Por Pablo Debussy para Perfil Cultura
Las tres novelas de Alejandro García Schnetzer (1974) están
tituladas con apellidos: así ocurría en Requena
(2008) y en Andrade (2012) y Quiroga no es la excepción. En esta
última resuenan, lejanos, los ecos históricos de Facundo Quiroga, el caudillo
riojano a la vez admirado y vilipendiado por Domingo Faustino Sarmiento, y los
ecos literarios de Horacio Quiroga. Ese linaje en el que convergen la acción y
la palabra está en Juan Quiroga, el protagonista de la novela de García
Schnetzer, un hombre joven de letras, bibliotecario, voraz lector y aspirante a
escritor (incluso en horas de trabajo), a quien su superior despacha
elegantemente por sinvergüenza, luego de descubrir su manifiesta
improductividad.
Le reconoce, eso sí, “el problema de la escritura y su
conciliación con el trabajo y la vida”, y le pasa un contacto mediante el cual
el muchacho terminará como contrabandista de un mafioso vinculado con la Liga
Patriótica. Del sedentarismo de la biblioteca, de la confección de fichas de
lectura a los paseos por la cubierta del Ciudad
de Buenos Aires y del Ciudad de
Montevideo, las embarcaciones que funcionan como testigos mudos de sus
actos clandestinos.
De la literatura a la acción: uno de los integrantes de la
pequeña banda que componen sus compañeros de viaje Suárez, Fonseca y Maure (“todos
bagayeros, gente común que un día se vio empujada al contrabando”) le quita el
libro de poemas que está leyendo y lo tira por la borda.
Quiroga es una
novela atípica, que elabora una lengua literaria arcaizante y coloquial,
siempre con una melodía propia e irrepetible. Hay en ella una artificialidad
trabajada que parece funcionar, que (re)crea un pasado con tanto de humor como
de sutil melancolía.
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