miércoles, diciembre 30, 2015

La identidad está formada por relatos

Entrevista a Damián González Bertolino por Ivana Romero para Tiempo Argentino.

 
 

Con El increíble Springer, el joven escritor uruguayo Damián González Bertolino ganó el premio literario más importante de su país, Narradores de la Banda Oriental. Acaba de editarse en la Argentina a través de Entropía.

Los Springer, oriundos de Francia, llegaron a Punta del Este a mediados de los cincuenta. Gastón, el hijo menor de la familia, tenía 12 años. Era retraído y pasaba gran parte del día dentro de su casa, quizás porque los médicos insistían con la fragilidad de su salud. Así que lo primero que se le escuchó decir en mucho tiempo fue "tortuga" cuando el bicho salió de su cueva en el jardín. Springer padre explicó a las visitas que se trataba de una tortuga terrestre que había sido de su propio padre. "Va a ser gigante… y cuando yo me muera ella va a estar viva", afirmó como si estuviese transmitiendo un legado. Quien evoca esto, escribe: "Lo decía y continuaba riéndose. Hasta logró hacer que mi padre se sonriera un poco también. Esas eran cosas de gente grande. Yo me quedé solamente pensando en la palabra gigante. No sé si la había oído antes (….) Todos tenemos un momento en la vida en el que escuchamos una palabra por primera vez, y esa palabra tiene siempre, del otro lado, una historia. Y por lo general esa historia transcurre en la infancia." Con esa escena iniciática empieza la amistad entre los dos chicos, uno hijo de pescadores, el otro hijo de una familia adinerada. De lo que se trata luego es de encontrar aquellas palabras que puedan contar, sin clausurarlo, el misterio por el cual Gastón se va una temporada y vuelve a su casa del mar convertido en otro. Esa es la búsqueda que hace Damián González Bertolino a través de El increíble Springer. Se trata de la primera novela del autor uruguayo que se edita en nuestro país a través de Entropía y que sin dudas es uno de los libros más hermosos del año que se va. Por este trabajo, él obtuvo en 2009 el Premio Nacional de Narrativa "Narradores de la Banda Oriental", el más importante de su país. González Bertolino –nacido en 1980 en Punta del Este- es un muchacho ecléctico: investigó la ciencia ficción con Los alienados (2009), el policial con Los trabajos del amor (2006) y el registro autobiográfico con A quién le cantan las sirenas (2013). En el mismo sentido va su último libro, aún inédito, llamado El origen de las palabras. Es que finalmente, reconoce de paso por Buenos Aires, los escritores pueden ir de un género a otro pero en el fondo no hacen otra cosa más que construir su propia memoria. Y esa memoria, claro, no se interesa tanto en cómo fueron las cosas sino en cómo pudieron haber sido.

-Me decías antes que resolviste la escritura de El increíble Springer en pocos meses.

-Sí, lo escribí durante un verano. Pero como dice Hemingway, la escritura había empezado diez años antes, en mi cabeza, buscando la forma adecuada de contarla. Springer parte de un hecho real vinculado a la infancia de mi padre, a un niño que él conoció en la escuela, que tuvo un problema hormonal y empezó a crecer en exceso. El gran escollo era que se transformara en una historia meramente pintoresca o graciosa o curiosa. Supongo que eso se acomodó cuando me di cuenta de que yo tenía que hablar de ese niño pero, sobre todo, de mi padre. Hay cosas de su infancia y su adolescencia que han permanecido en cierta zona de misterio. Así que sentí que escribiendo y apelando a la imaginación, podía reconstruir toda una parte de la historia que nunca me contó ni creo que me vaya a contar. A la vez, imaginar cómo ese niño interactuaba con un padre severo y con su amigo que se hace gigante… todo eso me llevaba también al niño que yo fui. Porque en definitiva esa zona, dicha o no dicha, forma parte de mi identidad.

-En la historia hay una imagen de Punta del Este no sólo lejana en el tiempo sino también opuesta a esa imagen turística y snob que suele tener. Algunos tramos transcurren en el barrio Kennedy, donde te criaste y dónde aún vivís. ¿Cómo es ese lugar?

