Entrevista a Romina Paula en Página 12 por Silvina Friera
Hay novelas que son lisérgicas: algo de la escritura –tal vez
el ritmo– y de la historia hace que sea imposible interrumpir la lectura.
Andrea, la protagonista y narradora de Acá todavía (Entropía), de la escritora
Romina Paula, se pregunta: “¿Hay una estación más adecuada para morir?”. El
padre está enfermo, internado en un hospital. La sensación de desamparo gatilla
más dudas, como si la proximidad de la muerte demoliera cualquier atisbo de
certidumbre. Algo de ese mundo compartido se va extinguiendo en la agonía
paterna, mientras los recuerdos familiares y de la adolescencia –las vacaciones
en un balneario en Uruguay o las novias y novios que tuvo– emergen para
conjurar el dolor de asistir al inexorable deterioro y desvalimiento de un
hombre que se termina pareciendo a un bebé. “¿Seré lesbiana o bisexual? ¿Seré una
heterosexual reprimida, una lesbiana reprimida? ¿Una heterosexual curiosa que
se hace la lesbiana?”, quiere saber, acaso asediada por la necesidad de
definirse. “Yo no puedo evitar identificarme con los que no pueden saber. La
perfección no es posible más que en el instante”. En la segunda parte, ella
viaja junto a sus hermanos a Uruguay para tirar las cenizas del padre al mar,
pero también para avisarle a Iván, el joven que conoció en el hospital cuando
seducía a una enfermera, que está embarazada.
En la tercera novela de Paula, después de ¿Vos me querés a
mí? y Agosto, hay un trabajo intenso con las experiencias “indecibles”, con
aquello de lo que no se habla o que se camufla en relatos candorosos que la
dramaturga y directora teatral desmonta con la precisión de una destripadora
gozosa, para entregar una suerte de “testimonio” en primera persona que explora
a fondo los pensamientos más incorrectos, especialmente en torno a la
maternidad. “Cada vez que me enteraba de que alguien de mi entorno se embarazaba,
aunque ni siquiera se tratase de una amiga, sentía una ligera decepción, como
de una puerta que se cerraba, la pérdida de algo, una batalla, pero, ¿cuál?
Visualizaba a esa mujer maternizada, mamífero, y nada de eso me seducía, más
bien lo contrario. Para no hablar de los bebes, los lactantes, que me generaban
casi una sensación de espanto, de estupor, con todas esas necesidades a
cuestas, ¡qué horror!”, confiesa Andrea. “Mi papá murió de leucemia en 2010 y
tuve un hijo en 2015, estas dos cuestiones son autobiográficas. El padre de la
novela no es mi papá, pero la situación de internación y agonía de mi padre,
por llamarla de alguna manera, la transitamos”, cuenta la escritora en la
entrevista con PáginaI12. “Cuando empecé a escribir la segunda parte todavía no
estaba embarazada, pero el deseo funciona de modos misteriosos y se ve que eso
ya me estaba dando vueltas también. Por momentos me preguntan –y yo también me
pregunto–, si ese tono más poético, un poco distinto a como suelo escribir,
quizá tenga que ver con el estado de embarazo”, plantea la dramaturga y
directora de Si te sigo, muero, Algo de ruido hace, El tiempo todo entero,
Fauna y Cimarrón, que este año debuta como guionista en televisión para el
unitario El maestro, que será protagonizado por Julio Chávez (ver aparte).
–Sin spoilear demasiado la novela, lo que se va postergando
es el anuncio de que Andrea está embarazada. En esas veinte o treinta páginas
que hay hasta llegar al final, ella fantasea con encontrar el momento y ese
momento no llega. ¿Por qué tomó esta decisión de postergar que el otro sepa del
embarazo?
–Me gustaba que quedara suspendido qué iba a pasar con esa
maternidad, porque de hecho el embarazo se puede interrumpir naturalmente.
