Por Javier Mattio para La Voz del Interior
Leandro Ávalos Blacha vuelve a cruzar géneros con realismo
social en "Malicia", novela que narra extraños sucesos que se suceden
en Carlos Paz entre médiums, aliens y vedettes.
Además de las revistas, Carlos Paz tiene su libro dedicado a
las vedettes y los febriles días de temporada: en Malicia, Leandro Ávalos
Blacha (Quilmes, 1980) imagina un verano sobrenatural en el que los turistas y
habitantes carlospacenses asisten a extraños fenómenos: muertes sangrientas en
plena función de teatro, posesiones, médiums y advenimientos extraterrestres.
La historia arranca con un crimen: el de la vedette Sisí Iseka, del que se
enteran Juan Carlos, su mujer Perla y amigo Mauricio, de paso vacacional por la
Villa, y al que le sigue la muerte también mediática y brutal de Bárbara
Rainbow.
Los protagonistas asistirán a una función en el teatro
Marshall de El Joker, puesta desconcertante a lo Fantasma de la Ópera freak
dedicada al universo de Batman en el que todo termina por descalabrarse: la
narración avanzará desde allí presa de un “realismo delirante” afín al del
recientemente fallecido Alberto Laiseca, de quien Ávalos Blacha fue discípulo
en su taller.
¿Por qué situar Malicia en Carlos Paz? “La última vez que
había ido a Carlos Paz fue hace varios años –dice el autor-. Me impresionó la
inmediatez y proximidad que se producía entre la gente, los medios y los
teatros. Algo que, quizás por la estructura de otras ciudades como Mar del
Plata, no veía que se diera con igual intensidad. Y esa intensidad me
interesaba para esta historia. Todo se daba en pocas cuadras, en la calle, en
la peatonal, se cruzaban los móviles de televisión, los actores, los fanáticos.
Por otra parte, empecé a escribir la novela pensando en las películas del
giallo (cine italiano de terror), en especial las de Darío Argento, ambientadas
en escenarios como academias de baile y la ópera. Pensaba que me servía el
teatro de revista. Sumado a todo, los lugares de Córdoba tienen esa mística
increíble que da la presencia del imaginario extraterrestre”.
Ávalos Blacha ya había combinado pulp con realismo social en
Berazachussetts (2007), novela en que la sátira de un conurbano post-2001 se
alternaba con zombies y otros fenómenos bizarros. En Malicia la influencia del
terror –cine mediante- está también presente. “En esta novela el cine fue lo
principal”, reconoce el autor. Y completa: “Los climas y clichés del giallo
(como el asesino de guantes y cuchillo), los ambientes. También dos situaciones
recurrentes: el ‘testigo involuntario’ (personajes que, por accidente,
presencian un crimen y terminan envueltos en la trama); y la presencia de una
mujer perseguida por el asesino que tiene algún secreto turbio en su vida.
También tuve muy presente algunas novelas gráficas, principalmente las que
tenían que ver con el Joker (el Guasón), para armar esa obra de revista que
toma momentos del personaje. En especial La broma asesina de Alan Moore y
Arkham Asylum de Grant Morrison”.
-En la novela se hace hincapié en la competencia desleal
entre vedettes, el oportunismo de los medios o las cargadas resentidas entre
los amigos protagonistas. ¿Existe un comentario del presente en esos rasgos,
hay un componente moral en “Malicia”? El título parece sugerirlo.
-Pensaba que toda esa competencia del teatro, por ejemplo,
se puede dar en cualquier otro mundo, pero en la revista representaba casi una
máxima del género (al menos como materia publicitaria de una obra). Después hay
marcas evidentes de la época. La fama inmediata. Cómo cualquier hecho de la
vida cotidiana es asimilado rápidamente y se convierte en espectáculo. Pero no
lo pensé desde la moral al escribirlo, sino más bien desde ese lado, de aquello
que ocurre, que consumimos en los medios, y a lo que nos habituamos. Es cierto
que hay un individualismo exacerbado en la novela. Casi todo está llevado al
extremo. Básicamente porque son personajes que, si son humanos, se mueven con
mucha intensidad, de forma impulsiva, y de la peor manera.
-La narrativa argentina ha tomado el mestizaje con
subgéneros underground y bastardos como dirección destacada de un tiempo a esta
parte. ¿A qué creés que se debe, al menos en tu caso?
-Es saludable y necesario liberarse de prejuicios a la hora
de escribir. En algún punto pienso que ese mestizaje tiene que ver también con
haber comenzado a incorporar las cosas que lo marcaron a uno (desde películas a
videojuegos, historietas, canciones) y animarse a construir una obra con eso.
En mi caso siento que es natural. Estos géneros ‘bastardos’ son los que me
gustan y disfruto de los autores que se movieron en ellos a través de la
mezcla, como Philip José Farmer o Fredric Brown. En la literatura argentina es
un rasgo ya presente en Alberto Laiseca, César Aira, Juan Sasturain y Elvio
Gandolfo, por nombrar algunos. Y en el uruguayo Mario Levrero.
-Hace semanas murió Alberto Laiseca, de quien fuiste
discípulo. ¿Qué recordás de él y de su taller?
-Tengo muy presente sus consejos, siempre. Lo de sacarse los
prejuicios y escribir con total libertad eran máximas suyas. Le interesaba que
cada uno desarrollara su propio mundo literario, que encontrara su voz. Siento
que fue una influencia enorme. Conocer su obra fue una de las lecturas más
impactantes. Era descubrir algo que no imaginaba posible, cómo servirse del
imaginario del terror para hacer una obra que no fuera estrictamente de género,
jugar con el humor. Fue como ese choque con El Eternauta y la sorpresa de que
se podía contar ciencia ficción desde la Argentina. En Malicia se menciona una
supuesta obra de revista, El castillo de las secuestraditas, que es un cuento
de Lai. De algún modo su influencia siempre está presente.
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