Entrevista a Sergio Chejfec por Patricio Tapia para LaTercera (Chile)
En uno de los relatos de Modo linterna, de Sergio Chejfec
(1956), el protagonista, un “novelista documental”, quiere sacar cierta
fotografía para acreditar su presencia en un congreso de escritores; él mismo
se extraña de su afán porque nunca se propuso escribir la verdad y siempre
despreció las novelas basadas en hechos reales. Sin embargo, dice, desde hace
un tiempo, “no sé si la realidad a secas, en todo caso el documento acerca de
los hechos verdaderos, es lo único que me salva de una cierta sensación de
disolución”.
En otros relatos, como en otros de sus libros -La
experiencia dramática o Mis dos mundos-, muchas veces el narrador parece ser el
propio autor, trastocando las convenciones del relato autobiográfico. Allí
coexisten la digresión y el soliloquio, el viaje y el vagabundeo; puede contar
una visita a Caracas (ciudad en la que vivió) o un paseo a un suburbio de Nueva
York (donde vive hace una década); puede referir el caso de un vecino invisible
o la visita a un cementerio.
Su libro más reciente, Últimas noticias de la escritura,
podría ser crónica personal o ensayo. Partiendo de la historia de una libreta,
reflexiona sobre su experiencia con diferentes soportes de lo escrito, las
anotaciones en los libros y una serie de personajes extravagantes con no menos
extrañas técnicas de apropiación: desde alguien que pretende la fabricación de
sus originales hasta un artista que pasa a máquina obras clásicas, pero sin
cambiar de hoja (resultando un papel ilegible); desde un transcriptor de miles
de páginas de libros hasta un artista que copia manualmente prensa o documentos
impresos del siglo XX.
Un “novelista documental”. ¿Le da importancia a la
distinción entre ficción y no ficción?
Creo que para un novelista documental esa distinción es
bastante relativa. Sobre todo porque piensa que cierto uso de los documentos
puede desdibujarla. Quiero decir, esa una distinción relativa, o sea, también
movediza. El novelista documental cree en la existencia de esa distinción, pero
le da un significado relativo.
¿Visitó alguna vez la tumba de Juan José Saer en París?
Sí, una vez. La visité con dos amigos. Los tres estábamos de
paso en esa ciudad. Antes del encuentro yo tenía la secreta esperanza de que me
acompañaran. Considero que es bueno ir solo a los cementerios si uno carece
allí de deudos. Puede ser una experiencias fascinante.
¿Hay seres invisibles?
Entiendo que sí. Sería arrogante decir que he visto seres
invisibles. Pero eso no desmiente la experiencia.
¿De qué modo la “materialidad” de lo escrito influye, si lo
hace, en su sentido?
No sé si influye en su sentido. Creo que influye en su
presencia. La idea de sentido es amplia y profunda. La materialidad de lo
escrito tiene un efecto, digamos, climático; puede llegar a ajustarse a cierto
tono, o no. Me ha pasado, notar leves diferencias entre una frase escrita sobre
la pantalla, comparada con la misma frase, sobre papel.
¿Le da valor a los manuscritos suyos o de otros?
Tienen para mí un valor extrañamente sacramental. No los
míos sino los de otros. Impresiona la inmediatez de lo escrito; la marca manual
que, como tal, estuvo sometida a una lluvia de casualidades y efectos
momentáneos. Y que por un extraño designio quedó fijada de un determinado modo.
Pero esa quietud no proviene del manuscrito, sino de la violencia que se ejerce
sobre él, precisamente para fijarlo. Entonces esa paradoja me parece increíble.
Aquello que rescata al manuscrito, lo destruye, digamos.
¿Es algo extraño escribir?
No creo. Es tan extraño como varias otras cosas. Como ellas,
posee su propia extrañeza. En ese sentido sí lo es.
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