Quizá no me interesaba cómo iba a reaccionar él, si le iba a decir si quería
tenerlo o no… No sé… no me veía contando eso. Quería contar ese estado de ella,
como si durante ese tiempo fuera algo que sucede en el cuerpo de una y ya, más
allá que haya sido necesario otro para la concepción. En la novela varias veces
se repite la frase de (August) Strinberg que los hijos son de las mujeres. No
quería poner el final en él ni en la familia posible. De hecho la escena en la
que están en la Fortaleza de Santa Teresa, cuando están ahí y ella dice “ahora
le digo”, “ahora le digo”, “ahora le digo”, al final él le dice que tiene ganas
de tomar una cerveza y ella le dice: “yo también”. Esa escena la escribí hace
mucho y en un momento sabía que iba hacia ahí y pensaba que ese era el final.
Era muy abrupto; me parece que me vino fallado el libro (risas). Era demasiado
disruptivo, entonces escribí el final.
–En varias novelas empiezan a aparecer personajes femeninos
que no quieren ser madres o son madres un poco a su pesar, como el caso de la
protagonista de Acá todavía, que incluso en un momento recuerda cómo se le cae
una beba de sus brazos. ¿Por qué cree que la maternidad sigue estando tan
idealizada y se habla poco de la zona de incomodidad que genera?
–Quizá en la novela hay algo un poco exagerado de lo que
pude haber pensado mientras estaba embarazada (risas). Ahora en este mundo
donde supuestamente todo se sabe todo el tiempo y tenés acceso a ver las cosas,
el embarazo sigue siendo una zona de misterio muy primaria. ¿Esto es así? ¿Y
ahora qué hago? De las mujeres que conozco que estuvieron embarazadas no había
recibido información. Hay muchos discursos construidos en torno a la maternidad
que son siempre los mismos y que tienen que ver con lo cándido, pero es todo
muy violento en el embarazo y en el parto. Puede haber algo de bello, pero de
cándido la verdad que no tiene nada. ¿De esto nadie me habló? Cuando estás
embarazada, todas te quieren hablar de sus partos y eso está bueno porque te va
generando un montón de imágenes. Yo tuve muchos problemas para amamantar y me
acuerdo que pensé: de esto nadie me habló… y me acordé de la foto de la
publicidad de la madre con el bebé en la teta como si fuera lo más natural… Sos
una buena madre, si podés alimentar a tu hijo con el pecho. ¡Ay, Dios! Hay una
cantidad de mandatos que se transmiten de mujer a mujer y una dice: “Vamos
chicas, hablemos de estos temas”. Ese relato un poco más cándido tiene que ver
con intentar tapar lo violento y lo escatológico. Quizá muchas mujeres no
quieren pensar en su cuerpo de ese modo.
–Hay una frase muy interesante que dice Andrea: “Como
siempre, la gente confiando más en lo verosímil que en lo real”. Cuando alguien
cuenta algo medio traído de los pelos, lo primero que se le dice es “no puede
ser” y se le pide que intente ser “verosímil”. ¿Por qué sucede esto?
–Yo misma me encontré diciendo en talleres: “está bien, te
pasó, pero así escrito no es creíble”. En el relato de un crimen, la justicia
busca lo más probable posible y no siempre lo real tiene que ver con lo
verosímil; pero leído con ese criterio de lo verosímil se incurre en muchos
errores. Por suerte en la literatura es menos grave el error. ¿A qué responde
que confiemos más en lo verosímil que en lo real? No sé, me lo tendría que
seguir preguntando. Me parece que es así, pero no termino de saber a qué
responde. También habría que ver qué es lo real, que supone que hay una verdad
y al haber una subjetividad quizá no hay tal cosa. El problema quizá es ese
supuesto “real”.
–Parecería que es más fácil
ponerse de acuerdo en qué sería lo verosímil, en cambio lo real no
genera el mismo consentimiento, ¿no?
–Totalmente, porque lo real viene ligado con la verdad y ahí
ya se vuelve medio escabroso. Curiosamente es verdad que en lo verosímil suele
haber más acuerdo que en lo real. Está bueno para pensar…
–Andrea podría ser una mujer que a veces elige relacionarse
sexualmente con hombres y otras con mujeres, pero también podría ser un
personaje bisexual...
