va su último libro, aún inédito, llamado El origen de las palabras. Es
que finalmente, reconoce de paso por Buenos Aires, los escritores pueden ir de
un género a otro pero en el fondo no hacen otra cosa más que construir su
propia memoria. Y esa memoria, claro, no se interesa tanto en cómo fueron las
cosas sino en cómo pudieron haber sido.
-Me decías antes que resolviste la escritura de El increíble
Springer en pocos meses.
-Sí, lo escribí durante un verano. Pero como dice Hemingway,
la escritura había empezado diez años antes, en mi cabeza, buscando la forma
adecuada de contarla. Springer parte de un hecho real vinculado a la infancia
de mi padre, a un niño que él conoció en la escuela, que tuvo un problema
hormonal y empezó a crecer en exceso. El gran escollo era que se transformara
en una historia meramente pintoresca o graciosa o curiosa. Supongo que eso se
acomodó cuando me di cuenta de que yo tenía que hablar de ese niño pero, sobre
todo, de mi padre. Hay cosas de su infancia y su adolescencia que han
permanecido en cierta zona de misterio. Así que sentí que escribiendo y
apelando a la imaginación, podía reconstruir toda una parte de la historia que
nunca me contó ni creo que me vaya a contar. A la vez, imaginar cómo ese niño
interactuaba con un padre severo y con su amigo que se hace gigante… todo eso
me llevaba también al niño que yo fui. Porque en definitiva esa zona, dicha o
no dicha, forma parte de mi identidad.
-En la historia hay una imagen de Punta del Este no sólo
lejana en el tiempo sino también opuesta a esa imagen turística y snob que
suele tener. Algunos tramos transcurren en el barrio Kennedy, donde te criaste
y dónde aún vivís. ¿Cómo es ese lugar?
-Es un barrio popular. Creció como proyecto para alojar
familias obreras que con su trabajo contribuyeran a la expansión de Punta del
Este. Por las crisis sociales, muchas personas de otros lugares del interior de
Uruguay también se movieron ahí y actualmente viven unas 2000 personas. Ahora
es más bien un asentamiento precario, pero antes era un clásico barrio
rioplatense, un lugar donde la gente tenía poco pero aún así estaba ávida por
agarrar la vida del cuello. Algo de ese espíritu está en una biblioteca
comunitaria que abrí para mis vecinos llamada "Kennedy Cultura
Feliz". Enfrente del barrio sigue habiendo un enorme club de golf que
también aparece en Springer. Yo trabajé en ese club desde los doce años hasta
que me fui a estudiar el profesorado de Literatura. El contraste entre la
riqueza y la pobreza te sirve para tener una visión más matizada de ambos
asuntos. O sea que ahí, en el club de golf, se despliega parte de mi educación
sentimental.
-¿Qué trabajo hacías?
-Primero, a los diez años, juntaba pelotitas que se habían
perdido y luego se las vendía a los jugadores. A mi madre no le gustaba porque
tenía miedo de que me mordiera una víbora o algo semejante. Así que luego me
dediqué a cuidar coches en el verano, cuando no iba a la escuela. Sería un
trapito, como dicen acá. Los partidos de golf son muy largos, así que tenía
tiempo para leer. Y además ganaba dinero como para comprar libros y cosas para
mí el resto del año.
-¿De dónde viene tu pasión por la literatura?
-No lo tengo muy claro. Soy el mayor de tres hermanos y así
como a mí se me dio por la literatura, a mi hermano de 28, el menor, se le dio
por la música y actualmente toca la viola en una orquesta sinfónica de Roma,
donde vive. Con esto quiero decir que las cosas no siempre tienen un origen
evidente. Cuando murió mi abuelo materno, mi madre trajo una bolsa con libros
que él había dejado. Había de todo, desde autores uruguayos como Juan José
Morosoli o José Monegal hasta cosas como Platero y yo o los libros de Edmondo
de Amicis o Julio Verne. A mí me dieron mucha curiosidad. Además soy asmático y
cuando era chico tenía crisis fuertes, así que la lectura nació también de
quedarme en casa cuando me enfermaba. De manera paralela empecé a escribir. Mis
primeros personajes se iban de cacería al África, estaban imbuidos también por
la imaginería de la tele de los ochenta, desde V Invasión Extraterrestre hasta
los océanos de Jacques Costeau. A mi madre le parecía muy bien que yo fuera
escritor y a los 19 me regaló una máquina de escribir donde redacté mi primer
libro de cuentos. Eran horribles y creo que los tiré.
-En El increíble Springer conviven zonas de relato
vertiginoso y otras donde el texto pareciera detenerse al borde de un abismo.
¿Creés que ese es un efecto emparentado con lo fantástico?
-Mmmm, no lo sé. ¿Por qué lo decís?
-Porque me interesa hablar de la posible dimensión
fantástica de tu escritura. El jurado del Premio Nacional de Narrativa resaltó
como una cualidad del texto la irrupción de lo extraño en lo cotidiano. Y Elvio
Gandolfo escribió un artículo donde ve en tu trabajo una similitud con la obra
de Mario Levrero. "Los dos articulan una bisagra entre el realismo y lo
extraño que los convierte en representantes de peso de la literatura fantástica
moderna", dice.
-Elvio se ha encargado de difundir mucho mi trabajo. Me
siento muy afortunado y agradecido. Y sí, se me coloca en la zona de lo
fantástico a veces. La verdad es que yo no quise hacer de Springer un personaje
fantástico. En la literatura fantástica los personajes no tienen preeminencia.
Por el contrario, son esbozos para postular cierto estado que investiga el
texto. Y a mí los personajes me importan mucho. Justamente por eso me gusta
Morosoli. Y si en algún momento no hay más nada para decir sobre ellos, no lo
digo. Es verdad que eso puede ser extraño o inquietante. Hay quien me ha escrito
algún mail preguntándome cómo termina la historia "realmente". Todas
las vidas tienen agujeros negros, están compuestas por zonas de
indeterminación. En la medida en que tenemos conocimiento de ciertos relatos
que constituyen la vida de nuestros padres, tenemos otra observación de lo que
es nuestra propia identidad, de qué sueños, de qué dudas está compuesta. La
identidad está formada por relatos. También por eso escribí Springer. Pero en
cualquier caso son agujeros que no se pueden completar. En la vida no se puede
completar todo.