-Es un barrio popular. Creció como proyecto para alojar familias obreras que con su trabajo contribuyeran a la expansión de Punta del Este. Por las crisis sociales, muchas personas de otros lugares del interior de Uruguay también se movieron ahí y actualmente viven unas 2000 personas. Ahora es más bien un asentamiento precario, pero antes era un clásico barrio rioplatense, un lugar donde la gente tenía poco pero aún así estaba ávida por agarrar la vida del cuello. Algo de ese espíritu está en una biblioteca comunitaria que abrí para mis vecinos llamada "Kennedy Cultura Feliz". Enfrente del barrio sigue habiendo un enorme club de golf que también aparece en Springer. Yo trabajé en ese club desde los doce años hasta que me fui a estudiar el profesorado de Literatura. El contraste entre la riqueza y la pobreza te sirve para tener una visión más matizada de ambos asuntos. O sea que ahí, en el club de golf, se despliega parte de mi educación sentimental.

-¿Qué trabajo hacías?

-Primero, a los diez años, juntaba pelotitas que se habían perdido y luego se las vendía a los jugadores. A mi madre no le gustaba porque tenía miedo de que me mordiera una víbora o algo semejante. Así que luego me dediqué a cuidar coches en el verano, cuando no iba a la escuela. Sería un trapito, como dicen acá. Los partidos de golf son muy largos, así que tenía tiempo para leer. Y además ganaba dinero como para comprar libros y cosas para mí el resto del año.

-¿De dónde viene tu pasión por la literatura?

-No lo tengo muy claro. Soy el mayor de tres hermanos y así como a mí se me dio por la literatura, a mi hermano de 28, el menor, se le dio por la música y actualmente toca la viola en una orquesta sinfónica de Roma, donde vive. Con esto quiero decir que las cosas no siempre tienen un origen evidente. Cuando murió mi abuelo materno, mi madre trajo una bolsa con libros que él había dejado. Había de todo, desde autores uruguayos como Juan José Morosoli o José Monegal hasta cosas como Platero y yo o los libros de Edmondo de Amicis o Julio Verne. A mí me dieron mucha curiosidad. Además soy asmático y cuando era chico tenía crisis fuertes, así que la lectura nació también de quedarme en casa cuando me enfermaba. De manera paralela empecé a escribir. Mis primeros personajes se iban de cacería al África, estaban imbuidos también por la imaginería de la tele de los ochenta, desde V Invasión Extraterrestre hasta los océanos de Jacques Costeau. A mi madre le parecía muy bien que yo fuera escritor y a los 19 me regaló una máquina de escribir donde redacté mi primer libro de cuentos. Eran horribles y creo que los tiré.

-En El increíble Springer conviven zonas de relato vertiginoso y otras donde el texto pareciera detenerse al borde de un abismo. ¿Creés que ese es un efecto emparentado con lo fantástico?

-Mmmm, no lo sé. ¿Por qué lo decís?

-Porque me interesa hablar de la posible dimensión fantástica de tu escritura. El jurado del Premio Nacional de Narrativa resaltó como una cualidad del texto la irrupción de lo extraño en lo cotidiano. Y Elvio Gandolfo escribió un artículo donde ve en tu trabajo una similitud con la obra de Mario Levrero. "Los dos articulan una bisagra entre el realismo y lo extraño que los convierte en representantes de peso de la literatura fantástica moderna", dice.

-Elvio se ha encargado de difundir mucho mi trabajo. Me siento muy afortunado y agradecido. Y sí, se me coloca en la zona de lo fantástico a veces. La verdad es que yo no quise hacer de Springer un personaje fantástico. En la literatura fantástica los personajes no tienen preeminencia. Por el contrario, son esbozos para postular cierto estado que investiga el texto. Y a mí los personajes me importan mucho. Justamente por eso me gusta Morosoli. Y si en algún momento no hay más nada para decir sobre ellos, no lo digo. Es verdad que eso puede ser extraño o inquietante. Hay quien me ha escrito algún mail preguntándome cómo termina la historia "realmente". Todas las vidas tienen agujeros negros, están compuestas por zonas de indeterminación. En la medida en que tenemos conocimiento de ciertos relatos que constituyen la vida de nuestros padres, tenemos otra observación de lo que es nuestra propia identidad, de qué sueños, de qué dudas está compuesta. La identidad está formada por relatos. También por eso escribí Springer. Pero en cualquier caso son agujeros que no se pueden completar. En la vida no se puede completar todo.

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