–La bisexualidad tiene mala prensa. En la novela intenté
desplegarlo como lo que era: por momentos le puede gustar una mujer, por
momentos le puede gustar un hombre. En un momento dice algo así como “soy de
los que no saben”… Mi ambición es que el mundo pueda llegar a un lugar donde
uno pueda decir que sale con tal persona y no tenga que afirmarse. No pensar
que porque un hombre dice “yo siempre salí con mujeres” no pueda salir con un
hombre en el futuro. Que podamos corrernos de lo estereotipado, de esa idea de
que una decisión en el presente y en el pasado te define en el futuro. Eso
genera un montón de miedos respecto del otro y sus deseos. Para una gran parte
de la población todavía sigue siendo un tema ríspido. Quizá tenga que ver con
el miedo de que el otro avance sobre vos… no sé qué es lo que se teme. Me
alivia que las nuevas generaciones lo pueden vivir con más naturalidad, sin
tantos miedos, sin tener que defenderse. Pero alguien tiene que haber defendido
antes para que ahora sea así, obviamente.
–¿Sintió la incomodidad de Andrea en la novela de los otros
interpelándola para que se defina si es lesbiana, heterosexual, bisexual?
–Yo creo que era la que sentía la necesidad de definirme o
creía que tenía que definir algo y esos fueron los momentos que más angustia me
generaron.
–Lo interesante del personaje del padre es que acepta que a
su hija le gustan las mujeres y hasta intenta engancharla con la enfermera. Esa
complicidad quizá sea porque ese padre tiene que cumplir también el rol de la
madre que no está y tiene más de-
sarrollada su parte femenina en relación con su hija.
–Eso está buenísimo y no me lo habían dicho nunca. La
familia se dividió y ella se fue a vivir, junto a su hermano menor, con el
padre. Hay una partecita que me gusta y es que el padre les preparaba unas
comidas muy básicas y que ellos trataban de acompañar a ese padre en un nuevo
rol. El padre tiene que cambiar su rol de la familia tipo del padre que trabaja
y la madre que se ocupa de la casa. El padre se pone también en un lugar
femenino, lo que hace que tenga una relación con su hija en la que hablan. Yo
con mi padre no tuve esa relación, no hablaba como en la novela porque era un
hombre de una masculinidad muy de antes, un hombre de pocas palabras.
–La primera parte de la novela tiene mucho humor. Quizá el
humor es el contrapeso indispensable ante la enfermedad del padre y su muerte.
En la segunda parte, el humor cede ante la emergencia de lo poético. Durante la
escritura, ¿planificó pasar del humor a la poesía?
–No, no lo pensé así, pero el humor es lo único que permite
soportar la muerte. El humor nos salva; la mayoría de nosotros en una situación
trágica trata de apelar al sentido del humor, si no, ¿qué te queda? Cuando leo
o veo algo, si estoy con un ánimo de risa, estoy más permeable; entonces lo
otro también me entra. Lo emocional está como abierto cuando uno se está
divirtiendo. Si estás frente a algo que es más serio, quizá tenés los canales
emocionales más blindados.
–Cuando la narradora conoce a la abuela de Iván, ella le
cuenta que fue una actriz cómica, pero la narradora no le cree. ¿Pensó en
alguna actriz en especial?
–No, pero ahora estoy pensando si pensé en alguien… Quizá en
Tita Merello, no sé si había muchas actrices como ella, que además fueran
cómicas.
–¿Por qué la segunda parte de la novela transcurre en
Uruguay?
–En algún momento tuve la fantasía de irme a vivir a
Uruguay. Fui muchas veces, a distintos lugares, y cada vez que voy vuelvo con
la sensación de algo muy mítico. Sólo Uruguay puede tener un (José) Mujica;
tiene algo fuera del tiempo y una zona poética que me genera muchas
sensaciones. Tiene a (Mario) Levrero y tiene algo melancólico muy tremendo,
como todas las ciudades portuarias, pero además hay una cuota de locura y de
posibilidad de ficcionalizar con la otra orilla. El lugar en que ella está, en
Reartes, no le puse un nombre verdadero porque quería fundar algo un poco
“mítico”, no sé si es la palabra, algo de un orden menos real. Algo un poco más
suspendido en el tiempo, algo de lo siniestro, lo propio desconocido, que es lo
que ella vive estando embarazada.