París y el odio, de Matías Alinovi, en La Nación. Por Edgardo Scott.
No está mal: la adquisición de la escritura como el
aprendizaje del fuego. Escribir para hacer un incendio. En París y el odio,
mediante un alegórico y alucinado aprendizaje, Matías Alinovi completa el gesto
iniciado en La reja (2013) y también lo completa para su propia generación. La
definitiva recuperación de la rabia arltiana. Esa rabia localizable en Rodolfo
Walsh y Osvaldo Lamborghini, después ahogada, renacida en Carlos Correas y
Gustavo Ferreyra, que ahora Alinovi enriquece junto a los textos de Ariana
Harwicz, Carlos Godoy o Juan José Burzi. Porque el secreto de la cultura yace
en la violencia, un descubrimiento que siempre intenta erradicarse y que, sin
embargo, nunca deja de renacer, de resistir, acaso porque "escribir
-escribe Alinovi- era ante todo incomodar".
Y para esa rabia, para ese proyecto, una novela de exilio.
El desventurado joven graduado e intelectual argentino que intenta volverse
sofisticado, educarse -evadirse- habitando París. ¿Qué París? El ideal porteño
por excelencia. Post 2001, desde luego. El país incendiado, los asesinados, los
pobres, la clase media en pánico, en desbandada. Y Eladio Marino (guiño a
Eladio Linacero, que soportaba El pozo onettiano) se va a París. ¿Y qué
encuentra? Primero, a otros argentinos. Concretos y fantásticos. Está el que lo
aloja y le consigue trabajo, pero también los fantasmas: Cortázar, Yupanqui.
Finalmente, la cruza de los dos planos: la figura de Héctor Bianccioti, el
único escritor hispanoamericano -argentino, cordobés- que ingresó en la Academia
francesa. ¿El que realizó el sueño? Más bien un destino confuso, hecho de
ilusiones, rencor e intrascendencia.
A diferencia de La reja, menos una novela que un poema largo
(a la manera de Los jóvenes o de El Fiord), una honda impresión narrada con
pena y violencia en endecasílabos, en París y el odio, Alinovi sí despliega
toda una imaginación. Hay escenas, detalles, fantasías, extravíos, citas.
Construye intercambios y personajes en calladas amistades, amores frágiles,
todo siempre bajo una soledad erizada: "Lo que habrá siempre entre los
hombres: un comercio que de a poco se establece y que se va estragando una vez
establecido".
Pero siempre tendremos París; el amor, el odio, las dos
caras de una misma pasión: en la Ciudad Luz, la ignorancia. "Mejor así,
porque entonces no saber era lo pleno." Alinovi escribe los ensueños
parisinos desde este lado del mundo como indescifrables ruinas arqueológicas.
¿Quedarse y rabiar o irse y evadir? No hay conclusión.
Dicotomía falsa. La única certidumbre es estética. La verdadera literatura es
anarquista: desconoce la propiedad, la identidad, la frontera.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario