martes, diciembre 22, 2015

Viajeros en América

Sobre Mi descubrimiento de América, de Vladimir Maiakovski.
Por Germán Lerzo para Revista Invisibles



A fines del siglo XIX y principios del XX, viajar a Estados Unidos era una suerte de ritual iniciático para los escritores de la época. Vladimir Maiakovski, el poeta de la revolución bolchevique, visitó aquel país en 1925 y lo plasmó en sus crónicas, donde combina la observación atenta, una gran capacidad de síntesis y una dosis constante de humor ante las costumbres sociales y los excesos del capitalismo americano. Entre la mirada del turista y la del espía encubierto, Mi descubrimiento de América es un gran ejemplo de la crónica como género.
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Muchos años después de estas impresiones sarmientinas, el poeta Vladimir Maiakovski,  el mayor referente literario del futurismo y acaso también de la Revolución Rusa, como lo fue Sarmiento de la campaña antirosista, descubre Estados Unidos hacia 1925 y el efecto que le produce no es muy distinto al que provocó en el sanjuanino pero admite algunas variantes. Ante la primera impresión de Nueva York, el espectáculo lo sobrecoge: “abrí los ojos como platos” dice. Y al recorrer las diferentes ciudades de aquel país, el cronista ruso no disimula el asombro ante los avances técnicos aplicados a los medios de transporte con trenes que ya circulan por el aire; la celeridad con que se construyen enormes torres de edificios en la ciudad; el ritmo meticuloso con que los trabajadores motorizan la actividad cosmopolita todas las mañanas; la organización del tránsito vehicular en un país “donde hay más autos que personas” y el avistamiento del primer semáforo. El derroche de luz eléctrica en una ciudad que está siempre excesivamente iluminada como síntoma de progreso y abundancia de recursos hacen que Maiakovski experimente una sensación de admiración y rechazo en torno a este país que muestra todas sus condiciones para ser, ya en 1925, una gran potencia mundial digna de análisis y estudio así como un enemigo futuro a temer o respetar. Justamente la velocidad con que la fisonomía de Nueva York va mutando con el paso del tiempo, debido al auge de la construcción y los avances técnicos, bien podría sintetizarse en un fragmento, no exento de ironía, de Mi descubrimiento de América (Entropía, 2015) sobre lo que dijeron y acaso dirán los sucesivos cronistas ante el crecimiento constante de la metrópolis.
 
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